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"Es una guerra a muerte"

"Ya lo veis, Alá me protege". Las primeras palabras que el presidente Hosni Mubarak pronunció a su retorno a El Cairo debieron de sonar como una blasfemia para los extremistas egipcios que desde hace años han jurado acabar con el faraón.

Invocando precisamente a Alá, los islamistas libran una guerra a muerte contra "el régimen corrupto, inepto y represivo" de Mubarak. A juzgar por un pronunciamiento de la Vanguardia de la Conquista, organización afiliada a la temible Yihad Islámica, "la próxima vez no se escapará". "Nuestra religión está siendo humillada, nuestra sangre baña las cárceles", se afirma en un documento de los vanguardistas, primeros en aplaudir el atentado.

Mubarak sabe bien el peligro que representan los extremistas. Se salvó de milagro cuando un comando de la Yihad acribilló al presidente Anuar el Sadat en el desfile militar del 6 de octubre de 1981, en El Cairo. Nueve años más tarde, extremistas de la Yihad y su organización gemela, la Yamaá al Islamiya (Agrupación Islámica), asesinaron al presidente del Parlamento, Rifaat el Mahgoub. En 1993, el primer ministro, Atef Zedki, y los ministros de Interior e Información, Hasán el Alfi y Safuat el Sharif, respectivamente, fueron blancos de atentados.

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Rasgos truculentos

En muchas mezquitas de Alto Egipto, bastión del movimiento integrista, a efigies rudimentarias de Mubarak, El Alfi y El Sharif se han añadido rasgos truculentos. En los barrios pobres de la ciudad de Asuán, por ejemplo, los rostros de los tres llevaban hasta hace poco incisivos ensangrentados, cuernos y, cuchillos de carnicero.En Asiut, un alto dirigente de la Yamaá resumió una vez el objetivo de su movimiento con un ademán por demás elocuente. Se pasó un dedo por el pescuezo y dijo: "Esta guerra es a muerte".

Mubarak, embarcado en una campaña implacable contra los islamistas, está de acuerdo. La más reciente expresión de su propósito se registró hace sólo tres días, cuando acordó con el presidente argelino, Liamin Zerual, de visita en El Cairo "aunar esfuerzos" contra la violencia religioso-política. En Egipto, esa política se traduce en la multiplicación de las cárceles, la impunidad de la tortura y las veloces sentencias a muerte de los tribunales militares bajo las leyes de emergencia de hace casi 14 años. Nadie sabe cuántos presos políticos hay.

El atentado de ayer promete endurecer aún más los mecanismos de seguridad del Gobierno de un país aliado de EE UU y amigo de Israel y donde, según Amnistía Internacional, se cometen a diario flagrantes violaciones de los derechos humanos, incluyendo la tortura de niños.

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