El Madrid se da una alegría
Los de Valdano se ganaron ante el Salamanca su derecho a confiar en el futuro
El Madrid se dio una alegría en Salamanca. Más que eso: se ganó el derecho a confiar en sus posibilidades, a remontar el vuelo de su fútbol, que hasta ahora era muy bajo. Media hora de brillantez le devolvieron a su mejor estado -un equipo equilibrado, sereno y con clase-, antes de enredarse en otro partido distinto. La expulsión de Milla le puso en una situación muy adversa, que necesitó de otras cualidades: la capacidad de sacrificio y resistencia frente a un equipo que no abdicó hasta el último minuto,
Había, pasión en el estadio, donde se produjo un plebiscito espontáneo sobre la figura de Lillo, que anda metido en guerras con su presidente, uno de esos tipos populistas y bocones que revolotean como pavos reales por el fútbol español. Lillo ganó el plebiscito por aclamación. La gente le quiere. A Valdano no le quieren. los ultras. Eso no es noticia, aunque durante una temporada permanecieron callados, a la espera de los malos tiempos, una actitud que delata el carácter oportunista del grupo radical madridista. "Nos sobra pintura, Valdano vete ya", decía su pancarta. Luego la arriaron: el Madrid ganaba. Así de miserables son algunas cosas del fútbol.
Durante media hora, el Madrid se reencontró con su pasado, con la pelota, con la imaginación, con la alegría, con todas las cosas que le hicieron feliz la pasada temporada. Todo ocurrió después del pistoletazo de Zamorano en el gol. Hasta entonces, el Salamanca había acudido con decisión al campo del Madrid. Jugaba con decisión y ponía en problemas a la defensa madridista, que aguantó a pie firme el chaparrón. Pero la primera respuesta del Madrid fue fulminante. Laudrup midió la carrera de Amavisca y le colocó el pase perfecto: la pelota corrida, por el callejón del diez, y por allí apareció Amavisca, que cruzó hacia Zamorano. Tres toques y un gol espléndido por su precisión.
El partido viró rotundamente desde ese momento. De repente, el Madrid se llenó de salud y recobró todos los valores que le hicieron brillante en la última temporada. Durante media hora sacó su mejor repertoro: el juego tranquilo y sutil, dispuesto para que emergieran sus mejores talentos. En este capítulo, Laudrup tuvo momentos memorables. Iluso a disposición del, gol todas las suertes posibles: taconazos, regates y pases. Los posibles y los imposibles. Cada una de sus intervenciones tenía' aura, la luz de un fútbol hermosísimo. Y a su, alrededor se producía una alegría contagiante, expresada en las innumerables llegadas al área, todas con luz verde hacia el peligro y hacia el gol. Un mano a. mano de Raúl con el portero, una vaselina de Amavisca que desvió Aizpurúa con los dedos, dos tiros de Zamorano y así sucesivamente.
Era el Madrid de los buenos tiempos, un equipo festivo que por fin tiraba sus miedos por la borda, que se animaba a jugar con la grandeza que siempre se le exige. Su única lacra estaba en su dificultad para atrapar el gol. Es decir, permitía la supervivencia del Salamanca, que se sentía desbordado y roto, pero todavía de pie. Le faltaba al Madrid eso que se dice instinto criminal y por esa vía podía verse metido en problemas. Y así sucedió. Milla salió expulsado en el último minuto de la primera parte y el Madrid se encontró con dificultades para rentabilizar su enorme ventaja en el juego y la corta diferencia del resultado.
Al Madrid le esperaba otra clase de examen en la segunda parte. Tenía que medir su seguridad, su estado de ánimo, su capacidad para soportar un gravísimo inconveniente. En general salió bien parado. El partido se alborotó: un equipo tenía que cuidar su ventaja en una condición precaria y el otro necesitaba precipitarse sobre el área. El choque procuró un juego confuso, del que quedó aparcado la clase en beneficio de la bravura. El Salamanca hizo un gran esfuerzo, pero apenas tuvo ocasiones.
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