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Reportaje:

Operación camuflaje

Las amenazas y las agresiones obligan a los 'ertzainas' a ocultar su profesión y cambiar de domicilio y de hábitos

Los disparos de escopeta que la semana pasada acabaron en un pequeño pueblo de Guipúzcoa con la vida de dos ertzainas siguen la línea ascendente de amenazas y agresiones desatadas contra la policía vasca. La presión que ejerce el mundo radical sobre la Ertzaintza no acaba cuando terminan las horas de servicio. Así, la vida de buena parte de los más de 6.000 agentes del departamento de Interior del Gobierno vasco está condicionada por una situación que no para de agravarse. El incendio de automóviles privados, las cartas amenazantes, las llamadas intimidatorias y las agresiones empujan a los ertzainas a llevar sus actividades con discreción y a cambiar algunas costumbres en busca de tranquilidad.Los agentes prefieren guardar silencio. Quienes se deciden a hablar, sea cual sea su postura, quieren difuminar al máximo sus señas de identidad. Pueden asegurar que no sienten miedo o reconocer sin ambages que su existencia está mediatizada por la amenaza permanente, pero coinciden en mantener ocultos sus nombres, sus destinos o sus lugares de residencia.

"No toda la gente de la Ertzaintza sufre el mismo riesgo. La escalada violenta afecta a los que damos la cara, a las patrullas que prestan servicio en la calle", dicen varios policías. La primera medida para evitar el acoso es alejarse de las zonas más conflictivas. "Quien puede cambia de domicilio y se marcha a pueblos más grandes para pasar inadvertido o vivir más tranquilo"'. Por esta razón la comisaría de Laguardia, en el corazón de La Rioja alavesa, más cerca de Logroño que de Vitoria, es uno de los destinos más deseados y algunos agentes han fijado su residencia. en Cantabria: "Se busca el componente psicológico de la seguridad".

"Las familias sufren más que los ertzainas"-, asegura un agente. El precio pagado por los familiares cercanos ha sido la pérdida de vehículos, el ataque a comercios y el hostigamiento permanente. Cuando comenzó el despliegue de la policía autónoma, los ertzainas patrullaban en parejas y a pie. "Ahora vamos en grupos de cuatro y con una furgoneta de apoyo", afirma uno que ha regresado a trabajar a Hernani, después de varios años en otras comisarías.,

No es la única precaución que ha derivado en cambio de hábitos. Los policías evitan determinadas calles de la parte vieja de San Sebastián o han dejado de salir con sus amigos en las fiestas. "Es fácil que alguien del mundo radical nos reconozca y no queremos provocar un enfrentamiento ni meter en complicaciones a nuestros amigos", explica otro agente que un día encontró una rata muerta colgada en la puerta de su casa. Al final, cada vez más comparten el tiempo de ocio con otros colegas y sube la concentración de funcionarios de la Ertzaintza en determinados lugares. Un código no escrito recomienda a los ertzainas no usar coches ajenos ni permitir utilizar a la mujer el suyo.

Tras siete años de servicio, otro ertzaina tiene claro que conocía los riesgos del empleo desde que presentó los papeles para ingresar en la policía. "Las amenazas las soportan todos los ciudadanos que están al otro lado de los que defienden la violencia", dice; "¿qué diferencia existe entre mi situación por ser ertzaina y la de un señor que lleva el lazo azul y participa en las movilizaciones para pedir la liberación de Aldaya?". Desde la base de la policía vasca no se censura la actitud de los ciudadanos. Los ertzainas encuentran apoyo en la gente de a pie y los más críticos lanzan los reproches por igual, hacia los mandos policiales que hacia los políticos de todo signo y los jueces. "El clima contra la Ertzaintza sube y siguen atacándonos desde la impunidad", critica un veterano que sigue de patrullero; "un día te insultan y no pasa nada; te tiran una piedra, y tampoco. Cuando las agresiones son más graves, las condenas judiciales sólo llegan a una falta por lesiones". No piden, sin embargo, penas ejemplarizantes: "Queremos que se cumpla la ley. Si no es suficiente, que los políticos la cambien en el Parlamento".

Los patrulleros reclaman al departamento de Interior mayores medidas de protección. "No estamos dotados para hacer frente a la situación", protestan. El jersey del uniforme es de material acrílico, fácilmente inflamable, y las furgonetas policiales son vehículos de serie, con la única protección extra de unas rejillas metálicas sobre los cristales. Los buzos ignífugos están ya en los almacenes del departamento, pero la partida no incluye la ropa interior necesaria para qué sean eficaces: "Hemos pagado de nuestro bolsillo las 15.000 pesetas que cuestan en Francia las prendas que usan los corredores de la Fórmula 1 ".

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Daniel, ertzaina desde hace seis años, sabe que tiene suerte porque el acoso a la Ertzaintza no se ha convertido en un problema para él. "Sigo viviendo de la misma forma", asegura; "buscan que reaccionemos violentamente y no lo van a conseguir". Vivir en la clandestinidad por trabajar con el uniforme policial le resulta inimaginable: "Los que, se están encerrando en un gueto son los otros. Tienen sus medios de comunicación, sus tabernas, sus círculos cerrados... Todos los que están fuera son enemigos que están equivocados".

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