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Reportaje:

Campos de Castilla

Restos del encinar que cubría hace siglos nuestra región se conservan

ANDRÉS CAMPOS, El sur de Madrid, como todos los sures, tiene nefanda prensa ecológica. Cuando se escribe acerca de su naturaleza es porque algún parado famélico se ha merendado un lagarto protegido por la ley o porque otro despistado ha regado un solar con varios hectolitro tóxico, a ver si crecen cigüeñales. La verdad es que Madrid de El Pardo pabajo da asco; pero de ahí a negar que existen media docena de lugares donde -apesar de los esfuerzos de políticos, industriales, promotores inmobiliarios y nativos- no se ha conseguido aún determinar toda forma de vida, media un abismo.

Uno de esos enclaves milagrosos es el Carrascal de Arganda. Acaso porque el terreno donde se asientan no es muy apto para el cultivo o quizá por pura chiripa, el de Arganda del Rey constituye uno de los Últimos reductos del denso encinar manchego -junto con el del monte de la Encomienda Mayor de Castilla, en Villarejo de Salvanés, y el de la dehesa de Brea de Tajo- que hace siglos cubría buena parte de la región, cuan do una ardilla podía atravesar la Península, pasando por el sur de Madrid, sin echar pata a tierra.Razones de índole botánica no faltan, como veremos, para rendir visita al carrascal. Más luego (o, en realidad, antes), razones hay de orden sentimental que la hacen obligada. Razones que, son historia y poesía de Castilla, esa "Castilla de los negros encinares" a la que lloró Machado y a la que emocional y geográficamente, nunca dejaremos de pertenecer los madrileños: "¡Encinares castellanos / en laderas y altozanos, / serrijones y colonias / llenos de oscura maleza, / encinas, pardas encinas; / humildad y fortaleza!".

Quienes deseen conocer cómo eran en tiempos estos campos de Castilla deberán salir de Arganda en dirección a Morata para, en menos de un kilómetro, desviarse a la izquierda por la carreterilla que sube hacia una residencia de, ancianos. A dos pasos de la barrera Ievadiza, una señal invita a seguir la senda ecólógica; pero no será ésta la que recorrerán hoy los excursionistas, sino la que, 50 metros atrás, se adentra en el pinar por la margen contraria de la carretera. Hileras artificiales de pino carrasco (Pinus halapensis), diríase que trazadas con escuadra y carta bón, custodiarán su marcha por el sendero, y después -a mano izquierda-, por pista forestal, hasta desembocar en una pequeña vaguada donde el carrascal se les mostrará, por vez primera, en toda su diversidad.

Alguna encina adulta y multitud de jovenzuelas -carrascas- comparten su enmarañado dosel con arbolitos como el quejigo o el arce de Montpellier y con arbustos como el aladierno, la cornicabra, la rubia, el torvisco o la esparraguera silvestre. Coscojas, esplegueras y romerales cunden allí donde el hombre, hacha en ristre, ha hecho acto de presencia. Mientras que en lontananza, sobre lomas peladas como calaveras, tomillares, espartales y jabunales muestran cuál fue (y será) el destino último de nuestros encinares-

Remontando la vaguada por su fondo -de nuevo a mano izquierda-, una vereda franca y luminosa conducirá a los paseantes a través de la espesura del carrascal hasta la siguiente encrucijada, desde donde, optando esta vez por el camino de la derecha, ganarán el breve repecho que los separa de un nítido cortafuegos. Les bastará seguir trazado, que poco más arriba se transforma en pista y luego en trocha, para plantarse en lo alto del cerro que mejor domina el achaparrado bosque y las lomas fantasmales del más allá.

Desde esta cima habrá quienes, como Machado, vean cruzar errante la sombra de Caín. Habrá quienes, también como el poeta, vean en la encina las virtudes de un mundo perdido: "¡Humildad y fortaleza!". Y habrá quienes no vean nada, se encojan de hombros, prosigan su andadura por la trocha cerro abajo, vuelvan a dar en la vaguada de hace un rato y, de la vaguada, por el mismo camino que hasta ella les trajo, en la carretera. La España que bosteza.

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Cerca, fácil y barato

Dónde. Arganda queda a 28 kilómetros de la capital y tiene rápido acceso por la carretera de Valencia (A-3). Para los sensatos que aún no están motorizados, hay servicios de Argabús (teléfono: 871 25 11) cada 10- 15 minutos (laborales) o media hora (sábados y festivos), con salidas de la avenida del Mediterráneo, 50, desde las 6.22 horas hasta las 23.30. El punto de partida de la excursión está a un kilómetro de Arganda, junto a la carretera de Morata (M-313).Cuándo. Marcha ideal para disfrutar del campo incluso en los peores días de invierno, pues su duración aproximada es de una hora y cuarto (cinco kilómetros) y apenas se salva un desnivel de 60 metros.

Cuánto. El autobús Madrid-Arganda sale a 270 pesetas cada trayecto. El menú en el restaurante Mabacor (avenida de Madrid, s/n; teléfono: 871 69 31), alrededor de 1.500 pesetas. Y caminar, gratis.

Y qué más. Amigavia-Gente Viajera (teléfono: 478 01 11) organiza excursiones de un día por enclaves del sur, como el monte de la Encomienda Mayor de Castilla (Villarejo de Salvanés) o el sendero de las encinas (Villamanta-Aldea del Fresno).

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