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La historia oculta de las mujeres

Hasta una fecha reciente -que a una le gustaría que fuese remota-, la historia, no consideraba, o lo hacía raramente, que la diferencia entre los sexos fuera un factor de cambio, ni siquiera una dimensión interesante. Las mujeres padecían la historia más que hacerla. Eran sus accesorios sus elementos decorativos y pintorescos, sus vícti mas lastimosas o sus servidoras perversas.Para que las mujeres llegaran a la historia, o al menos a la dignidad de un relato que consagre la existencia de un acontecimiento, de un grupo o de un individuo, fue necesaria toda una serie de factores -científicos, sociológicos y políticos- que a su vez fueron testigos del cambio de la rela ción entre los sexos y el saber a lo largo del último medio siglo. Factores científicos: la antropología, la demografía histórica y la sociología condujeron a una nueva evaluación del lugar de la familia, su cultura y sus componentes, y a considerar, además de las edades de la vida, lo masculino y lo femenino como formas de división de las sociedades, algo que modificó el modo de cuestionamiento histórico. Factores sociológicos: la presencia de las mujeres en la Universidad, primero como estudiantes entre las dos guerras mundiales y después también como profesoras (hasta entonces, la mujer era indeseable, en ese medio), desplazó progresivamente el oído y la mirada. Por último, factores políticos: el movimiento de liberación de la mujer, a partir de los años setenta, tuvo efectos casi inmediatos sobre el conocimiento, a la vez empíricos (búsqueda de las raíces, de los textos, de las pioneras ... ) y epistemológicos. Fueron necesanos 20 años, casi una genera- ción, para que las mujeres conquistaran su doble categoría de sujetos y objetos históricos: alguien que habla y del que se habla. No sólo están interesadas en hacer visible lo que estaba oculto, en narrar -sobre las mujeres en tanto que tales sobre sus trabajos y sus días, su lugar y sus murmullos-, sino en comprender su relación con el otro sexo. De ahí la noción central, de género, la idea de que la diferencia de los sexos no es un dato inmutable de una naturaleza que no se puede encontrar, sino una construcción cultural cambiante, con figuras contrastadas, cuya historicidad es el, objeto mismo de la historia.

A la luz de esto, muchas cuestiones pueden ser revisadas y replanteadas. Por ejemplo, la historia de la emancipación contemporánea de las mujeres, presentada en sus últimos fulgores, bien como una ruptura, un acontecimiento, casi una revolución inesperada y sin raíces, bien por el contrario, como el fruto maduro de una modernización ineludible. modernización económica que rompe las cadenas de las comunidades locales y familia res e individualiza a la mujer asalariada; modernización cultural, a través de la ex tensión de una alfabetización indispensable para la comunicación en el ejercicio progresivo de la democracia; modernización científica, por último, a través de los avances de la medicina que salvaron a las muje res de la muerte de parto y, al salvar también a los niños, redujeron las exigencias de la procreación. Después vinieron los anticonceptivos, y la píldora liberó a las mujeres de la antigua maldición. Innumerables estatuas muestran a las mujeres agradecidas al pie de sus liberadores. Desde luego.Pero ¿qué se dice de las largas luchas de las mujeres por el dominio de su cuerpo, libradas al principio en el secreto del ámbito privado? ¿Qué se sabía antes de las ciones de las historiadoras en oscuros documentos judiciales que muestran la resistencia de las mujeres a la violencia conyugal y su rechazo a, las matenlidades no deseadas?

El feminismo ha sido constantemente ridiculizado y minimizado porque altera la imagen de suavidad femenina elevada al rango de rasgo cultural nacional. Se habla de sus arpías, se alega su debilidad, en particular la política, puesto que se considera a las mujeres indiferentes al derecho al voto. ¿Movimiento social? Apenas. "Nuevo movimiento social", se dice del movimiento de liberación femenino como para subrayar mejor su carácter excepcional. Como si no tuviera ni estructura ni precedentes. Es una forma clásica e insidiosa de la negación. Pero ¿qué ha traído exactamente el movi miento?

