Anabel ya no estaba
EL SECUESTRO más largo ha resultado el más corto. La peor hipótesis era desde hace tiempo la más probable, pero la esperanza de la familia y amigos de Anabel Segura mantenía viva la llama; sobre todo desde que la casi milagrosa reaparición de la farmacéutica de Olot, Maria Ángels Feliu, a los 16 meses de su desaparición, hubiera demostrado que la conducta de los secuestradores no siempre es predecible, y que algunas veces lo irremediable no acontece.No ha sido el caso. Los captores de Anabel Segura, que ni siquiera sabían a quien secuestraban, la asesinaron la misma tarde que se la llevaron. Al parecer, según han confesado a la policía, porque carecían de medios para retenerla y temían que ella pudiera delatarlos si la soltaban. Al exigir un rescate a cambio de la vida de alguien a quien ya se la habían quitado, y mantener la ficción durante meses y años a despecho del dolor de los allegados a la víctima, los secuestradores demostraron una crueldad fuera de lo común. Por eso ha sorprendido su identidad: personas corrientes, que vivían entre sus vecinos sin que nada delatara una especial violencia o maldad.
Por eso, en medio de la tragedia, resulta encomiable la tenacidad policial que ha llevado a detener a los autores y digno de resaltar que ello haya sido posible merced a la colaboración de ciudadanos solidarios con la angustia de una familia a cuyo dolor. nos sumamos. La indignación que ha producido el hecho dignifica a la sociedad española tanto como la colaboración ciudadana y la solidaridad mostrada a los familiares de la víctima. Pero la ira no es buena consejera para reformas legales o políticas que algunos se han apresurado a exigir. Pedir justicia es inexcusable. Agitar pasiones de venganza en momentos de tanto dolor es detestable y peligroso.
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