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Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR
Tribuna
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Un año después

Juan Arias

Hace ahora un año que empecé mi tarea como Defensor del Lector de este diario. Y algunos de los lectores con quienes en estos meses se ha establecido un diálogo telefónico y epistolar me han preguntado cuál ha sido mi experiencia durante este primer año.En primer lugar, por lo que se refiere a las quejas, puedo afirmar que un buen 60% de ellas se ha referido al "modo" de escribir de nuestros redactores. Les duelen a los lectores las faltas de ortografía, de gramática, el descuido en los textos de un diario que ellos consideran de prestigio.

Les han molestado los "infinitos" despistes en las traducciones de otros idiomas, las erróneas transcripciones de nombres extranjeros, el uso constante de "anglicismos" y "galicismos". Y siguen preguntándose cómo es posible que el periódico no cuente con filtros de corrección de los textos.

Los lectores han sido muy sensibles a la titulación, que, a su juicio, no se ajusta siempre al contenido de los artículos, así como a la mala utilización de las fotos de archivo y a los muchos errores en los pies de las mismas.

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Curiosamente no se han recibido muchas quejas sobre la información política o cultural, y sí sobre los temas de sociedad y ciencia, de lo que podría deducirse que los lectores son muy sensibles y atentos a estas últimas temáticas. ¡Ah!, y los más airados son los lectores que encuentran errores en crucigramas, revoltigramas, programaciones televisivas y gráficos de vario tipo.

La inmensa mayoría de los lectores que han manifestado sus quejas y críticas, sea por teléfono o por escrito, han querido subrayar que si se molestaban en hacerlo se debe a que consideran que el rigor de este diario no se debe permitir tales deslices, porque de lo contrario ni se hubiesen molestado en señalarlos.

No pocos lectores que se han dirigido en un primer momento a este departamento de un modo airado, amenazando incluso con dejar de comprar el diario, cuando se les han explicado los mecanismos del periódico, las dificultades que el colectivo de redactores y responsables deben afrontar, han acabado agradeciendo dicha información.

Ha aumentado notablemente el número de jóvenes estudiantes de las diversas facultades de Ciencias de la Información que han empezado a dirigirse a este departamento, sea para exponer sus críticas al diario, sea para dar sugerencias sobre lo que ellos piensan que debe ser el periodismo. O bien para pedir ayuda en la preparación de trabajos para sus estudios relacionados con la ética de la información y la función del Defensor del Lector.

Por último, un número muy importante de lectores nos ha alertado machaconamente durante este año para que "no nos dejemos tentar por un periodismo fácil, escandalístico o poco contrastado" y piden que "su" periódico siga ofreciéndoles una "información completa e interesante, pero rigurosa y segura".

Eso por lo que se refiere a los lectores. Y en cuanto a mi experiencia personal durante este primer año como Ombudsman de EL PAÍS, querría destacar sólo algunas cosas:

1. Que ciertamente no he conseguido todo lo que los lectores hubieran deseado en lo referente a un diario escrito con mayor esmero, menos errores y menos deslices, hijos de la prisa o del descuido. Aunque sí he advertido la voluntad, por parte de los responsables, de querer enfrentarse con el problema. Y los lectores recordarán que el mismo director, Jesús Ceberio, no tuvo reparo en pedir perdón por el cúmulo de errores que se nos escapan y prometió poner todos los medios a su alcance para remediarlo. Por lo que seguiremos esperando que sea fil a su promesa.

2. Que no siempre ha sido fácil el diálogo con algunos lectores, pero que incluso con los más exigentes ha sido posible intercambiarse información e ideas. Sólo en casos que se podrían contar con los dedos de una mano, los lectores no han aceptado el diálogo y, tras habernos lanzado improperios, han colgado el teléfono. Pero he advertido que en general los lectores están interesados en conocer cómo funciona por dentro un diario -un mundo que les resulta bastante misterioso-, o también quién toma ciertas decisiones y si es verdad que los jefes no censuran los artículos de los redactores ni pueden cortar los textos sin advertir al autor.

Y por último se interesan por saber si el Defensor del Lector es libre de abordar en su columna el tema que quiera. ¡Pues sí! O si recibe algún tipo de presiones de la dirección o de la empresa. ¡Pues. absolutamente no!

3. Si tuviera que decir que a los redactores y a los miembros del equipo directivo les encanta ser interpelados por el Defensor del Lector para que rindan cuentas en público de los presuntos errores que les achacan los lectores, mentiría. Pero sería igualmente injusto si ocultara que en el 99% de los casos he contado con la colaboración generosa de todos: desde el redactor más joven hasta el director mismo, conscientes todos de que uno de los principios de este diario, desde su fundación, ha sido no sólo parecer riguroso y objetivo en la información, sino también demostrarlo.

Y eso aunque para ello haya que pagar a veces el precio de tener que rendir cuentas de los propios fallos en un oficio que quien lo conoce por dentro sabe que lo difícil es no equivocarse. Lo que, sin embargo, no justifica los fallos.

4. Y por último, que no en un 99%, sino en un 120% de los casos de errores que nos achacan los lectores, no se trata de una voluntad consciente de manipular los hechos o de entablar turbias connivencias con el poder que sea.

Si ha habido fallos, se ha tratado sencillamente de falta de reflejos, quizá de exceso de prudencia o, en el peor de los casos, de descuido culpable. Pero nunca de deseo explícito de pretender confundir o camuflar la información, cosa que algún lector ha llegado a veces a poner en tela de juicio, probablemente porque ignora que ello sería rechazado, en primer lugar, por el colectivo de profesionales, bien protegido, por otra parte, por un estatuto de la Redacción aprobado también, a su tiempo, por la dirección y la propiedad del diario.

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