El Madrid vuelve al diván del psicólogo
El equipo blanco juega el mejor partido en mucho tiempo, pero cae ante la eficacia del Espanyol
La virilidad del Espanyol tumbó de nuevo, al Madrid en el diván del psicólogo. Jugó el equipo de Valdano uno de los mejores partidos en mucho tiempo y, sin embargo, el marcador fue tan contundente como el porte del colectivo de Camacho. El fútbol de hoy ya no atiende a la jugada, sino al gol. El juego directo del grupo blanquiazul dejó en evidencia el decálogo de intenciones del equipo blanco. Quiso y no pudo el Madrid.Hoy ya nadie gana con el escudo ni siquiera en un feudo tan propicio para los blancos como Sarrià. El Minibernabéu fue anoche más un calvario que un balneario para un equipo que llevaba el intermitente puesto en busca de la cabeza de la Liga. El Espanyol, sin embargo, no está para historias y dejó de nuevo al Madrid al descubierto.
No le van a esta Liga deba es como los que se plantean el Real Madrid o el Barça. Hoy mandan los libros abiertos de Antic y Camacho. A diferencia del Bernabéu, en Sarrià hace tiempo ya que todo está dicho. Camacho canta la alineación antes del partido y el equipo sale a todo trapo. Ya no es aquel grupo samaritano que auxiliaba a quien fuera menester. El del Espanyol es ahora un rostro avinagrado, como el de su técnico. Es un plantel en lucha permanente por conseguir que le traten de acuerdo a la tabla y no a la historia.
Consciente quizá de que otra jornada le juzgarían más en función de las carencias del rival que de los atributos propios, el grupo de Camacho, sacó al Madrid del campo en la arrancada. Quería que, antes de entablar cualquier diálogo, el partido fuera un monólogo. El grupo de Valdano quedó clavado ante la velocidad del plantel local. Iba y venía el equipo blanquiazul por todos los sectores de la cancha con un fútbol directo, rápido, montado en la carrera vertiginosa de Benítez y tocado por unos cambios de orientación que desnudaron los flancos blancos.
El choque discurrió siempre, por donde había pintado Camacho: el cuero a la banda, presión en el ombligo del campo para desconectar al rival y la llegada al área más que la estancia como suerte ofensiva. El gol Ie dio la razón al Espanyol. Estaba cantando desde la salida. El fútbol blanquiazul es de tres toques y no hay otra consigna que la de acabar la jugada. El ritmo blanquiazul no le dio tiempo al Madrid ni al repliegue ni al despliegue, porque Milla quedó aislado en el ombligo del campo.
Resistió como pudo el colectivo blanco. La conducción del cuero estuvo a merced de recuperadores como Lasa, Álvaro quedó muy apartado del juego y Luis Enrique no profundizó por banda. Fue un equipo salido de un proceso gripal. Quería combinar y, sin embargo, no tiraba una sola pared. Quería llegar y, sin embargo, se perdía en centros cruzados. Quería el mando, tenía la posesión del cuero y, sin embargo, no conseguía domar al contrario.
La mejor virtud del equipo de Valdano fue llegar al descanso con el partido aún abierto. La salida de Michel le cambió el rostro al grupo. Fue un colectivo cuanto menos reconocible. La actitud de los futbolistas anunciaba que el Madrid había aparecido en el campo. El orgullo, la casta y el empuje forastero llevaron al Espanyol a recular a su cancha. El empate se mascó con reiteración en la grada. El cuero apuntaba siempre a la meta de Toni. El portero, sin embargo, se redimió de su error en Vallecas con una exhibición.
Tiró el Madrid, forzó una falta detrás de otra en el balcón del área, apareció la figura desequilibrante de Raúl, soltó Hierro su zapatajo, tejió Laudrup un juego sutil de entrelíneas y asomó la mirilla de Michel. Le faltó sólo contundencia y puntería.
Nadie como el Espanyol, sin embargo, sabe manejarse en situaciones adversas. La confusión blanca por encontrar la senda del gol contrastó con la clarividencia españolista por sentenciar la contienda. Salió a la carrera Benítez, retrató a Sanchis con dos quiebros -uno por dentro y otro por fuera- y se acabó el cuento. Fue el paraguayo un cuchillo que abrió en canal a la zaga forastera.
El gol liberó al Espanyol y recondujo el partido. La hinchada blanquiazul babeaba con el juego de los suyos y el Madrid quería morir de pie. Hubo tiempo así para dos tantos, uno en cada bando, propios de salón de baile.
El Madrid dignificó su fútbol con el gol del honor y se retiró al camerino con la sensación de haber encontrado su carné de identidad. Ningún otro elogio pudo ser mejor para el Espanyol. El grupo de Camacho había ganado a un Madrid orgulloso y que se preciaba de haber hecho el mejor partido del curso. Ya nadie discute hoy día la solvencia del grupo blanquiazul. Hoy manda el fútbol sin explicaciones. El juego directo que siempre exhibió Camacho.
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