La fragilidad de la democracia
La democracia es frágil, y buena prueba de ello es lo que en este momento está ocurriendo en España. El conjunto de noticias que cada día acompañan a los ciudadanos en sus primeros pasos matinales ponen de manifiesto una situación en la que nada está donde debería estar y lo que está en su sitio no funciona. Podría achacarse esta situación a una cuestión de coyuntura política; y sería absurdo negar la importancia que esto tiene en relación con lo que está pasando, Pero sería un grave error creer que lo que está ocurriendo es meramente coyuntural y que un nuevo escenario político reconduciría de inmediato las cosas a su orden.Aquí radica la gravedad del momento presente español: estamos no únicamente en el inicio de una nueva etapa política, sino que estamos, además, generando estilos, comportamientos y actitudes que comportan necesariamente un profundo trastorno en el concepto clásico de la relación institucional. Habíamos definido a lo largo de estos últimos años un esquema democrático de funcionamiento que, a pesar de todas las dificultades de encaje, quería entroncarse en el clásico equilibrio entre los poderes del Estado. Y hoy podemos constatar que este equilibrio ha desaparecido, y que, por otra parte, nuevos poderes aparecen con una gran capacidad de decidir, influenciar e incluso dirigir la acción de los restantes, poderes del Estado.
Los poderes mediáticos, por ejemplo, ya no son simplemente una referencia más o menos novelística sobre la influencia de los medios de comunicación en la conformación de la vida social. Es evidente que la influencia de estos poderes es ahora mucho más decisiva y determinante, que pueden llegar a condicionar la acción política, que no se recatan de Interferir en la acción judicial y que, de hecho, crean y conforman estados de ánimo en la opinión pública. Negar esta evidencia sólo nos conduciría a falsas conclusiones; pero aceptar está evidencia no quiere ni debería legitimar el establecimiento de cortapisas o controles en las libertades que se encuentran en la razón de ser de los medios de comunicación.
Pero deberemos repensar la democracia. Y la deberán repensar los demócratas; que no sea ésta una función que se deje en manos precisamente de aquellos que, de la crisis de la democracia, lo que quieren extraer es la recuperación de instintos totalitarios, incompatibles con el progreso y la libertad. Pero precisamente esta tentación, que existe, impone la reflexión urgente, constructiva, y abierta sobre la necesidad de ir adaptando los grandes conceptos de la democracia a una realidad nueva. La democracia no ha sido un concepto estático; ha evolucionado a lo largo de la historia, avanzando en nuevas vías de participación progresiva de los ciudadanos en la vida política. Se han creado equilibrios, se han buscado fórmulas que garantizasen con mayor eficacia los derechos y las libertades, que limitasen los poderes abusivos de las instituciones. Hemos pasado del Estado democrático también al Estado social y de derecho. La democracia se ha ido adaptando a esta realidad cambiante, para ser en cada momento la expresión permanente de los valores de la libertad.
La crisis política de España nos pone frente a esta necesidad de repensar la democracia. Ciertamente, ésta no es una obligación que corresponda exclusivamente a nuestro ámbito territorial y geográfico; compartimos igual necesidad con el resto de Europa y con buena parte del mundo occidental. Pero la Europa mediterránea vive con especial virulencia las exigencias de esta reflexión. Y es lógico, puesto que no en vano la Democracia huele a Mediterráneo.
Ésta es una tarea urgente, porque si los escenarios políticos cambian, pero la naturaleza de los problemas de fondo persiste, podría generarse una gran frustración colectiva. Si los ciudadanos que quieren desayunarse con noticias menos alarmantes que las actuales, y que para ello depositan sus esperanzas en un próximo cambio político, se vieran después sorprendidos por el hecho de que los problemas subsisten, los comportamientos siguieran siendo los mismos y las actitudes no cambiasen, podrían pasar del deseo del cambio al escepticismo democrático.
Y esto es mucho más grave, mucho más importante y mucho más exigente desde el punto de vista de generar la urgente reflexión sobre cómo salir de esta situación.
La democracia es ciertamente frágil, pero la inhibición de muchos la puede hacer todavia mucho más frágil. Y se produce esta inhibición cuando, por miedo a las consecuencias de denunciar determinados comportamientos, se calla; o cuando, por la gravedad de los hechos que están apareciendo, se omite la defensa de los valores institucionales.
Se fragiliza más la democracia cuando no se usa de ella, cuando se tolera que el insulto sustituya, a la razón o cuando el griterío se impone al sentido común. Todo lo que es denunciable debe denunciarse; pero, en democracia, la denuncia tiene su formas, sus vías e incluso su liturgia.
Cuando la denuncia descansa más en el resentimiento, en la venganza o en la razón estrictamente comercial o económica que en la defensa de la justicia o de la libertad, es toda la sociedad la que se resiente de este estilo y, al final, lo que impera es el galopar a favor del viento por la falta de coraje de asumir la responsabilidad de ir contra corriente.
Repensar la democracia es asumir con rigor la conciencia de su fragilidad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.