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Tribuna:LA VUELTA DE LA ESQUINA
Tribuna
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Palmetazo ecológico

Alguien dijo, en momentos d6confusión: "Ya no sé si. soy de los nuestros". Poca gente está plenamente segura de los demás, ni de sí propio, aunque la banal referencia sólo tiene lejano parentesco con alguna de las reflexiones que me ha deparado el verano. Sucedió el nimio acontecimiento mientras disfrutaba de la hospitalidad de unos caros amigos. Con desacostumbrada puntería, valiéndome de la servilleta, derribé a una abeja, avispa, o cualquiera que fuese su identidad, cuando planeaba sobre los postres, durante la morosa sobremesa. Gesto intrascendente, que congeló durante unos momentos, la amable tertulia.En voz queda, pero perceptible, la adolescente que se sentaba cerca de mí, expuso: 'Eso no se debe hacer". Había reproche en el tono de aquella representante de, la tercera generación. Tardé unos segundos en comprender que se censuraba el gesto violento y certero con el que había, exterminado al insecto. Más adelante me informaron que los progenitores -a, cuyos abuelos ya conocieran simpatizantes, así, duos, adheridos o prosélitos budistas, supervivientes de, aquellas temerarias excursiones a Nepal y lugares próximos, que tan en boga estuvieron. Lejos de este propósito la menor crítica o reparo teológico hacia su persona de fino y amable trato, a quienes aprecio y considero. La acerba opinión, no obstante, me pareció injusta. Si no en la primera fila, figuro entre quienes evitan producir daño innecesario a cualquier ser ,vivo, sin tener que recurrir a las póstumas y nunca previsibles reencarnaciones en suietos de la más extravagante -índole.

Durante el verano, nuestro cuerpo descubre mayores superficies, abrumado por los calores y la estación coincide con el empeño de himellópteros y dípteros en demostrar su molestísima enemistad, en manera alguna provocada. La mosca, cuyas patitas vaya usted a saber dónde acaban de posarse, planea sobre la miga de pan ose entretiene en el borde del vaso; un moderado aspaviento la aleja, aunque son de terca condición, especialmente las manchegas, mis paisanas de nacimiento. Como cualquiera, he padecido el ataque de individuos de diversas especies, y las consecuencias inmediatas siempre fueron dolorosas, e irritantes: piojos, chinches, cínifes (¡qué traición a tan bello nombre!); el temible, tábano o el escorpión campestre, incluso la amenazadora quietud de la araña,pronta a recorrer, velocísima, por el pegajoso laberinto, del que ninguna presa sale indultada.

Para aliviar, con tacto, el incidente, caímos en la digresión académica sobre esta plaga estival. "Sólo la hembra de mosquito pica y levanta "ronchas". En la revista Elle, del mes de agosto, trata el tema, con gracia, una conocida periodista de, televisión, Christine Bravo de, clara ascendencia española, según el apellido. Las mosquitos -sostiene- agreden, no por maldad intrínseca, sino porque necesitan sangre para nutrir a sus numerosas larvas. Deduce la escritora que el argumento, es de peso y que cualquier lectora de la prestigiosa publicación haría, otro tanto por la prole.

Reconoce, empero, que no deja de ser injusto el exterminio de los infelices machos, completamente inofensivos.¿Cómo, pues, reconocer el género que, por su comportamiento, diferencia a unos de otras? Instruido por una somera enciclopedia, a fin de justificar la legítima defensa, con argumentos científicos, planteé, más tarde, la cuestión, ante los recalcitrantes protectores de toda clase de animales, desde la cría del -rinoceronte al anófeles más dañino, en la versión hembra. La futura sintoísta se había informado, asimismo, aun sin descartar la circunstancia, casi exculpatoria, de que millares de futuros insectos precisan de nuestra hemoglobina para subsistir, teoría que, de ninguna manera, comparto. Lamentaba el inclemente destino de los desdichado! machos, que no causan mal ni molestia alguna: se limitan al trabajo de libar pacíficamente de las flores y a la tarea -sucia a, mis ojos y mi epidermis-de fecundara las congéneres.

Un problema de conciencia, de fácil solución: no hay más que fijarse en sus antenas y mandíbulas.

Dice la colega Bravo, que si son plumosas, descartamos, la aprensión: es chico. Sólo si se presentan finas y tiesas y observamos seis afilados estiletes en el labio superior, está justificada la acción defensiva, pues nos las habemos con una presunta madre. ¿Ven qué

sencillo?

La jovencita se batía en retirada. Un insistente, y leve sonido nos rondaba y percibí, sobre la tersa y dorada piel de su antebrazo, el ominoso aterrizaje del bicho; debía ser del mismo sexo, pues clavó el porízoñoso aguijón" que produjo el tardío e inútil. manoteo. Minutos después, un círculo difuso, un enrojecimiento antiestético proclamaban que docenas, cientos, miles de futuros mosquitos recibirían la salvadora savía humana.

En aquella casa estaba proscrito el aerosol, por' respeto a iodo síntoma vital y para no agravar el lamentable estado de la capa de ozono en la Antártida, por lejos que nos pille. Al día siguiente me permití ofrecer a la muchacha un instrumento, cuyas propiedades preventivas se unían a la más alta cualidad ecológica: una palmeta, de largo mango de plástico, que me costó poco más de 30 duros. No se enojó. Tras pasar la yema de los dedos por la ardida piel, el brillo polémico de sus bonitos ojos fue sustituido por un vengativo destello. "Gracias", murmuró, al envolver el utensilio en un periódico. La palmeta había ganado una adepta.

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