"...en algunas ocasiones"
Por lo menos, seamos hijosdalgo de alguien, de algún sitio. La filiación se siente en razón directa a la lejanía, y es la ausencia, crisol del que sale enriquecido y renovado el amor a cuanto estuvo cerca de la cuna. Madrid es grande por ser la capital, cabeza del Estado, que no disputa procedencias. Aquí nunca entraron en conflicto los orígenes.El emplazamiento geográfico de España le da la condición de plataforma y trampolín emigratorio. Tuvo su gente que aguantar, duranté milenios, porque los invasores no dejaban otro respaldo que el de la mar, que era el morir. Cuando se hicieron transitables los océanos, quien pudo y quiso, se marchó con la música a otra parte. Los que más tiempo soportaron la presión fueron las gentes del Norte, tras el parapeto rupestre de los Picos de Europa. De esa casta soy, y, aunque fueran otros mis primeros soles, asturiana es la sangre que va envejenciendo entre mis venas.
Por largo que sea el alejamiento -siempre mantenemos el petulante afán de volver triunfadores, con el coincidente proyecto de reconstruir el campanario de la vieja iglesia, alzar un grupo escolar, trazar el parque y los jardines que nunca tuvo la aldea, perdida y conservada en lo más blando del corazón endurecido. Así serán, también, los de otras tierras, no faltaba más, pero uno vive lo que le queda, con la pena de haber desertado de la lluvia, del viento que viene de la orilla y se enreda con el que llega de los ariscos montes insurrectos; de la húmeda alfombra de los prados, el vaivén de los trigales y el sahumerio de la paja mojada y la pulpa provocativa de la manzana, capturada en la rama. La cruz inseparable es el lado inhóspito de la mina, los tributos que se cobra un mar intransigente y la olvidada legión de los que fracasaron en la conquista de El Dorado.
Sonó la hora de rescatar la propia tierra, de soñar despiertos con lo que hubo y cuanto queda, descubrir el futuro con sólo abrir los ojos. Hay mucho por hacer en aquellos concejos, bendecidos por las aguas del cielo, el caudal de los ríos y la fecundidad del campo, en pie, tapizando las altas laderas.
No resultó feliz la aventura siderúrgica, y son más exigentes y homicidas las entrañas de la cuenca del carbón, pero alguien debería cambiar las hazas azarosas, para que dejen en paz a las vacas paridas, a los marineros que van al Gran Sol -ahora deslenguado- y que rematen la faena pesquera las viejas fábricas de conservas. Afortunada gente que disfruta del don gratuito de las lluvias, por el que suspiran, desesperadas, otras regiones de la misma patria. Todo puede traerse de fuera, menos remolear las nubes fecundantes.
La ruindad politizada de algunos académicos ha promocionado hasta la primera acepción, el vocablo autonomía, "como estado y condición del pueblo que goza de entera independencia (sic) política". Reconociendo el soterrado sentido del humor implícito, encontramos que el añejo Principado no necesita adjetivos. A la vana y loca condición debemos cierta vanagloria, que forma parte de nuestra naturaleza. El asturiano se sube al árbol para coger la flor; luego se la ofrece a su morena (hay muchísimas rubias, de ojos azules y verdosos), pero deja de ser de su incumbencia que la ponga en el balcón. Lo importante es la flor, la rosa., el clavel o las hortensias que bordean rumbosas los caminos y escoltan a la primavera.
Gran acierto, convertir en himno oficial una canción báquica, que se entona, con emoción, respeto y verticalidad en las grandes ocasiones. Detecto un matiz innecesario, ramplón: la añoranza no es un estado de ánimo permanente, insoportable, emparentado con el bramido que se escucha en los estadios. Si alguien quiere estar en Asturias, "en todas las ocasiones" y no lo consigue, será porque se encuentre en la cárcel -lugar que se ha puesto de moda últimamente- o porque es bobo, o fáise (referencia vernácula). ¡Quién estuviera allí, en algunas, en muchas ocasiones! Una definición válida sería la de personas que se van lejos y de continuo piensan en volver, por la cancela del puerto de Pajares o pasando la ría en la lancha marinera.
Bien mirado, tiene poco mérito volver al paraíso, cuando se conoce el camino.
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