¿Puede llegar al poder la extrema derecha?
Una encuesta reciente muestra que, en caso de elecciones en Italia, la Alianza Nacional de Fini obtendría más votos que Forza Italia, y que los partidarios del centro-derecha prefieren, y con creces, a Fini antes que a Berlusconi como el jefe del Gobierno que les gustaría elegir. Añadamos que la misma encuesta muestra una subida neta de Refundación Comunista (hasta más del 9%) unos días después de que ese partido de extrema izquierda haya estado a punto de hacer caer a Dini al unirse al ataque del cavaliere Berlusconi contra él. En Francia, el Frente Nacional obtuvo el 15% de los votos, se hizo por primera vez con municipios importantes como Tolón u Orange y avanza con fuerza en una zona en forma de plátano que va del oeste de Francia a Alsacia, pasando por el norte. Además, el Gobierno de Chirac-Juppé ha caído en la opinión de los franceses tanto y tan deprisa que ha dado lugar a una crisis política. Hoy está muy presente en el ánimo de todos una pregunta que nadie se habría atrevido a hacer hace tan sólo unos años: ¿puede la extrema derecha llegar al poder? Por el momento, es posible descartar de inmediato la peor de las hipótesis: nada indica que la Alianza Nacional en Italia o el Frente Nacional en Francia puedan llegar por sí solos a la mayoría e imponer un régimen autoritario en Italia y Francia. Nada prueba, además, que Fini tenga ese objetivo o que Le Pen desee alcanzarlo. Los adversarios de la extrema derecha pierden el tiempo agitando el espantapájaros de un régimen neofascista. El peligro es otro, y más real. De lo que se trata en ambos países es de saber si la derecha se verá obligada a aliarse con la extrema derecha y si será desbordada por ella, al mismo tiempo que esta extrema derecha entra en Ja democracia, parlamentaria. Esa es prácticamente la situación actual de Italia, salvo que las intenciones de voto todavía se decantan un poco más por una coalición de centro-izquierda que sería dirigida por Prodi (más del 52% de las intenciones de voto). En Francia, Chirac, con un mandato para siete años, siempre ha dado muestras de una gran hostilidad hacia el Frente Nacional.La llamada victoria de la extrema derecha es un voto que nace del rechazo del sistema político y, lo que es más, que sustituye la lucha política y social interna por la defensa de una comunidad nacional contra enemigos externos. Y si las dos orientaciones van juntas es porque ya no se cree en el sistema político, dado que ya no es representativo, por que el terreno político, vaciado de su contenido social, se ve invadido por la defensa de la comunidad nacional contra sus enemigos externos, que son tanto la clase política corrupta, embustera y cínica como los extranjeros, sobre todo los inmigrantes clandestinos que se infiltran en el país, se aprovechan desvergonzadamente de sus leyes sociales, siembran la violencia y crean paro. En Francia, el punto central de la ideología del Frente Nacional es la prioridad nacional: que los empleos y las ayudas sociales vayan primero a los franceses, no solamente porque, es lo justo, sino porque las actuales medidas sociales atraen a los extranjeros, que tienen la garantía de encontrar, incluso cuando están en paro, medios de subsistir que pueden completar fácilmente con trabajos negros que quitan empleo a los franceses.
En Italia, donde el número de extranjeros es bajo (menos de un millón según los datos oficiales), una gran parte de la opinión pública cree que son más del doble si se cuenta la inmigración clandestina.
Ese cambio del sentido del voto es todavía más sorprendente, sobre todo en Francia, si se tiene en cuenta que el voto a la extrema derecha se ha convertido claramente en un voto popular cuando antes era, a la vez, poujadista y de la vieja clase media tradicionalista. Hoy, el voto al Frente Nacional es el más importante (cerca del 30%) del voto obrero. Eso da un sentido preciso a la cuestión general planteada aquí: ya se está viendo cómo el Frente Nacional vuelve a ganar terreno entre la pequeña clase media, sobre todo independiente, lo que permitiría a este partido, sólidamente establecido en muchas regiones, tanto en Alsacia como en el sur mediterráneo, rebasar el 20% de los votos y, en consecuencia, obligar a los partidos de derecha a aliarse a él para resistir a la izquierda. Eso pondría a Francia en una situación italiana. Tanto más fácilmente por cuanto en Francia la izquierda parece cada vez más incapaz de atraer el voto popular. El Partido Comunista Francés ha perdido la mayor parte de sus fuerzas, y su imagen lo sitúa en el pasado. El Partido Socialista está muy identificado con los asalariados del sector público y, por tanto, con una clase media, incluso media alta, muy alejada de los estratos sociales en declive, o amenazados por el declive, que votan al Frente Nacional.