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Por lo que respecta a Francia, por ejemplo, los cambios son drásticos. Las mujeres gozan de una longevidad excepcional, con una esperanza de vida de 80,7 años, frente a 72,5 años en el caso de los hombres, lo que hace que ellas sean mayoría. Han con quistado el derecho al trabajo, a la cualificación y a la profesión. Han alcanzado ta sas de actividad sin precedentes, también entre las mujeres casadas. El peso de la fa milia se ha aligerado. Las mujeres, más in dependientes económicamente, se casan menos, con más circunspección, no dudan en divorciarse y están dispuestas a asumir solas la carga ¿le los hijos. Las mujeres han adquirido el dominio sobre su cuerpo. El derecho al aborto ha sido reconocido y recientemente confirmado. Los anticonceptivos están muy extendidos y el uso de la píldora es generalizado.

Por otro lado, es fácil mostrar los límites de esas conquistas, y sobre todo su fragilidad. En lo que respecta al trabajo, la igualdad real sigue siendo un espejismo. El 70% de las mujeres se dedica al 30% de las profesiones llamadas femeninas y consideradas al mismo tiempo subcualificadas y mal pagadas. A esta concentración horizontal en sectores se une una clasificación vertical que concentra a las mujeres en las tareas de ejecución. Es más infrecuente que lleguen a los cargos directivos, sobre todo en los asuntos económicos y financieros. El reparto de las tareas caseras avanza poco. Desde luego, los electrodomésticos han aliviado a las mujeres de una gran parte de los trabajos del hogar, pero el tiempo liberado se ha reinvertido con creces en los cuidados dedicados a los niños, ese capital moderno. Doméstica o políticamente, la ciudad sigue estando en manos de los hombres. Pero todavía es más impresionante observar la fragilidad de los logros femeninos, la forma en. que se los hace retroceder, se los recorta, se los pone en cuestión e incluso se los considera como una fuente de problemas. En la contratación se prefiere a los hombres, se lleva a las mujeres al paro y se sugiere que las casadas podrían retirar se del mercado laboral.

La igualdad de los sexos no viene dada por la naturaleza de las cosas. Es más bien una larga y difícil conquista de un proceso de civilización, inacabado, cuyos obstáculos han sido innumerables. Para superarlos ha sido sin duda necesaria la complicidad de los varones, pero sobre todo la energía de las mujeres para hacerse reconocer como personas y no solamente como los miembros de una familia soldada por el matrimonio, la piedra angular de la dependencia femenina. Fue necesario rechazar los matrimonios concertados, aceptar la arriesgada soledad del celibato, luchar por el derecho al estudio, a una profesión, a la escritura; dar un portazo, marcharse, reivindicar. Frente al oceano de las mujeres sumisas -pero ¿lo son alguna vez completamente y en todo momento?- que se adaptan con ardides y astucias, el siglo XIX está repleto de siluetas de mujeres atareadas y rebeldes, de mal carácter o melancólicas, combativas o simplemente soñadoras, famosas o anónimas, empeñadas en labrarse un destino. A través de la multiplicidad de sus existencias tejieron poco a poco una conciencia de género que precede o acompaña al feminismo más formal y constituye una opinión de las mujeres sin la que no habrían tenido influencia.

La emancipación de las mujeres, fruto de una voluntad que supo explotar las posibilidades de la interacción, no es solamente el producto de las circunstancias, sino también su obra. No está terminada, es frágil y está amenazada incluso en su memoria. Exige vigilancia y solidaridad. La historia de las mujeres, igual que la del mundo -de la que forma la trama-, es una historia interminable que no se acaba nunca de escribir ni de hacer.

Michelle Perrot es historiadora y ha codirigido con Georges Duby los tres volúmenes de la Historia de las mujeres en Occidente. Este artículo es un extracto del aparecido en el suplemento de Le Monde sobre a Conferencia de Pekín.

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