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No todo vale

Emilio Lamo de Espinosa

Toda situación, por mala que sea, es capaz de empeorar. Eso dicen los optimistas. Los pesimistas agregan que todo lo que puede salir mal sale mal; y, puesto que siempre hay algo que, puede salir mal, la situación empeorará indefinidamente. Tienen razón los pesimistas, y en ésa estamos: de mal en peor.Pues si hace dos semanas me. quejaba del olvido de la realidad, fascinados como estamos por el culebrón catártico-mediático dé la corrupción, enganchados al chute de heroína de la noticia diaria, más difícil todavía, mejorando su pureza para aumentar el high, este comienzo del tercer acto (primer acto, Roldán; segundo acto, GAL; tercer acto, conclusión) no tiene desperdicio y ni Shakespeare hubiera imaginado este alambicado enredo de intrigas y contraintrigas.

Y ahí tenemos de nuevo el revuelo de la chaqueta de Garzón, los silencios de García-Castellón, la incertidumbre de Moreirás, las visitas próximas de Manglano a la Audiencia mientras Ruiz-Mateos espía a Álvarez del Manzano, De la Rosa chantajea a CiU y Perote le da lecciones al Gobierno sobre cómo manejar los secretos oficiales. Todo presunta mente. Por cierto, ¿se ha enterado alguien de que el Gobierno ha aprobado los Presupuestos de 1996 que deben permitir-impedir nuestra entrada en la unión monetaria y que todo el Congreso rechaza? Ya pasó el drama; estamos de lleno en el vodevil.

Pero, por favor, que no se nos obligue a elegir entre lo malo y lo peor. Que la osadía insensata de Mario Conde, de sus abogados y sus periodistas, sea descubierta y expuesta a la luz del día es algo que debemos celebrar pues sólo pueden vivir en la sombra. De modo que, si la conspiración era propaganda, el chantaje dista de serlo, aunque el ministro Belloch (siempre obsesionado con las etiquetas) intente salvar su cara y su responsabilidad con la retórica de que se trata solo de "presiones al Ejecutivo".Pues se trata de unas "presiones" que han durado nada menos que siete meses, desde el 24 de febrero, en que Conde se reúne con el ex ministro del Interior hasta el scoop de la revista Tiempo, siete meses durante los cuales intervienen un ex presidente, dos secretarios de Estado, un ministro (y no cualquiera, el de Justicia e Interior, además de notario mayor del Reino) y un presidente. Y que en repetidas ocasiones (al menos nueve conocidas) se prestan a escuchar y hablar con mensajeros seudojurídicos (vaya con la deontología profesional) del chantajista en dependencias oficiales. Ello sin olvidar que, al inicio del verano de 1994, el propio presidente había recibido en La Moncloa al ya ex presidente de Banesto, muchos meses después de la intervención. ¿Es realmente tan fácil hablar con esas persionalidades? ¿Es ése el procedimiento para recuperar documentación sensible?

Pues, si grave es el intento de chantaje (no sé si al Estado, con seguridad al Ejecutivo), no lo es menos que éste ha sido posible porque había mucho que ocultar. Y como sabemos desde el Watergate, el cover-up, el encubrimiento, acaba siendo casi tan malo como lo encubierto. De modo que, durante al menos siete meses, el Gobierno de los españoles, el nuestro, el que representa nuestros intereses, ha sido posible objeto de amenazas, chantajes, coacciones, conspiraciones o conjuras (según los gustos). Desde luego, no me gustan nada las andanzas del señor Conde; pero, como español, me preocupa, y mucho, que el mismo Ejecutivo se transforme en una security risk, razón más que suficiente para que en cualquier país se rechace a un candidato a un puesto de nivel medio. Y no me mueve la santa indignación, sino. el sano temor y la prudencia de un ciudadano razonable.

De modo que, si no todo vale contra el Gobierno socialista, a favor del Gobierno tampoco. Y vive Dios que se hace difícil conservar ese equilibrio del que unos y otros pretenden descabalgarnos encerrando a los españoles en el dilema de elegir entre un (supuesto) chantajista y un Gobierno (supuestamente) chantajeable. Por supuesto, me quedo con el segundo, pero, la verdad, prefiero un Gobierno limpio.

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