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TEATRO

"Vivo una lujosa madurez"

María Jesús Valdés, la Valdés, como la llaman en la profesión, es uno de los monstruos sagrados que intervienen en uno de los montajes con autor extranjero. Hoy estrenará Tres mujeres altas, de Edward Albee, bajo la dirección de Jaime Chávarri en el remozado teatro Lara, recuperado por la Fundación Lara para la escena madrileña.En su caso, y en el de las actrices Magüi Mira y Silvia Marsó, que comparten escenario con ellas se traen entre manos uno de los bomboncitos de la temporada. Albee no sólo es uno de los mitos que quedan vivos dentro de la dramaturgia estadounidense, sino que ofrece una joya que escribió, tan sólo hace un año, inspirándose en su propia madrastra, a la que no tenía especial cariño. A la insoportable señora la interpretan las tres actrices, pero la Valdés ha tenido el valor de asumir el personaje con 91 años.

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"Ha sido un regalo hacer este trabajo en mi tercera vida", dice la actriz haciendo una clara referencia a su propia biografía. La primera vida de la Valdés transcurrió allá por la década de los cuarenta y cincuenta, cuando era una de las grandes actrices, del panorama escénico español. Pero el amor llamó a su puerta y éste era incompatible con las tablas. Se casó con Vicente Gil, médico de cabecera de Francisco Franco y la Valdés desapareció del panorama teatral para vivir lo que sería su segunda vida. Por suerte para el teatro español, la Valdés, dentro del mejor estilo felino, vive ahora una tercera vida debido a la viudedad y los ánimos de sus hijos que la devolvieron a Talía y ha vuelto a demostrar ser la gran señora de la escena. Ahora afírma tener ansiedad por recuperar el tiempo perdido: "Es una nueva etapa de madurez, que no quiere decir senectud, sino una lujosa madurez, aunque yo cuando me miro al espejo digo '¡qué horror!, en lo, que te has convertido', pero los amigos me dicen que estoy estupenda y eso anima", señala.

Tanto en este trabajo como el anterior que hizo en El cerco de Leningiado, de Sanchis Sinisterra, al lado de Nuria Espert, sale su escuela naturalista, sin efectismos ni sobreactuaciones innecesarias. Ello no quita que le cuesten las cosas: "Soy tremendamente observadora y me he pasado la última época fijándome en mujeres nonagenarías, porque este personaje me resultaba muy difícil por la forma en que Albee lo ha escrito, con su manera cortante, casi telegráfica, se me hacía difícil en el escenario. He huido de la viejecita de voz temblorosa porque hay gente de esa edad con voz fuerte, le he dado la espalda a la caricatura para hacerlo lo más natural posible".

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