El ascenso
A Juan Alberto Belloch le gusta mucho el manifiesto de Enimanuel Kant Por la paz perpetua. Tanto que lo ha prologado y ha auspiciado una edición con estudio crítico de Roberto Rodríguez Aramayo, curiosamente titulado De la incompatibilidad entre los oficios de filósofo y rey o del primado de Ia moral sobre la política.Absténganse los filósofos de pronunciarse sobre el ascenso, al generalato del coronel Rodríguéz Galindo, y si los filósofos se abstienen, propietarios del lenguaje de precisión que pone nombre a todo lo que tememos, ¿qué podemos hacer escritores y periodistas, simples especuladores y opinadores? Seguramente todos los Estados tienen los generales que se merecen y son generales todos aquellos militares que se lo merecen, no sólo por la lógica interna del escalafón, sino por la de los servicios prestados al interés general.
Es el caso de Rodríguez Galindo, el señor de Intxaurrondo. Creo que ha resuelto unos 500 asuntos relacionados con el terrorismo, y yo he visto con mis propios ojos, en las fotografías, la cantidad de armamento que ha decomisado a los etarras, en difícil competencia con varios ministerios del Interior y con Paesa, que se equivocaban en el tráfico de armas y acababan suministrando pistolas a ETA para que Rodríguez Galindo las recuperara. ¡Uff! ¡Estos civiles! Era, ha sido, el cuento, el mucho cuento de nunca acabar.
Del manifiesto de Kant extraigo una afirmación de aquel idealista iluminado que oponía la moral a la "política de astucia" del pragmatismo incondicionado de la acción política.
El fin, al parecer, justifica los medios empleados por el ya general para rescatar las pistolas que se le iban perdiendo al Ministerio del Interior.
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