Abrazado al péndón de Castilla
¡Otras indecentes tablas concluyeron la farsa de Nueva York! Y esta vez de la forma más descarada, aunque carota. Los aficionados han montado en cólera, furibundos, ante semejante contubernio. En espera del verdadero campeonato del mundo entre Kárpov y el asombroso Kamsky, finalizó pues, el seudocampeonato de Nueva York con un simbólico resultado nulo como su nombre indica, y ¡sin jugar! La fantasmagórica asociación minoritaria PCA apañó esta parodia de combate entre Kaspárov y el sexto jugador mundial, Anand: ¡Qué pantomima tan bufa, pero ¡Qué drama para los aficionados y qué tragedia para el ajedrez!Semanas después del comienzo del siglo, Freud cuenta a su amigo Fliess que se pasa el día jugando al ajedrez. Para el siquiatra, el rey y la reina del tablero son imágenes del padre y de la madre. Pensaba que el jugador "conserva sentimientos infantiles hacia sus progenitores incluso a edad avanzada". ¡Cuántos campeones (afirmaba) al atacar al rey adverso quieren en re alidad destruir a su propio padre! Hoy estas tesis freudianas divierten más que sorpreden. Y sin embargo, el factor que distingue a los genios del ajedrez de los mejores jugadores es la pasmosa relación que los primeros tejen con sus padres: Morphy, abrazado al pendón de Castilla en imaginarias murallas de Nueva Orleans, combatió a su padre hasta caer en la locura. Fischer ocultó mágicamente al suyo... y terminó racista. Pero Kamsky, el más original, convierte a su padre primero en su voz y por fin en su escudero. Esta identificación le permite jugar de la forma más sorprendente y armoniosa, pero menos virulenta. Como si su padre fuera el quieto recuerdo de una remota hermosura. Tanto el jovencísimo genio como su padre son las dos personas más injuriadas y maltratadas en el mundo ajedrecístico de hoy. Hasta el punto de que sus colegas redactaron una carta de solidaridad con ellos durante el torneo de Linares. Epístola que vetaron los mercenarios de
Kaspárov. Pero a pesar de esta conspiración de calumnias pronto veremos, al fin, el auténtico campeonato del mundo: Kárpov frente al prodigioso siberiano Kamsky. El pendón del ajedrez volverá a izarse en lo más alto de la hermosura.
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