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Disparos contra el pianista

El vicepresidente Narcís Serra dispuesto a plegarse hasta el final a los designios de Felipe González

Andreu Missé

"¿Por qué Felipe González no ha dicho ni una palabra de la situación de Narcís Serra y Julián García Vargas?". "¿Por qué no acepta las dimisiones del vicepresidente y del ministro de Defensa y acabamos de una vez con el horroroso linchamiento que están sufriendo ambos?". Éstos eran los comentarios de algunos ministros a la salida de la reunión del Gabinete del pasado viernes. El escándalo del Cesid, al que acusan de efectuar escuchas telefónicas a numerosas personas por orden del Gobierno, ha sido el golpe más desestabilizador que han sufrido los socialistas. Para García Vargas la situación es insoportable. Es imposible seguir al frente de una institución como las Fuerzas Armadas, donde la autoridad no debe tener fisuras y no puede ejercer a quien a puesto el cargo a diposición de sus superiores. En cambio, de Serra, que está en el corazón de la tormenta, no se sabe nada. No trasmite sensación alguna. Calla, parpadea, resiste y sigue su agenda, de trabajo. Sus colaboradores más próximos están asombrados. "El martes 13, al día siguiente de que estallara el escándalo de las escuchas del Cesid, Serra había llegado a las 9.30 a Madrid procedente de Colombia. Fue a su casa. Una ducha y a las 10.30 al despacho de nuevo, donde tuvo una reunión de dos horas con el ministro de Administración Territorial, Jerónimo Saavedra, sobre la ley de Gobierno", explica una fuente próxima a Presidencia. Sus amigos que no están en política se temen lo peor. "Hará una mala salida porque se plegará hasta el final a los deseos de González. Para él lo importante es el presidente."Y entonces se suceden las preguntas: pero ¿puede seguir mucho tiempo González sin tomar una decisión?, ¿puede funcionar un Gobierno así?. O más directamente: ¿puede prescindir González de Serra?, ¿quién es Serra?

Ahora todo el mundo ha vuelto a pensar en Serra y a preguntar se por qué todos los tiros van contra él. Hay una imagen estereotipada del vicepresidente: un intrigante, un obseso de la información, sin carisma en el partido, mal parlamentario, la esfinge de las reuniones interministeriales que lo entorpece todo. Pero hay quien ya hace tiempo que escubrió que no existe ese, Serra del cliché. Todo lo contrario. Para acabar con González primero hay que neutralizar al vice, hay que matar al pianista, el hombre que lleva el peso del Gobierno.

Pero ¿qué hace Serra hoy? Ministros y secretarios de Estado coinciden: "Lleva el día a día del Gobierno. Preside, la comisión de subsecretarios todos los miércoles, la comisión delegada de asuntos económicos y la comisión de asuntos autonómicos, y asiste a los consejos de ministros. Es como el consejero delegado de la empresa. Despacha directamente con los ministros". Porque, aunque sorprenda, González no se reúne jamás a solas con sus ministros, excepto con un reducido número de privilegiados: Guerra, Boyer, Solana, Solchaga, Romero, Solbes y pocos mas.

González está mas en los grandes asuntos, sobre todo con la cabeza en Europa, desempeñando unas funciones mas parecidas a lass de un Mitterrand, y Serra sería el primer ministro. Pero sus silencios clamorosos y su escasa habilidad en el pugilato dialéctico han oscurecido su papel.

Sin embargo, ésta no es su imagen. Hace pocas semanas, la última maldad que corría por Madrid era que hasta los subsecretarios se le subían a las barbas. Es cierto que hubo un incidente, pero los hechos ocurrieron al revés. En un debate, un miembro de la comisión de subsecretarios le, espetó: "Discrepo". Serra,sin levantar la voz, le reconvino: "Pues más le vale que en lugar de discrepar se ponga a trabajar en la línea que le digo" Silencio y a otro asunto.

Asistentes a estas reuniones semanales aseguran que "de, esfinge nada". Serra promueve los debate, dice lo que piensa y se moja. Ha hecho un trabajo de coordinación con los departamentos muy bueno", afirma un subsecretario. "Su problema es que siempre quiere dar otro repaso a los asuntos. Es de tempo lento y esto, con los, tiempos que corren, es fatal".

