El Madrid se parapeta en su solidez
Los blancos vuelven a superar los 100 puntos ante el Festina
El mensaje del Real Madrid a sus rivales es inequívoco: para derrotar al equipo blanco es imprescindible mantener un altísimo ritmo de juego los 40 minutos. Al campeón de Europa no le atemorizan las ráfagas de inspiración del enemigo, consciente de que su fortaleza reside en el pétreo bloque construido por Obradovic y proyectado para ejercer la ley del rodillo.Lo hizo en Valladolid ante el Fórum, resolviendo el litigio en la segunda parte, y repitió en la segunda jornada ante el Gijón, al que masacró después del descanso. El choque contra el Festina no representó una excepción; sino, más bien al contrario, la confirmación de que el Madrid va a utilizar con profusión la estrategia del desgaste para así hacer valer la profundidad de su plantilla.
El Andorra, además, no está para demasiados trotes, lastrado por la ausendia del lesionado José Luis Llorente, su jugador más carismático, y el frágil estado de forma de su estrella, Mustaf, que, a pesar de ello, dejó patente su gran talento. Losdel principado sólo resistieron siete minutos (15-17), periodo en el que Henry exhibió sus facultades de francotirador, pero eso era pura anécdota para un Madrid que no dio sensación de brillantez pero, sí de seguridad. Bastó, que los jugadores de Obradovic presionaran más en defensa y encadenaran varios contraataques, habitualmente finalizados por un exclusivo Arlauckas, para disipar, en el caso de que las hubiera, todas las dudas: el 50-37 del minuto 18 ponía a cada cual en su sitio.
Tres triples consecutivos de Loncar en los primeros minutos de la segunda parte llevaron la ventaja blanca al filo de los 20 puntos (82-65 minuto 29), merced, asimismo, a la extraordinaria actitud defensiva en la que, a ratos, se aplicaron los madridistas, abanderados por Savic.
El grupo andorrano, espoleado por la casta de Toño Llorente, no bajó la guardia en momento alguno, pero el discurso blanco no perdía. vigencia: el Madrid, aun a pesar de una falta de concentración pasajera, se mostraba inabordable. Ni siquiera en sus peores momentos de juego -el consabido atolondramiento siempre, presente- concedió al Festina la esperanza de la victoria, que nunca estuvo al alcance de los hombres de Eduardo Torres.
El Real no permitió que su rival se aproximara más allá de los ocho puntos. En la cancha, sin embargo, el distanciamiento se antojaba mucho mayor, porque un equipo, sin aparente esfuerzo, ofrecía la clara imagen de sólido ganador ante otro que exprimía sus recursos al máximo sin obtener nada a cambio.
La permisividad del Madrid en defensa, obsesionados sus jugadores en sobrepasar otra vez la barrera de los 100 puntos para ofrecer diversión a sus escasisimos seguidores, impidió que la clara diferencia de poderío expuesta sobre el parqué se reflejara también en el marcador.
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