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Vuelve el diablo

Cuando aún no se ha desvanecido por completo la moda de los ángeles, Estados Unidos ha empezado a lanzar la temporada del demonio. Desde el atentado de Oklahoma City -un suceso que la fuerte mentalidad religiosa norteamericana sólo alcanzó a explicarse cabalmente atribuyendolo a Satanás-, los conatos de alertar sobre el regreso del demonio han merodeado los medios. Una portada del suplemento de The New York Times este mismo año titulaba a toda plana: 'El mal ha vuelto'. Hace un par de semanas la revista Newsweek publicó un sondeo de millones de dólares dirigido a ponderar la presencia de Lucifer en la vida cotidiana de los ciudadanos. Un 66% del total de los norteamericanos entrevistados ha respondido afirmativa mente a la cuestión de si el diablo existe o no. Y el porcentaje asciende al 85% si la contestación se mide entre los protestantes evangelistas. Cuando una cosa hace falta, los norteamericanos la fabrican enseguida. Robocop fue la respuesta terminante a la delincuencia y la corrupción policial simultáneamente; Rambo fue el artefacto humano que solucionaba el dilema de si la guerra de Vietnam sí o no. Los ángeles, al comienzo de los años noventa, llegaron como instrumentos útilles y oportunos que contrarrestaban la soledad personal que había extendido la feroz competencia individual de los ochenta. Los noventa se abrían con ángeles amables que aterrizaban blandamente en mitad de la crisis económica de entonces y junto a personas devastadas. Lo que no entregaba la aislante vida del vecindario se recuperaba en la tibia compañía del ángel guardián. En España el fenómeno ha sido recogido sobre todo con el libro autóctono titulado Entrevista con los ángeles, de Rosa Rivas y Fietta Jarque, y se ha difundido con algunas traducciones.Ahora, sin que se haya acallado aquel benéfico rumor, llega el turno al Mal. El mercado norteamericano es veloz, y la espiritualidad, una clientela de una voracidad insaciable. Más del 60% de la población asiste a los oficios cada semana, considera la Biblia como la fuente de la sabiduría y es, por todo ello, una masa propicia a los fenómenos relacionados, con el más allá. El libro sobre el que gira ahora el retorno de Satanás se llama -paradójicamente- The death of Satan (La muerte de Satán), donde se pondera el bien que la sociedad recibe sin falta siempre al tener presente las asechanzas del demonio. Los embarazos de las adolescentes, la extensión de la droga, el incremento de la criminalidad, la guerra de la ex Yugoslavia, las palizas adolescentes en barriadas, el retorno del nazismo, el terrorismo en territorio norteamericano, la degradación de la vida familiar: ¿cómo podrían explicarse ominicomprensivamente todo ello sin la mediación de la fuerza demoniaca? Famosos predicadores de allí como Billy Graham o el reverendo Jerry Falwell han arreciado en estas semanas con el retorno de Satanás en forma de una sevicia que ha impregnado los últimos tiempos demócratas y demanda un retorno a los fundamentos de la patria.Esta proclama, vista desde Europa, puede parecer maniobra política, pero en Estados Unidos es más que eso. Puesto que sobre el país americano no suele influir ninguna otra potencia terrenal -puesto que sus modas son las que hacen moda en el mundo y no al revés-, el único patrón cultural al que Estados Unidos sigue o presta crédito se encuentra en el más allá. El demonio -que, como decían las pioneras feministas norteamericanas, es una creación patriarcal más- sería el recambio enérgico al tiempo enflaquecido de la pasada crisis económica. Ahora que el índice Dow Jones ha superado la cifra del 5.000 y la protesta social arrecia en forma de pobres o de negros coléricos, el demonio viene bien a los conservadores. Con razón o sin ella, poco importa en las modas de exportación, no pasará mucho tiempo para que esa producción satánica de allá empiece a leerse en las editoriales de Europa.

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