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Entrevista:

"La primera vez que tuve cerca la muerte fue en Alcalá 20"

El Pulitzer llegaba a la Complutense veraniega en un viejo Renault con el tubo de escape más que renqueante. Horas antes de participar, hoy a las diez de la mañana, en el curso Fotógrafos de guerra: la memoria de Robert Capa, martillea teléfonos buscando en Sarajevo noticias de Santiago Lión, su compañero de juergas y batallas, tocado de metralla en uno de los últimos ataques serbios. Javier Bauluz, un asturiano que nació en Madrid hace 35 años, se hizo fotógrafo en Londres casi por azar, y en Malasaña, en los carnavales de 1983, disparó su primera foto con repercusión en prensa: un policía con el arma en elocuente posición horizontal.

Pregunta. ¿Los reporteros de guerra acaban tomando partido?

Respuesta. En el caso de Yugoslavia, está clarísimo que existe un agresor y una víctima. Me desespera que los informadores no hayamos sido capaces de explicar que no se trata de una guerra religiosa, sino de la intolerancia contra el civismo. A Santi, mi compañero de Associated Press, le atienden en la misma enfermería un musulmán, un croata y un bosnio.

P. Entre sus fotografías de Cisjordania, El Salvador o Goma hay escenas de mineros en Gijón.

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R. A veces no hace falta irse muy lejos para ver agresiones. Mi primera foto fuerte en prensa la hice en 1983. El PSOE acababa de ganar las elecciones y la policía disparaba a diestro y siniestro en los carnavales del barrio de Malasaña.

P. ¿Y su primer roce con la muerte?

R. En diciembre de ese mismo año en el incendio de la discoteca Alcalá 20. Yo estaba medio chamuscado entre el público, no como fotógrafo, y tuve que explicar ante más de 15 cámaras y un montón de periodistas cómo había sucedido y a cuántas personas ayudé a salir. Más tarde volví a Asturias, luego Nicaragua, El Salvador y el resto.

P. ¿Su próximo destino?

R. Probablemente me marche a ocupar el lugar de Santi en Sarajevo.

P. Casi nunca se ven vísceras en sus fotografías.

R. Ante la sangre, el observador siente asco y pasa la página. Yo quiero que mis fotos vayan a la cabeza y al corazón, no al estómago. Naturalmente, me importa el perfil del muerto, pero más aún el rostro desesperado de quien está vivo junto a él.

P. En este curso han hablado de lo poco rentable que resulta un oficio tan arriesgado.

R. Cierto. Tengo el mismo coche desde hace 15 años, he pasado 10 con la misma cámara, y el Premio Pulitzer [por las fotografías de los campos de refugiados de Goma en la frontera de Ruandal han sido 70.000 pesetas para cada uno de los cuatro fotógrafos de Associated Press.

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