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Recuerdos bajo 2.000 kilos de cascotes

Cuatro de las cinco amigas de la Facultad de Odontología que aquel día llegaron "corriendo" al cine Bilbao para no perderse el comienzo del filme Sister Act, también prestaron ayer declaración en el juicio. La amiga que faltaba, Irene Toledo, de 19 años, falleció en la tragedia.

Casi todos los supervivientes coincidieron en que no vieron a nadie sobre la marquesina aquel día. Una víctima, no obstante, aseguró que instantes antes del ruido vio a un hombre desplomarse junto con el voladizo. La marquesina se vino abajo cuando tres obreros desmontaban los hierros del andamio -más de 2.000 kilos- que dos meses antes habían instalado allí para sujetar el cartel de la película. Los obreros trabajaban sobre la marquesina corroída.

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Las víctimas, personas que hacían cola frente a la taquilla y otras que pasaban por la acera, oyeron un fenomenal crujido e inmediatamente después se hallaron en medio de una nube de "polvo, hierros y cascotes".

Un trozo de losa aprisionó de cintura para abajo el cuerpo de Raquel Arce, de 19 años, otra de las estudiantes que lograron sobrevivir a aquel infierno. Raquel perdió el conocimiento, y cada vez que lo recuperaba e intentaba desasirse de las piedras recibía una fuerte descarga eléctrica de un cable que rozaba su cuerpo. Sólo consiguió en una ocasión, acercar su mano a la de otra amiga del grupo [Carmen Bonillo] que quedó aprisionada a su lado.

"La electricidad me salía por la lengua". La corriente le rompió varios empastes. Ahora, sus piernas están llenas de cicatrices, y su cadera, desplazada. Los médicos le han advertido que necesitará una cesárea, si algún día queda embarazada, y su fémur ha sido sustituido por un largo clavo de hierro.

Recordar en la silla de ruedas

Otra de las amigas, Marta Lotero, de 22 años, declaró sobre una silla de ruedas. Su pierna izquierda está amputada. Recordó el daño que ha hecho la marquesina a su familia, de la que depende hasta para levantarse de la cama. "Antes", explicó al juez, "éramos una familia alegre y feliz, y yo era una chica extravertida y jovial; desde entonces somos una familia triste; y no me gusta salir a la calle para que la gente no me vea así. Mi dolor es mío", espetó. ¿Quiere usted decir algo más, le preguntó su abogado: "Sí, quiero justicia".La congoja impidió a María del Carmen Pérez, de 54 años, decir todo lo que quería decir. Tras el ruido, vio a su hermana, con la que paseaba, "sepultada" entre los hierros. Las lágrimas rompieron varias veces su relato.

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