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Reportaje:

Tradición enrollada

La familia Cañas fabrica y vende barquillos desde hace cuatro generaciones

Los Cañas no tienen vacaciones. Los numerosos miembros de esta familia, dedicada a la fabricación y venta de barquillos desde hace cuatro generaciones, tienen en las fiestas veraniegas su temporada alta de trabajo: la Corrala, las verbenas agosteñas... obligan a salir con la barquillera al hombro en busca de clientes para la golosina más enrollada, el barquillo.Entre hermanos, primos y sobrinos son siete los que siguen, por lo menos esporádicamente, el oficio de su padre, Félix, que a su vez lo heredó de su padre y de su abuelo. Una tradición, poco común: los Cañas presumen de ser "los únicos vendedores ambulantes" de barquillos que quedan en Madrid. Su oferta se completa con obleas (galletas), parisienes (barquillos redondos) y cortos (los pequeños).

En los tiempos de su abuelo y su bisabuelo, recuerda un miembro de la cuarta generación, Julián, de 26 años, había muchos más vendedores y la gente compraba barquillos con la naturalidad que ahora compra chicles. Pero por aquel entonces no sólo abundaban los vendedores, también eran numerosos los fabricantes.

La familia Cañas mantiene las dos facetas. En su minúsculo obrador, situado en el patio la calle del Amparo, 25 (Lavapiés), Julián prepara los barquillos como lo hacían sus ancestros a finales del siglo pasado. La receta antigua -harina, azucar, canela, leche y huevo- ha perdido los dos últimos ingredientes, pero sigue tan secreta como siempre ante los oídos extraños.

Ahora, ya acabadas las verbenas, llegan unas semanas algo más tranquilas para los Cañas. Han perdido también uno de sus escenarios de venta: las terrazas. "Los dueños no nos dejan vender en ellas", afirma Julián. A partir de septiembre, la plaza Mayor y el parque del Retiro son los lugares elegidos por los miembros de esta familia, que cargan la barquillera al hombro, ataviados a la castiza: gorra tipo parpusa, chaleco y pañuelo al cuello.

Pero el negocio ha atravesado sus crisis, según cuenta Pablo. Tiene 51 años, aprendió a hacer barquillos con Félix Cañas, y aún hoy pasa todos los días por el taller. Recuerda una época en la que los vendedores de barquillos casi habían desaparecido: "En 1957, los guardias nos quitaron las barquilleras porque la venta ambulante estaba prohibida. Durante cinco años, fabricábamos cometes para las heladerías de medio Madrid". Además, llegó la competencia de la fabricación industrial. En 1978, por fin, los Cañas conseguían la licencia para la venta y salían otra vez con las barquilleras decimonónicas, coronadas por la rueda de la fortuna. Pero donde antes se podían ganar hasta 20 cortos, ahora son 10.

Comprar barquillos sigue teniendo mucho de juego.

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