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Estos días, cuando más se cierra el fuego alrededor de él, sus amigos rebuscan en su biografía para averiguar de. dónde saca la fortaleza, su instinto de defensa, su sentido pragmático de la política: la familia, la lucha antifranquista y el estudio. La muerte de su padre, un abogado de la patronal textil, cuando Serra tenía 18 años, le marco en muchos sentidos. Su familia recibió entonces el apoyo de su tío Narcís de Carreras, presidente del Barça y La Caixa -las dos instituciones civiles más emblemáticas de Cataluña- y albacea de Cambó.

Pero, nacido en 1943, sus inquietudes le comprometieron también con los primeros brotes de la lucha antifranquista de los años sesenta en el FOC, equivalente catalán del Frente de Liberación Popular. Una organización de izquierdas donde confluían marxistas y cristianos que sentían una especial atracción por la revolución cubana. Allí coincidió con Miquel Roca, Pasqual Maragall y Xavier Rubert de Ventós. Y después un paréntesis de dos años para hacerla tesis doctoral en la London School of Economics gracias a una beca de la OCDE.

Josep Tarradellas, primer presidente de la Generalitat, le nombra consejero de Obras Públicas en 1977. Se convierte en un hijo político predilecto. Tarradellas tuvo un gesto sublime que marcaría un estilo de hacer política. Después de un encuentro con Suárez para negociar competencias de la naciente Generalitat que fue un fiasco, Tarradellas compareció ante la, prensa diciendo que había sido un éxito. Serra ha sido un alumno aplicado de Tarradellas. Es la política de la prudencia, de la discreción y del consenso que practicó como alcalde de Barcelona en 1979. Dos años después anuncia la candidatura de Barcelona para los Juegos Olímpicos. Pero antes se había cuidado bien de pactar el proyecto con el presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, y el de la Generalitat, Jordi Pujol.

Fue en el Ayuntamiento de Barcelona donde empezó su cruzada contra la corrupción del mundo financiero al descubrir el fraude del Consorcio de la Zona Franca perpetrado por Juan (le la osa, padre del después famoso financiero Javier de la Rosa Martí. De la Rosa padre fue condenado por un desfalco de 1.200 millones de pesetas. Sus socios fueron a la cárcel, pero él logró huir al extranjero. Javier de la Rosa consideró desde entonces a Serra como su mayor enemigo, frente a otros más tolerantes. Por otra parte, Serra fue también uno de los miembros de Gobierno que mostraron más preocupación por la situación financiera de Banesto, por el daño que podía ocasionar al país. La vinculación del financiero Mario Conde con el coronel Juan Alberto Perote, ex jefe de la Agrupación Operativa del Cesid, ha abierto muchas sospechas sobre todo lo ocurrido.

¿Por qué González le ha dado tanto poder? ¿Sus méritos? Como ministro de Defensa promovió una profunda democratización de las Fuerzas Armadas con la participación de los propios militares.

Cuando Serra llegó, en diciembre de 1982, aún estaba fresco el ruido de sables del 23 de febrero de 1981. Serra buscó aliados en las propias Fuerzas Armadas. "El éxitó", explica uno de sus colaboradores de entonces, "se debió a no fue una reforma contra los militares, sino que la hicieron suya ellos mismos". El cambio más significativo fue la ley de 1984 por la que el mando de las Fuerzas Armadas dejó de ser un poder autónomo y pasó a depender del presidente del Gobierno. Serra se ganó la confianza de destacados militares: los generales Francisco Vegillas -asesinado por ETA-, José María Sáenz de Tejada, Emilio Alonso Manglano, Ricardo Arozamena, Ramón Fernández Sequeiros...

No todo fue un camino de rosas.Tuvo que hacer cesar al teniente general Fernando Soteras Casamayor y poner firmes a un oficial en visita de inspección al País Vasco. El militar le negó el saludo en un pase de revista. Serra se detuvo delante de él, lo miró fijamente hasta que el oficial cedió, le dio la mano y se cuadró.

Desempeñó un papel definitivo para la incorporación activa en la OTAN y fue quien en la práctica decidió la fecha de las elecciones generales de 1993. Ha sido el principal valedor del giro dado a la política económica por Solbes y ha desempeñado un papel crucial para lograr la alianza con CiU. Pero el escándalo de las escuchas del Cesid ha sido el asunto que más ha ensuciado su imagen. El Gobierno habla de conspiración; sin embargo, las escuchas están ahí

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