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Reportaje:

Sed de luces

En la escuela taurina de la Venta del Batán bullen los sueños y calamidades de los aspirantes a matadores

Javier Sampedro

Los maletillas llaman el valle del terror a esa docena de pueblos ribereños del Alberche, próximos a las lindes de Madrid con Ávila y Toledo. Dicen por allí que montan novilladas al llegar su santo patrón. Pero en una novillada, razona el becerrista Raúl Mateos, lo suyo es que le suelten a uno un novillo, y no esa fiera corrupia de 600 kilos con dos pitones como cimitarras que suele salir por el portón. En el valle del terror los novilleros, en vez de lidiar, tienen que dar brincos y hacer fintas como un Cassius Clay para eludir las embestidas balísticas del cornúpeta. "Hay mucho burro en algunos pueblos de Madrid", se queja Raúl Mateos. "Allí no van a verte torear: van a verte correr".Y correr es, de todas las cosas de este mundo, la que menos le gusta a este muchacho. "Si me coge el toro", proclama con la voz hueca, "será porque me arrímo y me estoy quieto". A sus 16 años, Raúl ya se ha vestido de luces en siete ocasiones'. La primera vez tuvo que alquilar el traje, pero luego se compró uno de 60.000 pesetas y lo pagó en siete plazos. Si Raúl tiene miedo, lo disimula como un profesional: "El miedo es libre y barato, que cada uno tenga él suyo". Si hay algo que le da pánico es fracasar, porque el chaval no tiene otra ambición, otra intención ni otra agonía que la de ser torero.

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Lo mismo le pasa a su amigo César Martín, con quien Raúl se alterna en el manejo del carretón empitonado para ensayar los pases y las suertes. Los padres de César tenían, una gran finca en Salamanca, y cuando iban a vacunar a las reses moruchas, las soltaban un rato para que César les pegara unos capotazos. Ni cinco años tendría el mocoso y ya iba a la plaza de Salamanca a darle los olés a Palomo y al Cordobés padre.

La sequía les torció las cosas a los Martín. Hace un año tuvieron que vender las fincas y venirse para Madrid, donde viven ahora de dar clases de equitación en la Venta la Rubia, cerca de Cuatro Vientos. César se ha tenido que multiplicar por tres. Enseña, a los clientes la monta española, brega con sus estudios de administrativo y asiste por las tardes a la Escuela de Tauromaquia de La Venta del Batán.

La escuela del Batán no sale cara -300 pesetas al mes-, pero tampoco promete grandes oropeles a sus pupilos. Serranito, Macareno, Tinín, Joaquín Pernadó y otras viejas glorias dedican la mitad de su tiempo a corregir el estilo a los becerristas, y la otra mitad a enfriar su ambición. "Entre mil de vosotros saldrá uno adelante", les dicen. Y también: "Ser torero es más difícil que ganar a la Primitiva". Precisamente eso, un premio de lotería, es lo que necesitarían estos dos maletillas. Como dice Raúl, "antes tenías que ser pobre para torear; ahora tienes que ser rico". Lidiar una novillada le cuesta al becerrista casi 200.000 pesetas, que se usan para pagar a los subalternos, a los mozos de espadas y a los del transporte. "El que no tiene padrinos no se casa", sentencia Raúl con un retintín de resentimiento, y remacha: "Hay mucha rata que sólo va a llevarse el dinero".

Pero de su vocación tiene Raúl el más alto concepto. "Esto es lo más sano que hay", asegua, "que aquí no hay vicios malos, ni droga ni alcohol ni nada de eso, porque no puedes salir chutao a ponerte delante del bicho". Además, por más barreras que haya que saltar, Raúl no ve para sí más salida que la taurina. Asegura que no vale para otra cosa, que dejó los estudios el año pasado y que, si no puede ser matador, será banderillero.

De ahí para adelante, los planes los tiene claros: "Lo primero que haré será sacar a mi madre de trabajar, eso lo primero". El padre de Raúl murió hace cinco años. Su madre trabaja de asistenta en Las Lomas, junto a Boadilla del Monte. Raúl le va a comprar una casa donde no le falte de nada. Luego ya vendrá la finca en Sevilla y, por supuesto, el Mercedes: blanco y muy grande.

César y Raúl no se hartan de hablar del arte torero. Cuentan que lo, más difícil es la muleta, que hay que conseguir un repertorio amplio para no andar todo el rato dando derechazos y naturales. Así se pasan las horas, pegando trincherazos y faroles, molinetes y manoletinas, cambiaos y pases de las flores. Cada toro es un mundo y exige su faena. En la escuela del Batán hay de todo. "Hay hijos de papá que van para poder decir: 'Soy, torero", cuenta la madre de César. Hace poco hicieron una novillada en Villalba, y a uno de los alumnos, que era de buena familia, su padre le compró un toro para que se luciera. "A la hora de la verdad", narra la mujer, "el niñato no quería salir ni arrastrado, y lloraba como una Magdalena. Hay muchos así, que van a la escuela para fardar con las niñas. Los que valen son una minoría".

A Raúl le gusta Joselito. Dice que tiene personalidad y variedad en todos los tercios. César prefiere a Víctor Puerto por su buen arte con el capote. "Se ve que quiere", dice, "ha empezado este año y ya ha lidiado 30 toros". Sobre Jesulín arrecian las discrepancias. Raúl sale en su defensa: "¿Cómo no voy a respetar a Jesulín, si hace 156 corridas todos los años?". Raúl disculpa la cuestionada ortodoxia del de Ubrique, porque dice que cada uno tiene su forma de interpretar el toreo, y advierte: "Oye, tu, que los toros cogen, ¿eh?".

"Las niñas estaban todas por Jesulín", asegura la madre, "pero ahora se han cambiado a Francisco Rivera Ordóñez, que es mucho más guapo". César no ve en eso ninguna novedad, y recuerda que todos los toreros siempre han tenido éxito con las mujeres. "Eso, los guapos", discrepa, su madre. "¡Y los feos!", insiste César. Raúl, que estaba asistiendo en silencio a la discusión, exhala un hondo suspiro y lamenta: "Ay, leche, si yo fuera más alto".

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