La fuerza de la extrema derecha procede, pues, de la conjunción de tres factores:
El primero es de orden social: una parte importante del bloque central, formado en el curso de los 30 últimos años, se desprende y empieza a hundirse. Para no hacerlo, repele por debajo a quienes simbolizan el estrato inferior de la sociedad, es decir, a los inmigrantes.
El segundo es de orden político: los partidos tradicionales defienden los derechos adquiridos de las clases medias. Al satanizar a la extrema derecha acusándola de racismo o de fascismo, aumentan aún más la distancia entre sus electores, que están in, y los de la la extrema derecha, que se sienten out.
El tercero es de orden nacional, como indica el nombre de los partidos de extrema derecha de Italia y Francia. La apertura internacional de las economías, el dominio del monetarismo, la desaparición de las protecciones estatales, el papel predominante del Bundesbank: todo ello provoca una crisis del Estado nacional y de la conciencia nacional, que es especialmente fuerte en el Reino Unido y Francia -los dos países que crearon el Estado nacional-, pero que también está presente en Italia, donde el Sur tiene miedo de ser excluido por un Norte que mira más hacia Bruselas y Francfort que hacia Roma o Palermo.
La conclusión de estos análisis es que la respuesta a la pregunta planteada es sí. Sí, es posible una alianza de la derecha y la extrema derecha basada en el miedo a la caída social, en el rechazo de los partidos y en una conciencia nacional inquieta. Lo que separa una coalición así de la que mantuvo tanto tiempo a la señora Thatcher en el poder es que ésta tenía ante todo un objetivo positivo: enderezar la economía británica librándola de las protecciones y corporativismos que, según ella, la paralizaban, mientras que en Francia y en Italia la extrema derecha tiene miedo a la apertura económica. Mucha gente de la derecha, en Francia y en Italia, quisierá repetir la operación de Thatcher. Es el caso de Berlusconi en Italia; en Francia, Philippe Séguin llega incluso a dar un tono izquierdista a su nacionalismo. Pero la inquietud actual tiene su origen en que es la extrema derecha negativa la que tiende a desbancar a la derecha liberal, aunque sea popular y nacional. Es lo que introduce la pregunta que se deriva de la que acabo de responder. ¿Cómo se puede evitar esta victoria. o este posible predominio de la extrema derecha? ¿Reforzando la orientación nacional y popular de la derecha o, por el contrario, proponiendo una política resueltamente liberal tanto en lo social como en lo ecoriomico- que podría ser dirigida por el centro-derecha o por el centro-izquierda? Italia no ha logrado construir todavía una coalición de centro-izquierda creíble, lo que ha permitido a Dini mantenerse en el poder y realizar reformas por las que los partidos no llegaban a decidirse. Pero sus días están contados y la debilidad relativa del PDS deja a Prodi, líder incontestado, en un enorme aislamiento, porque no puede ser un Dini de la izquierda. En Francia, la situación es más grave, porque la derecha liberal es muy débil, y la izquierda populista aún lo es más. Pero está también rnáscontrolada, ya que el sistema político está sólidamente dominado por un presidente de la República. elegido por sufragio universal. En los dos países, pues, y pese a las profundas diferencias de sus respectivas sit uaciones, existe una posibilidad real de fortísimas presiones de la extrema derecha sobre la derecha. La respuesta más probable -en Italia- sigue siendo, dada la debilidad de Berlusconi, una victoria de la izquierda. En Francia, un nuevo empuje del Frente Nacional llevaría, más que a una victoria de la izquierda, a que Chirac recurriera a Philippe Séguin, el único .capaz de arrebatar la cuestión nacional a la extrema derecha. De todas formas, sería vanoocultar que, en los dos países, la extrema derecha no es solamente una banda de fascistas y de racistas, sino una fuerza social y política importante, capaz de dominar una coalición en el poder y que, por tanto, hace pender sobre los sistemas políticos debilitados una amenaza que no es sólo moral, como superficialmente ha dicho la izquierda tradicional, sino política. Si no quieren que la extrema derecha llegue al poder, los partidos democráticos han de restablecer su representatividad.
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