Pudrirse en la cárcel
Ese chivato matutino (en mi caso) que es la radio, me ha traído la voz de un importante político que pide que los autores del asesinato de Anabel Segura "se pudran en la cárcel". Se trata de un político que debe estar muy identificado con muchos especímenes de eso que llamamos el pueblo, y que somos todos, porque el espíritu de la pudrición lenta como castigo anida, por lo que oigo en el mismo soplón inalámbrico en mucha gente del común que vocifera en el mismo sentido: otros, más circunspectos, piden sólo que la pena sea ejemplar".La petición de que alguien se "pudra en la cárcel" suele ir acompañada, con frecuencia, de protestas de humanidad: soy enemigo de la pena de muerte, pero que se pudran, etcétera. Más aún, estas aspiraciones coinciden con la gozosa eliminación en nuestras leyes del último vestigio de pena de muerte, de hecho suprimida ya desde la Constitución de 1978.
El pudridero es lugar reservado a cadáveres, pudrirse después de muerto es lo normal, salvo pocos casos debidos a la taumaturgia o depuradas técnicas de momificación. Pudrirse en vida es, parece, una contradicción; pues la pudrición, al fin, es la muerte, sólo que lenta y no instantánea, por lo que menos humanitario parece ese deseo de encarroñamiento en vida que el de muerte mediante técnica seca y fugaz, incluso indolora. A lo que se añade la implícita concepción de la cárcel como pudridero, toda una lección de política penitenciaria. Ya sé que en la expresión hay mucho de frase hecha y dicha sin pensar, lo que en personas de responsabilidad es más grave defecto, pero, precisamente por ello, traiciona un sentimiento profundo, veraz, y (para mí) terrible: digamos, por ponemos finos y pascalianos, las razones del corazón, tenebrosas en este caso, que la razón no conoce.
Y eso de que la pena sea "ejemplar", lo que siempre pide alguien en casos de notoriedad especial; todas las penas deben ser "ejemplares", es una de sus finalidades, la ejemplaridad que se deduce de su existencia pública como consecuencia de unos hechos cometidos, y tanto lo pueden ser por más como por menos graves de lo esperado; pero cuando se pide "ejemplaridad" se está diciendo escarmiento, o se cargar la mano; yo no creo que ningún caso, por desastrado que sea, requiera especial onerosidad, sino la que le corresponda, la adecuada, la justa, la legal. Y me parece poco ejemplar que ciertas personas de especial (en este caso sí) responsabilidad pública pidan penas "ejemplares"; ¿por qué no clamarán por pena, sin más, justa?
Soy de los que creen no sólo que la sociedad tiene que defenderse, sino que la culpabilidad existe, y la responsabilidad personal no puede diluirse siempre en ambiguos endosos a "estructuras" sociales, es decir, a terceros. Pero también creo que su atribución ponderada a persona concreta es una operacion delicada, que requiere serenidad y aplomo. Me resisto a pedir pudrimiento carcelario y ejemplaridad específica, o sea endurecimiento, y más si aún no sé ni quién es el autor, ni sus circunstancias. Y creo no sólo en la salvación del género humano por obra de un redentor providencial, sino en la de la bazofia humana, inidividuo por individuo, aunque quiza no siempre; por eso habrá que ver, caso por caso Y con estas barahúndas, en ocasiones, por desgracia, bastante demagógicas, se consigue mala justicia, como ha sucedido y sucede en muchos casos; menos mal que, como hay varios tribunales superpuestos, el que está arriba puede, a veces, corregir la menor serenidad del que actuó asediado por la expresión de una indignación social, con frecuencia entreverada de deseo de venganza o resentimiento.
Cuando más execrable sea el hecho, más serenidad creo yo que hay que pedir, porque frente, a lo crapuloso la unanimidad social se produce con más facilidad. La dureza es a discutir cuando se hace la ley, pero no puede estar determinada por la indignación del momento, la justicia no tiene nada que ver con la ley de Lynch o sus sucedáneos. En defensa de todos y cada uno de nosotros hay que sacar la justicia de las contradicciones de una sociedad en la que gente trémula y llorosa de emoción humanitaria cuando consigue abolir la pena de muerte es partidaria de la guerra sucia, cuando otros claman por la condena penal de una persona como requisito impersonal para que el Estado satisfaga sus legítimas aspiraciones patrimoniales, o cuando piden humanidad y delicadeza en la represión de las transgresiones que ellos cometen, y perpetuidad e infierno en vida para las de otros.
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