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Humanos

Ángel S. Harguindey

Una de las ventajas indirectas de todoel asunto de los GAL es, probablemente, la de constatar que quienes se han ocupado de la persecución del crimen -común o político; crimen al fin y al cabo- por vocación o, cuan do menos, profesión, resultan ser tan humanos, tan próximos y frágiles como el resto de los mortales. Acostumbrados como estábamos los que pasamos la pubertad, juventud e incipiente madurez en el anterior régimen a identificar a los comisarios con una raza de héroes o de vi llanos, según los vicios, las necesidades de subsistencia o las ideologías de cada cual, el espectáculo de los últimos días en el que comisarios como el señor Planchuelo, ex jefes superiores de policía de Bilbao como el señor Álfaorez, e incluso ex directores gene rales de Seguridad como el señor San cristóbal, denuncian y acusan a los presuntos responsables del tinglado amparándose en la original tesis de que "yo era un mandado" resulta ab solutamente conmovedor. Es verdad que con tan humano comportarmiento lo que hemos gana do en verosimilitud psicológica lo he mos perdido en desmitificación juvenil. ¿Dónde están los aguerridos de fensores del orden que paseaban por los pasillos de las comisarías con la seguridad que da el saberse portado res de las recias esencias patrias? ¿Dólide el desplante y comentario chulescos ante el delincuente común o político, o incluso -si así lo requería el guión- las palmaditas paterna les en la espalda del detenido? Todo aquello se derrumbó con tanto arre pentimiento de última hora. Pero así es la vida, un sube y baja de galanura y estatus, de presuntos heroísmos y evidentes derrumbes personales. A unos les saca de quicio los recordatorios de las hemerotecas; a otros, el intuir que pueden llegar a su frir el peso de la ley por un quítame allá algo más de 20 asesinatos por razones de Estado. Pero eso es lo que hay. Lo demás es literatura.

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