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GUERRA DE LOS BALCANES

Vacío étnico en la Krajina

La ofensiva croata despuebla las ciudades de la región secesionista serbia

Juan Carlos Sanz

"Les dimos 24 horas de plazo para que pudieran abandonar la ciudad, si así lo querían, antes del pasado domingo y sólo se han quedado unos 40 viejos", sentenciaba ayer en la ciudad desierta de Obrovak el mayor Mimar Ashley, número dos del servicio de inteligencia militar en la región de Zadar-Knin.Las desvalijadas casas de Obrovak -45 kilómetros al este de la capital del centro de la costa adriática, llegó a tener más de 11.000 habitantes en 1991, un tercio de los cuales eran croatas y huyeron entonces ante las amenazas de la mayoría serbia- tenían las luces encendidas la colada tendida y los refrigeradores repletos de alimentos. Resulta difícil entender cómo la población serbia de este estratégico nudo de carreteras, huyó de manera tan precipitada.

Lo mismo ocurría en Benkovac, 30 kilómetros al sur de Obrovac y el único distrito de la Krajina que llegaba hasta el mar, en las cercanías del puente de Maslenica, vital para las comunicaciones del norte de Croacia con la costa dálmata.

Benkovac, que presentaba evidentes muestras de haber sufrido el castigo de la artillería croata, contaba con 33.000 vecinos, con un porcentaje de serbios del 57%. Desde las cuatro de la tarde del pasado sábado ya sólo queda un puñado de ancianos.

Dos de las más importantes ciudades de lo que fue la República Serbia de la Krajina han sido borradas del maldito mapa étnico de los Balcanes.

Dinero de recuerdo

Los billetes de dinares emitidos por el Gobierno de Knin alfombran las calles de la Krajina. Ya sólo sirven como trofeos de guerra de los soldados de Zagreb o como recuerdo para los periodistas, que ya empiezan a estar acostumbrados a recorrer ciudades fantasma saqueadas.A vuelo de pájaro del puesto de control de los cascos azules jordanos que aún siguen en la antigua línea de demarcación y entre las colinas que coronan el profundo tajo del río Zrmanja, una unidad de reservistas croatas recién desmovilizados regresaba a casa en un camión con matrícula del antiguo Ejército Nacional Yugoslavo (JNA).

Los carros de combate que irrumpieron en Obrovac pisotearon una pila de elepés de Bob Dylan, lke & Tina Turner y los Rolling Stones. Y las gallinas, los perros, como en todos los pueblos abandonados, siguen una carrera alocada sin la rutina que se ha perdido por el vacío humano.

La desolación les sorprendió cuando comían, seguramente el jueves por la noche. Se celebraba un banquete en el restaurante de la calle Mayor de Obrovac en torno a fuentes de chuletas de cordero de la Krajina. Pero nadie tuvo tiempo de pedir el. postre antes de que empezaran a estallar los escaparates de la peluquería, el taller del zapatero remendón o la cercana zapatería de la esquina. En algunos establecimientos sólo quedaban las perchas. O el desbarajuste de una oficina de contabilidad con la caja fuerte descerrajada.

El mayor Ashley lo intentaba explicar, en un impecable italiano, en un caserón de las afueras de Benkovac. "Los serbios desvalijaron las tiendas antes de emprender la huida... Es posible que haya habido algunos casos de pillaje entre voluntarios croatas que procedían de esta, zona". En ese preciso instante pasó a su lado un soldado en una motocicleta con matrícula serbia. "¡Quítale la placa, capullo!", le gritó, según la aproximada traducción facilitada por un periodista local.

La desmovilización general ordenada por el Gobierno de Zagreb, a pesar de que aún se sigue combatiendo en el norte de la Krajina, ha sembrado las carreteras de vehículos sin matrícula con soldados que regresan del frente. Pero nadie se ha preocupado de llevarse de Obrovovac el cuaderno de calificaciones de bachillerato del estudiante Krica Srecko, nacido en Zadar en 1973, y en cuyo expediente aparece borrada con tinta roja la mención a su condición de croata. Los combatientes croatas sólo se bañaban ayer en el río de la ciudad de los serbios. Uno de ellos, también un estudiante croata de 26 años los resumía todo así: "Hemos hecho esto porque amamos a nuestro país".

Visitas guiadas

"No ofrecieron resistencia, hubo algún disparo en lo alto de Obrovac, pero cuando llegamos aqui ya no quedaban defensores y fue muy fácil tomar Obrovac", impartía su clase el oficial de inteligencia croata en las ya habituales visitas guiadas a las ciudades conquistadas. Al menos nueve serbios fueron capturados y conducidos a la comisaría de policía de Zadar. "Es un asunto civil, al Ejército ya no le compete este asunto", matizó Ashley, antes de destacar que la Iglesia ortodoxa había sido respetada por los vencedores.Poco después, en las afueras de Benkovac, Marta Tepkc, de 80 años, y sus vecinos, el matrimonio formado por Sretko Gnatovic, de 63, y su mujer, Katarina, de 60, repartían vasos de limonada serbia entre los soldados. "Vinieron todos de las aldeas cercanas y se estremeció la ciudad, luego se fueron y sólo quedamos unas pocas familias", intentaba recordar Katarina. En esta población se observaban al menos dos docenas de casas quemadas entre las viviendas saqueadas. Alguien recogía fotografías de las vacaciones de unos desconocidos con semblante nostálgico, mientras un empresario de materiales de construcción de Zadar había pegado con esparadrapo su tarjeta en la puerta de un taller metalúrgico. Tal vez era suyo en 1991.

Hasta el párroco croata de Benkovac había regresado ayer tras cuatro años de exilio. El sacerdote católico Iván Mustac, acompañado: por dos monjas y dos seminaristas. Su primer trabajo en su antiguo destino ha sido oficiar tres funerales. Frente al hotel donde ha instalado su cuartel general el Ejército croata, custodiado por soldados de las fuerzas especiales -cabeza rapada y boina roja-, una pintada en inglés es la despedida de quienes abandonaron la ciudad un día después de que estallara la ofensiva. "Terror zone", era la advertencia que dejaban atrás los periodistas cuando el autobús militar enfilaba de nuevo el bullicio de agosto en la costa adriática.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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