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Tribuna
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Prejuicios

La vida te obsequia, a veces, con deslumbrantes despertares: un día de lluvia, por ejemplo. Un magnífico, raro, poroso, melancólico, dulce y añorado día de lluvia. A las siete lo oí por la radio que llovía, y me sentí como cuando era pequeña y se producía el inesperado regalo de la nieve. Vamos bajando -también- el listón climatológico, y puede que un día nos asombre simplemente que el sol salga o se ponga a sus horas regulares. Pero algo tiene de bueno la restricción de la costumbre, en este caso, la de llover: te enseña a volver a mirar. Me vestí con prisas y desentonada, como es normal a esas horas, y salí al balcón para ver cómo el agüita -pequeña, débil, racheada por la falta de entrenamiento- limpiaba las acacias de mi calle.

Ese despertar conectado con la alegría de presenciar fenómenos curiosos o paisajes inéditos tuvo otro ingrediente alentador, que también me llegó por la radio: la voz del astronauta de origen español contándole a la SER 16 que estaba viendo en aquel momento desde el Columbia. Otra vez la cuestión de la mirada: el mundo -en su caso,-el mero mundo redondo de tierra y agua en torno al que la nave espacial da vueltas una y otra vez- se parece mucho a un primer amor, a los ensayos iniciáticos de una gran emoción, cuando lo contemplas desde una ventanilla; la lluvia también, cuando la recibes en el balcón.

En medio de tanta placidez me enteré de los resultados del sondeo del CIS sobre lo que opinamos unos españoles de otros según la pertenencia regional, y, la verdad, se me hundió el día. De repente, ahí arriba sólo había un chulo y vago madrileño aprovechándose. de la ingravidez, y aquí abajo me encontraba yo, nada más que una catalana tacaña que disfruta de la lluvia porque es gratis.

Te lo fastidian todo.

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