Los chismes de Ritt
La comisaria Bjerregaard 'soporta' cada día a políticos soberbios, ambiciosos, perezosos o ignorantes
El canciller alemán Helmut Kohl y el presidente francés Jacques Chirac son soberbios. Felipe González no tiene futuro. Yves-ThibauyIt de Silguy es un funcionario al servicio del Gobierno francés. Manuel Marín es un ambicioso, y de Marcelino Oreja nunca se sabe lo que piensa. Emma Bonino es una ingenua, Martin Bangemann hace novillos, Jacques Santer no sabe "¡ni una palabra!" de ciertos temas, y Monika WuIf-Mathies es un invento de Kohl. El Parlamento Europeo es una parodia. Los daneses son gente inocente, pero los franceses y los alemanes, unos aprovechados. Éstas son algunas de las cariñosas descripciones que la política danesa Ritt Bjerregaard plantea en su muy personal diario de actividades como comisaria europea del Medio Ambiente. El texto confirma la impresión visual que causa la comisaria: altanera, fría, orgullosa, calculadora... y seguramente muy lista.
No todos en Bruselas piensan que la publicación de su diario ha sido un error político. La aparente humillación de estos días, la autocrítica que ha precedido a la retirada del diario de las librerías danesas, es a juicio de no pocos una estupenda campaña electoral, el primer paso para acceder al gran objetivo político de la comisaria: la jefatura de Gobierno de Dinamarca. Bjerregaard es, en términos electorales, la política más popular de su país. Ya en las últimas elecciones acaparó más votos que el primer ministro. No es tampoco su primer tropiezo con la prensa y la polémica. Sabe ya lo que es defenderse de las acusaciones de manirrota -se le escapó la Visa del Gobierno en un viaje oficial a París- y de otra mucho más bochornosa en el norte de Europa: cambiar de empadronamiento para eludir al fisco. Con ese bagaje se antoja difícil creer que la Bjerregaard ignoraba las consecuencias que tendría la publicación de su diario político.
Bjerregaard da de sus colegas e interlocutores una imagen de ineptitud, de ambición política, de lejanía del ciudadano, que por contraste obliga a pensar que ella es todo lo contrario. Ya es conocido que de Kohl opina que vive en un mundo superior al del común de los mortales: "No pude sacar ninguna impresión sobre este hombre. Sencillamente, estaba como ausente. Creo que no sabía con quién estaba hablando. No puede ni compararse con la gran impresión que me causó Margaret Thatcher cuando la conocí. Ella sí estaba allí, mirando directamente a los Ojos y escuchando lo que decían y contestando. Kohl me dio la mano, pero fue como si estuviera en otra parte".
Sus mayores antipatías, sin embargo, las reserva para Francia. Jacques Delors le parece "hábil y creativo", pero alejado de los ciudadanos. Si Jacques Chirac le parece mal educado por despreciar y hacer el vacío al luxemburgués Jacques Santer, presidente de la Comisión, el comisario Yves-ThibauyIt de Silguy se le antoja "un funcionario público que tiene conexiones con el actual Gobierno francés", y que se dedica a conspirar en los pasillos para impedir que la también francesa pero socialista Eddith Cresson alcance la vicepresidencia de la Comisión.
Las pruebas nucleares francesas son "absolutamente inútiles y un ejemplo típico de la necesidad de los nuevos líderes nacionales; de enseñar a la gente qué duro es el hombre que han elegido. Uno de los comisarios franceses estaba muy enfadado, pero no muy bien preparado", afirma al describir uno de los debates secretos de la Comisión acerca de las explosiones de Mururoa. "Estuvo todo el rato dándole vueltas al tema y diciendo que por qué me metía con eso cuando había tantos problemas ambientales".
Sus otros colegas comisarios no salen mejor parados. De Marín explica cómo fue a su despacho a pedirle apoyo para ser nombrado vicepresidente. A ella no le parecía mal, aunque prefería a la Cresson y le molestaba que la propuesta de Marín implicara también el nombramiento del alemán Bangemann -por quien parece sentir especial repulsión-, porque Marín "no quiere que salga sir Leon [Brittan] porque dice que siempre está creando problemas".
El otro español, Marcelino Oreja, parece merecerle mejor impresión. Le considera un comisario "hábil y competente", pero advierte que a menudo "es muy difícil saber qué cree-representa-piensa a favor de la Comisión". De él parece envidiar que, al comparecer ante el Parlamento Europeo, fuera más hábil que ella misma: "Le hicieron las mismas preguntas que a mí, pero él dio respuestas muy largas y al final muchos de ellos no sabían si había contestado una cosa u otra".
Aunque critica a Chirac por menospreciar a Santer, tampoco ella parece apreciarle demasiado. En una ocasión se enfrentó a él porque la Comisión abrió un proceso contra Dinamarca sin que ella lo supiese. "Fui armada hasta los dientes a la reunión semanal de la Comisión, con notas sobre los antecedentes judiciales e información sobre los posibles procedimientos futuros. Y entonces Santer simplemente no dijo ni una palabra. ¡Ni una palabra!". Ese nacionalismo no le impide afirmar que "todas las declaraciones sobre la independencia de los comisarios respecto a sus países de origen muchas veces sólo son de cara a la galería".
Tampoco le merece mucho respeto el Parlamento. "Vas para contestar una pregunta y todo el proceso parece una parodia". Cuando llegan las votaciones, "tú no tienes que hacer nada, sólo sentarte ahí. A veces están una hora votando y en ocasiones una hora y media".
"En cierto modo los daneses somos muy inocentes", escribe. "Alemanes y franceses son más directos, se esfuerzan mucho para ser influyentes en el sistema, y muchas veces intentan sacar provecho de su cooperación". Su gran referente es el Reino Unido. "Con los nuevos países, especialmente Suecia y Finlandia, creo que el inglés va a ganar terreno. Eso me puede hacer las cosas más fáciles", asegura.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.