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Memoria de FiIipinas

Durante más de tres siglos, desde u fundación en 1571 por Legazpi hasta su conquista por Estados Unidos en 1898, Manila fue una ciudad casi española, pendiente y dependiente de lo que pasaba en la metrópoli imperial. Y aunque no se les ocurra a los filipinos actuales, esa prolongada presencia de España en aquellas islas lejanas permitió que el archipiélago. llamado hoy Filipinas o fuese absorbido por el gran archipiélago malayo que hoy es Indonesia, su espacio natural, y despertase en él, desde mediados del siglo XIX, un claro sentimiento nacional.Pero los españoles de acá no vivían los asuntos de aquellas lejanías tan apasionadamente como vivían los de Cuba, la Perla del Caribe, a la que sentían como más suya que la otra Perla de Oriente. Había para ello una primera razón: la de que ir de Cádiz a Manila era un arriesgado y larguísimo viaje, mucho más largo que el trasaltlántico. Cuando se abrevió en el XVIII, aún tenían las fragatas que doblar el cabo de Buena Esperanza, cruzar todo el Indico y adentrarse en el mar de China hasta avistar la isla de Corregidor, feliz anuncio de que se entraba en la bahía de Manila. Una ruta que exigía meses, azotada por las tormentas y tifones de aquellos mares nada pacíficos, y en la que la muerte de algún pasajero ocurría con frecuencia. Todos sabían que los vientos más favorables para esa travesía soplaban en el mes de julio, al doblar el cabo de Buena Esperanza, para llegar a Manila en septiembre. En octubre y noviembre era peligroso navegar porque ya podían encontrarse de frente los tifones que venían del Pacífico a estrellarse en las costas de China.

El comienzo de la navegación a vapor y la apertura del canal de Suez después de 1869, trajeron considerable alivio; pero tantos peligros y tribulaciones de ese largo viaje hacia el otro mundo explican que, a diferencia de Cuba -más cercana, más rica y eje de la acción imperial- fuesen muy pocos los españoles de Filipinas, los castilas, como allí les decían, con respeto, los autóctonos y los mestizos:, apenas unos pocos centenares en el primer siglo; no más de diez o doce mil en los últimos decenios de la colonia. A añadir, por breve tiempo, los poco más de veinte mil soldados enviados a toda prisa en 1896-1898 para no "perder" 7.000 islas.

Filipinas era un departamento ultramarino muy ligado a la Nueva España, sobre todo desde que el famoso "galeón de Manila" unió comercialmente a esta ciudad con Acapulco, y desde allí con la metrópoli. Un gobernador general regía sus destinos, pero pronto - tuvo su estructura jurídica, con Audiencia, Aduana y Hacienda, junto a la importante presencia eclesiástica, y, no mucho más tarde, una universidad donde se formaron no sólo gente deletras y abogados, sino asimismo médicos y técnicos; los más afortunados con un complemento en Madrid o Barcelona, como fue el caso, de Rizal, el héroe de la lucha política anterior al independentismo. Por la gobernación de Filipinas pasaron muchos de los genera les que se habían destacado en las luchas políticas de la península y, dado los vaivenes de esa política, cuando llegaban a su destino para aplicar una determinada Constitución, ésta. algunas veces había sido ya sustituida en España por el espadón de turno. Filipinas era, además, lugar de deportación de los enemigos políticos, liberales o carlistas, como fue el caso, entre estos últimos, de aquel ultra Pedrosa que había levado a Mariana Pineda al patíbulo.

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Pero perdida Filipinas, los españoles del siglo XX no se preocuparon demasiado de ella, ni pudieron hacer mucho en la paulatina desaparición de la lengua castellana, que todavía hace. cuarenta años aún se hablaba en amplios sectores de la población en el seno de las familias patricias. En mi entorno familiar, por la boda de mi tío-abuelo José Gasset y Chinchilla con la hermana del capitán Enrique de las Morenas, muerto heroicamente en el largo asedio de Baler -uno de los "últimos de Filipinas"- se mantuvo más viva la nostalgia de aquella colonia. Por eso me ha hecho particular impacto la lectura de las Historias viejas de Manila que ha comenzado a Publicar Pedro Ortiz Armengol.

Este diplomático español, bien conocido por su erudición sobre Galdós -y en especial sobre su Fortunata y Jacinta-, se nos muestra como un notable conocedor también de los temas filipinos. Quizá los Episodios Nacionales del gran novelista canario le hayan movido a escribir estas novelas históricas de la presencia española en aquellas latitudes durante el siglo XIX.

Comenzó contando en Dolores Armijo el resignado regreso hacia su esposo de la famosa amante de Larra, y causa aparente de su suicidio. José María Cambronero, su marido, había querido poner esta vez mar por medio al solicitar un alto cargo en la administración de la colonia. Estamos por tanto en 1837 y la malcasada viaja en la misma fragata -la Nueva San Fernando- que conduce el general García Camba, hombre de Espartero, para tomar posesión de la gobernación de Filipinas. Iba el ayacucho con intenciones muy liberales, pero la Iglesia, muy poderosa allí, conseguiría pronto su relevo. En el Te Deum que se celebró en la catedral de Manila "estaban desplegados los poderosos de allí, los manilos sudados, los que contaban con dos, cuatro, seis o más años de estancia, y los lucían como entorchados, también los que llevaba diez anos o más y eran dudosos para el regreso; también otros camagones que eran la flor y nata donde varias razas se mezclaban: insulares o peninsulares, o criollos...".

Ortiz Armengol nos hace ver la vida en Intramuros, el recinto fortificado donde radicaban los organismos oficiales, el ejército, las autoridades y las familias más pudientes (y, que fue convertido en escombros al reconquistar, Manila los americanos en 1945). Nos recuerda asimismo el papel fundamental de los frailes -franciscanos, dominicos, jesuitas, sucesivarnente-, que eran casi los únicos españoles del interior "... laborando por la paz en las sementeras, y poniéndose en medio de las tribus que iban a pelearse y hablándoles en sus lenguas para que aceptasen el escapulario y se fuesen al cielo. con él...". Asistimos al paseo por la Calzada de las señoras de la colonia, en sus calesas, birlochos o sipanes. O salimos al campo, donde vemos a la población rural luchando con sus cortos medios en un entorno difícil (y a veces sorprendemos a algún indígena cazando cocodrilos por un procedimiento semejante al del torero cuando mata un toro recibiendo.

El segundo volumen de la serie, Pasión filipina del hermano Pulé, relata el episodio del levantamiento campesino de 1841; y Décadas isabelinas, el último aparecido, se ocupa de la Manila en los estertores del reinado de Isabel II. Hay anunciado un cuarto con el título de La mestiza Laura y don Agustín.

Creo de gran interés, para quien le importe nuestro pasado, le lectura de estos "episodios filipinos", que pueden romper el gran silencio que cayó sobre aquellas posesiones cuando se perdieron en la batalla de Cavite y en el desgraciado Tratado de París (¡qué buen material hay en estos relatos para una serie de televisión!).

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