Aprendiz de anarquista
Francisco Simancas llegó a Madrid en 1917, recién cumplidos los 15 años, desde su pueblo de Burgos, y ha celebrado los 93 en un piso que mira a la Dehesa de la Villa. De todos los libros que ha escrito y publicado desde su vocación y oficio de escritor tardío, ninguno tan apasionante y rico en experiencias como el que forman las páginas de su vida errante y perseguida. Simancas, que conserva una cabeza lúcida y, una memoria afinada, no puede remediar equivocar se alguna vez con las fechas que jalonan su biografía con el paso por las diferentes cárceles que castigaron pero no domaron su talante libertario. Simancas es tuvo preso con la dictadura de Primó de Rivera, con la República, en la guerra y después de la guerra, desde que a los 19 años fue a parar al abanico, que era el nombre que le daban sus inquilinos, a la cárcel.Francisco Simancas vino a Madrid para estudiar en la Escuela de Comercio y residió como interno en una academia instalada en el número 2 de la calle de la Montera, pensión familiar y pedagógica. A los 16 años Simancas era un joven aprendiz de señorito católico que frecuentaba las iglesias y repartía su escasa paga con los pobres que se amontonaban a las puertas de los templos. Una fotografía de Alfonso, retratista puntual y certero de casi un siglo de historia, le presenta atildado y engominado como un petimetre de la época; en otra instantánea aparece su cabeza surgiendo de los pliegues de una capa española, prenda característica que le valdría pronto entre sus amigos el alias de Konde Drákula, con dos kaes, seudónimo que hará suyo décadas después para firmar al gunas obras jocosas, certeros epigramas dedicados a ministros, gobernantes, obispos y figiurantes de la escena política y social.
El Konde Drákula perdió la fe en los pobres y en la caridad cristiana cuando supo que los mendigos a los que entregaba semanalmente el 50% de su asignación, dos pesetas y cincuenta céntimos, se habían montado una lucrativa cofradía de mensajeros especializada en entregar discretamente notas y cartas de amor entre feligresas y feligreses que concertaban en misa sus citas clandestinas. Poco tiempo después, mientras asistía a un sermón piadoso en las, dependencias de una iglesia, Francisco Simancas fue asaltado y prácticamente violado por una fogosa aristócrata amante del peligro, que se echó encima aprovechándose de la penumbra.Francisco Simancas iba para golfo de café, timba y burdel hasta que le enchironaron por correr delante de los guardias y le enviaron seis días con los micos, sección de jóvenes de la Modelo. No tardaría mucho en repetir la experiencia, un provechoso mes y medio de reclusión durante el que tomó contacto con las ideas anarquistas que ya nunca le abandonarían. Francisco Simancas se considera a sí mismo como un aprendiz de anarquista y aún se esfuerza a diario en el aprendizaje. Había cumplido ya los 80 años cuando empezó a cobrar su pensión de mutilado de guerra y comandante del Ejército republicano. Cuando volvió del último exilio de Argentina, jubilado corno inspector de autobuses públicos a los 70 años, Francisco Simancas se inició como escritor, editor y vendedor de sus propios libros en sus puestos del Rastro y de Vallecas. Durante la guerra había ejercido ocasionalmente tareas de corresponsal, pero sus primeros libros serían sus recopilaciones de sonetos y epigramas políticos y los recuerdos y comentarios de su vida libertaria, libros y folletos sobre Cipriano Mera, Durruti y Ascaso, y obras de más envergadura, como Colectividades y persecuciones, Hombres en la lucha, Pablín el asturiano, El grillo, Carapálida o su Viaje a Estocolmo. Retazos de la memoria y la experiencia que sigue anotando a diario en sus cuadernos cuando le dejan sus muchas obligaciones y sus numerosos amigos. Simancas se ha hecho últimamente vegetariano sin extremismos se levanta de madrugada para hacer gimnasia sueca y trabajar en sus libros, a las siete se mete en la cama para escuchar los primeros noticiarios luego va a hacer la compra al mercado de Maravillas y cocina para él y para su compañera, que se ha quedado ciega hace poco y ha aprendido en tres meses a leer en Braille. A Simancas le queda tiempo para pasear y trabar contacto con la gente, asegura comprender y llevarse estupendamente sobre todo con los jóvenes, a los que enreda fácilmente con sus pequeñas y, grandes historias. Fugas de cárceles, acciones de guerra, pasos clandestinos de frontera, Durruti o el futuro mariscal Tito en la Casa de Campo, Federica Montseny, sus años en Dunkerque o Buenos Aires. Simancas sigue escribiendo, tiene más de un libro inédito y en estos días de verano, en casa de unos jóvenes amigos, avanza el contenido de lo que sin duda será su libro más polémico y, paradójicamente, más actual, el que cuenta sus conversaciones y sus paseos diarios en la cárcel, durante la República, con el diputado por Mallorca, y banquero Juan March. "Un día", cuenta Simancas, "vino un funcionario a decimos a un compañero y a mí que don Juan March quería hablar con nosotros. Aunque esas comunicaciones estaban prohibidas, a él le dejaban ha cer lo que le daba la gana, y así estuivimos tres meses paseando y hablando con él". Juan March recibió al gunas lecciones, no aprovechadas, sobre el anarcosindicalismo y llegó a ofrecer armas y dinero a los libertarios para derrocar a la República. Los dos anarquistas se negaron, por supuesto, a aceptar la extraña oferta; la revolución de los pobres no se podía hacer con el dinero de los ricos. Desgraciadamente, otros escucharon de diferente manera sus propuestas y Simancas seguiría pagando muchos años de cárcel, persecución y exilio sin abjurar de sus ideales.
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