Aclamar a Sadam
LA DEFECCIÓN reciente de dos yernos del presidente iraquí, Sadani Hussein -uno de ellos, Hussein Kamel, había sido el zar de la industria armamentista del país-, unida a una serie de disensiones y muertes extrañas en el circuito más íntimo del dictador, pudieron hacer creer que su posición se debilitaba por momentos. Hoy, en cambio, ya no se habla del yernísimo, a quien el rey Hussein de Jordania, que le ha dado asilo, prefiere calladito en casa, mientras que un referéndum, por supuesto que en absoluto democrático, prorroga el mandato de Sadam al menos hasta el año 2002. El referéndum ha cosechado una cifra de síes inverosímilmente próxima al copo de sufragios, bien es verdad que sin que votaran las tres provincias kurdas, virtualmente separadas del país por la fuerza militar estadounidense. Pero sería erróneo creer que una gran parte de esos votos han sido obtenidos a punta de pistola o que haya una verdadera oposición popular al régimen.
En las circunstancias actuales -embargo mundial contra Bagdad y aislamiento del país en los foros mundiales-, es fácil para el dictador excitar el reflejo nacional, el del desafío al mundo entero, para obtener un resultado que, sin alcanzar esas proporciones, también le habría sido favorable con una menor presión del poder.
A fin de cuentas, haber sobrevivido a la guerra del Golfo le permite a Sadam Hussein presentarse ante su país como el vencedor moral de una contienda en la que la derrota militar fue, sin embargo, apabullante.
El presidente iraquí, experto en artimañas de corredor de fondo, reina sobre una nación en ruinas y una sociedad postrada a la que el embargo está matando no tan lentamente. Y para acabar con el bloqueo lo ha intentado todo, aunque muy dudosamente de buena fe. Ha permitido un acceso bastante completo de los enviados de la ONU a sus instalaciones militares, pero siempre se ha terminado por descubrir que ocultaba algo; ha reconocido solemnemente la independencia de Kuwait y ha prodigado aparentes muestras de buena voluntad: como asegurar a intermediarios distinguidos que aceptaría un acuerdo israelo-palestino, asegurando que no tiene la intención de ser más papista que el Papa.
Pero de nada ha servido todo ello puesto que, al margen de la relativa convicción de esos esfuerzos, parece claro que Washington ha condenado a Sadam Hussein, al menos, a no recuperar un puesto respetable en el concierto de las naciones. Ante ello, el líder iraquí ensaya un esquema tras otro, tratando de persuadir cuando menos a una parte de Occidente de que su régimen camina hacia la democracia y que al referéndum le sigue la adopción del multipartidismo en una progresiva apertura política. No es que nadie vaya a comulgar con esas ruedas de molino, pero Francia, deseosa de reanudar una lucrativa relación económica con Bagdad y de restablecer una cierta influencia en la zona, defiende discreta pero tenazmente la progresiva eliminación del embargo. En definitiva, otros aliados privilegiados de Estados Unidos, como prueban las horas extraordinarias que hacen los verdugos de la península arábiga, no resultan mucho más presentables.
Sadam Hussein aspira a durar, y el referéndum es el arma clásica en la panoplia de los dictadores para darse un nuevo resuello y sacarle algo de brillo al latón de una siempre precaria legimitidad. Cuenta el líder iraquí con que si se muestra incombustible a medio plazo, hasta Washington tendrá que acabar reconociendo esa realidad. La pugna dista mucho, pues, de estar resuelta. Esta historia continuará.
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