Poco pueblo y poco plan
Ya se han alzado algunas voces indignadas contra la interpretación que empieza a cuajar: la transición fue resultado de la iniciativa y decisión de un reducido número de individuos que habían planificado cada una de sus etapas desde algún tiempo atrás. No parece que el primer punto -el papel decisivo de lo que se suele llamar líderes o miembros de las élites políticas- esté muy desenfocado. Decir que la transición la hizo el pueblo -como se ha oído estos días- es simple demagogia. Pero suponer que se siguió un plan detallado para transitar de la dictadura a la democracia es política-ficción. El protagonismo de las élites procedentes del franquismo fue clave, sobre todo en la primera fase : (del 20 de noviembre de 1975 a las primeras elecciones del 15 de junio de 1977). En ese periodo, la oposición antifranquista fue lo suficientemente fuerte, para bloquear la tentativa continuista del Gobierno de Arias Navarro mediante manifestaciones en las calles, huelgas locales y la ayuda de la prensa, y para incitar a los reformistas del franquismo a tomar la iniciativa. Pero la oposición fue también demasiado débil para participar directamente en los acuerdos que llevaron a las elecciones. No sólo perdió el referéndum para la reforma política, sino que la Comisión de los Nueve, formada por socialistas, comunistas, democristianos, socialdemócratas, liberales y nacionalistas vascos, catalanes y gallegos,para negociar con el Gobierno ni siquiera fue recibida como tal por el presidente Suárez. Éste acabó organizando su candidatura desde el Gobierno e imponiendo por decreto-ley un sistema electoral calculado para que la UCD pudiera obtener una mayoría de diputados con un tercio de los votos.
Respecto del plan, circulan ahora varias versiones del esquema básico según el cual el rey Juan Carlos habría sido el empresario o el motor del cambio; Torcuato Fernández Miranda, el autor, y Adolfo Suárez, el primer actor. Sin embargo, tienen razón quienes alegan que hubo también otras personas relevantes y que todos hicieron un poco de todo porque no había un claro guión. Sólo con un esfuerzo de memoria y distanciamiento es posible comprender el alto grado de incertidumbre con respecto al futuro que caracterizó aquel periodo. Hay que subrayar que no había entonces precedente útil de una transición negociada y pactada desde una dictadura que no hubiera comportado una guerra civil. Las democratizaciones más próximas eran las que ha bían seguido en, Europa al fin de la II Guerra Mundial -en Francia, Italia; Alemania, etcétera-, siempre con abierta confrontación interna e intervención militar exterior. No había otras referencias de democratizaciones pacíficas como las que han asombrado después en América Latina y en Europa oriental. Quienes, a mediados de los setenta, propugnaban en España un pacto lo hacían más por el deseo de evitar una nueva guerra civil que porque poseyeran un claro proyecto alternativo. La primera innovación en las vías de cambio se dio en Portugal, pero, pese a su carácter básicamente pacífico, no dejó de ser un golpe militar, y su inestabilidad pronto lo convirtió en un antimodelo. El modelo español de transición fue creativo e innovador, pero precisamente por ello fue improvisado y resultó altamente sorprendente, incluso para quienes desempeñaron en él un destacado papel.
Releyendo ahora los papeles de Fernández Miranda, la homilía de Tarancón o, los discursos del Rey, sorprenden la pobreza conceptual y las vaguedades de léxico. Abundan las referencias a la monarquia "integradora" y a la "concordia", pero nunca se habla claramente de democracia, no se cita a los partidos políticos ni apenas se mencionan las elecciones. Va entonces el lenguaje velado servía para indicar una genérica intención -mantenerse en la legalidad, de procedimientos para salir de la legalidad institucional-, pero no parece que reflejara -un programa de acción muy - concreto.
Es bastante claro, por ejemplo, que en la intención de los reformistas del franquismo no se incluía la legalización preelectoral del partido comunista. A lo sumo se admitía que podría participar camuflado detrás de candidatos sindicales o de asociaciones de vecinos, tal vez como agrupación de electores (como de hecho tuvieron que hacer los grupos de extrema izquierda y los independentistas- en las primeras elecciones). Pero fueron hechos como la matanza de abogados comunistas en Atocha -evidentemente, no planeada por los reformistas ni por la oposición- los que indujeron a Suárez a considerar seriamente la legalización del PCE.
Tampoco el Estado de las autonomías estaba en las intenciones reformistas. En 1976 1977 dominaba todavía la huera retórica franquista sobre la "unidad y variedad de los hombres y las tierras de España". En vísperas de las primeras elecciones, el Gobierno previó para Cataluña un Consejo General formado por los diputados catalanes al Congreso y los presidentes no electos de las diputaciones provinciales. Pero fue la victoria no planeada de la oposición en Cataluña la que movió a Suárez a aceptar a Tarradellas. También contra toda expectativa, el retorno de éste generó un movimiento mimético en todas las regiones que acabó obligando a la UCD a aceptar una descentralización general.
Ni siquiera la elaboración de una nueva Constitución había sido prevista por los reformistas. De hecho, el Gobierno contaba ya con un texto de reforma de las leyes fundamentales del franquismo preparado por ilustres jurisconsultos. Fue la frustración de una mayoría absoluta de UCD la que movió a ésta a negociar con la oposición, y aun tras varios meses de vacilación bajo la tentación de formar una ajustada mayoría parlamentaria con AP.
Más que un plan, parece, pues, que hubo un proceso. El pacto inicial entre los reformistas y los continuistas del franquismo dio paso, de modo imprevisto, a una influencia creciente de la oposición que llevó al pacto constitucional de 1978. La inicial democracia limitada fue así gradualmente ampliada. Como dijo entonces un político catalán: "No hemos ido desde la ruptura a la Constitución, sino que por la vía de la Constitución simultanearemos un proceso de reforma con una meta de ruptura". Es decir, no se siguió la vía de ruptura prevista por la oposición -y hubo, por tanto, poco, protagonismo del pueblo- Pero el resultado final rebasó la reforma promovida por los blandos del franquismo porque, de hecho, tampoco éstos tenían mucho plan.
Josep M. Colomer es catedrático de Ciencia Política, autor de El arte de la manipulación política.
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