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Coadyuvados

El lunes de hielo la ciudad se despertó con los gritos de Ramón, uno de los 894 vendepañuelos de la ciudad, desesperado en el departamento de usos coadyuvantes de la Comunidad de Madrid. "Usted no sabe con quién está hablando", le advertía Ramón al intimidado funcionario de la ventanilla que, en efecto, lo ignoraba y además tampoco hubiera podido hacer tal cosa. De las atropelladas palabras de este enfadado comerciante, un atento observador hubiera podido sin embargo deducir: a), que Ramón lleva nueve años pidiendo un permiso para vender en su esquina Desenfriol, Couldina, Solusprín, Anginovag y otros remedios para combatir el catarro y sus desagradables consecuencias, y b), que para ello apela a los usos coadyuvantes previstos por la ley, y que son a los que han apelado otros honrados ciudadanos de esta villa para mejorar sus industrias. A fin de cuentas, según el enrevesado idioma de las ventanillas, usos coadyuvantes son los que complementan la actividad comercial primera, ¿y qué mejor complemento del pañuelo que una medicina antigripal?Por ejemplo, el Real Madrid apeló a la ley de usos coadyuvantes para instalar alrededor de su catedral, en el centro de Madrid, restaurantes, peluquerías y boutiques -ese modelo de buen gusto urbanístico y arquitectónico conocido como La Esquina-, y ahora, claro, el Atlético de Madrid pide permiso para construir 100 viviendas en el lugar de los aparcamientos de autobuses del estadio Vicente Calderón, y lo hace con el lenguaje fascinante y lleno de espejos con que los burócratas del fútbol, que son los que hablan, hacen cada domingo que las derrotas parezcan ejercicios de modestia, y las zancadillas, pasos de ballet, y con el convincente argumento de que, mucho más que los estacionamientos de autobuses tanto las boutiques de señora como las viviendas son actividades complementarias del fútbol igual que las botas son complementarias de los pies: usos coadyuvantes. ¿Acaso la catedral de los madridistas tiene necesidad de aparcamientos? ¿No hay aceras a patadas por toda la ciudad? Pues eso.

Naturalmentela protesta de Ramón no hubiera pasado de ser uno más de los gritos en la oscuridad con que los ciudadanos de esta villa. intentamos matar el tiempo mientras nos llega la hora de ir desde Madrid al cielo, de no ser porque, el martes, el impotente funcionario de la ventanilla citada se encontró con que un carnicero quería permiso para vender dulces -"¿no has probado el cerdo con mermelada de fresa?", le tuteaba-, una conocida actriz con premio reciente en Hollywood pedía tajada en la concesión de venta de palomitas en los cines, y Manolo Chirimbolo, conocido novelista de terror, sugería le fuera concedida una discreta participación en los impuestos por fallecimiento (el llamado Permiso de Baja Indefinida, sin el cual el Ayuntamiento te da la vara hasta el día del juicio final), vista la decisiva contribución de su última, múltiple y ambiciosa obra a la desesperación ciudadana.

Ante la pretensión de ciertos colegios, el miércoles, de instalar comercios a la salida para que así las jóvenes madres tuvieran con que distraer la espera de las cuatro y media de la tarde, en el Ayuntamiento hubo un alto cargo que esa tarde, preocupado, acortó su siesta: quería estudiar sobre el terreno de qué volumen de negocio estaban hablando. Cuando el jueves los vigilantes del metro quisieron instalar terrazas de invierno en los lúgubres pasillos con el argumento de que toda esa clientela andando de un lado a otro no se iba a quedar en régimen de monopolio para los vendedores ambulantes de rubio americano y gafas de sol, entonces empezaron a sonar ciertas alarmas en la Comunidad de Madrid, principalmente porque en la calle Génova, sede del poder munici-regional, otro importante engominado con chaqueta azul en el perchero pensó que tanta exigencia de comisiones iba a terminar por llamar la atención.

A ver si iba a resultar que por los negocios de los vendepañuelos, España perdería los beneficios de modernos edificios, aparcamientos municipales que ahora son privados y pirámides testimonio de este tiempo de grandeza. Este frío y preparado ingeniero político recordaba cómo todo el escenario de las torres KIO -la Puerta de Europa nada menos-, estuvo en su momento a punto de venirse abajo a causa de las protestas de unos cuantos infelices del barrio de Tetuán que se quejaban de que esas construcciones torcidas les daban mal sombra. El recuerdo le hizo estremecerse.

Sin ni siquiera ponerse la chaqueta sobre las iniciales bordadas en la camisa celeste de puños blancos y los alegres tirantes que le regaló Piluca, este hombre bien peinado estaba a punto de decidirse a entrar en cierto despacho con la moqueta más gorda de todo el edificio. Sólo buscaba la manera más significativa de dejar caer: "¿Has visto lo que está preparando Alberto con Jesús Gil?" Ya casi se había decidido. Pero fue entonces cuando la gente empezó a hablar de la Nadea que había aparecido en la ciudad y tuvo que cambiar de planes. Aplazarlos.

(Continuará).

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