Traer conocimiento
JÚPITER ES una especie de Sol frustrado, una bola gaseosa que si hubiera sido más grande se habría encendido como un astro más. Entonces, dos soles iluminarían ahora nuestro cielo. Pequeño para estrella pero enorme para planeta, Júpiter es el mayor cuerpo que gira alrededor del Sol, un mundo misterioso hecho de gas y seguramente sin un núcleo sólido bajo las densas capas de nubes ocres y anaranjadas.Los hombres han metido allí esta semana un pequeño artefacto cargado de aparatos de medida para ver de qué están hechas esas nubes y qué temperatura tienen. No debió de durar más de una hora la exploración de esta sonda de la nave Galileo antes de desaparecer destrozada en las profundidades jovianas, pero los datos registrados desvelarán muchos secretos acerca del origen del sistema solar hace 5.000 millones de años y su evolución.
La aventura espacial, lujoso escaparate de los países tecnológicamente más avanzados, ha permitido a los hombres soñar con la exploración de mundos desconocidos y satisfacer la más pura curiosidad, porque nadie espera de estas atrevidas y difíciles misiones una utilidad material inmediata. No se trata de buscar minerales en Júpiter ni de hallar nuevas fuentes de energía lo único que podemos traernos de allí, de momento, son conocimientos.
El planeta gigante es 1.400 veces más grande que la Tierra y está ahora, a 960 millones de kilómetros. Diez mil especialistas han trabajado durante casi 20 años para planear y construir una nave que llevara hasta allí sus instrumentos científicos, invirtiendo en ello 150.000 millones de pesetas. La Galileo fue una osadía tecnológica que salió adelante. Ha padecido penosos problemas, incluidos desperfectos técnicos que han puesto a prueba la capacidad de los expertos espaciales. Ellos saben que una vez lanzada una nave hacia un viaje interplanetario no se puede alcanzar ya con mecánicos ni grúas para hacer reparaciones y hay que estrujarse la imaginación para atacar desde aquí cualquier imprevisto. Tanto esfuerzo para lograr que una sonda de 220 kilos descendiese esta semana unos 400 kilómetros por la atmósfera joviana -de los 70.000 que hay desde las nubes exteriores hasta el centro- y para que Galileo pase los dos próximos años observando el planeta gigante y sus lunas.
Cuando el año pasado el cometa Shoemaker-Levy fue entrando hecho pedazos en la atmósfera de Júpiter, muchos científicos añoraron saber qué encontraban esos bólidos allí dentro, medir la temperatura, la presión, calcular su composición. Era cuestión de esperar un poco: la nave que lleva el nombre del inventor del telescopio ya estaba en camino.
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