Prohibido pensar
En España no deberíamos prohibir pensar, ha dicho el ministro Borrell a la vista de la tormenta provocada por las declaraciones de su secretaria de estado a favor de una nueva política de viviendas. No es iintención, desde luego, terciar n una discusión para la que me faltan datos. Pero sí poner de manifiesto nuestra creciente incapacidad para la reflexión sosegada y medianamente seria ha ocurrido otras veces y a provisito de las cuestiones más variadas: el futuro de las pensiones, el porvenir de los gobiernos viles, la financiación de las universidades. Problemas de eso, que no debieran obviarse, no Catarse a fondo y sin miedo, pero que, sin embargo, abortan en cuanto son enunciados. Da la impresión de que la nación de la política es la de centrar el paso a cualquier proposión minimamente innovadora. Las reflexiones en voz alta de ministro sea cual sea el contexto en que las emite: no es lo mismo una conferencia que una entrevista o una comparecencia. parlamentaria provocan en el acto reacciones airadas, comentarios despectivos, rechazos descalificadores, que conducen a disolver la discusión antes de que haya podido empezar. El ciudadano se queda, en el mejor de los casos, con la curiosidad insatisfecha hacia una propuesta posiblemente interesante. En el peor, con la de la (le que el Gobierno sólo sabe fastidiar, meter la pata o decir insensateces incapaces de prosperar.Una de las misiones de una política progresista como debiera ser la del partido que actualmente gobierna- es la de pensar en el futuro. Lo cual significa necesariamente arriesgar hipótesis y proposiciones que, de entrada, muevan a la discusión y a la confrontación de opiniones. Pero parece que aún no hemos aprendido a debatir nada sin acalorarnos más de lo debido, hasta el punto de distorsionar en el acto el punto de partida. Se diría que el debate político se mueve en unas coordenadas donde la lucha. por llegar al poder o por no perderlo impide responder y atender a los problemas sociales más perentorios. Uno de ellos -profusamente mencionado en la reciente campaña por los gobiernos municipales- es, precisamente, superar el indiscutible desequilibrio entre la oferta de viviendas de propiedad y. viviendas en alquiler. Somos el país europeo con un régimen de viviendas en alquiler más bajo. Seguramente hay más de una estrategia para salir, de una situación tan desfavorable para las economías menos favorecidas. Ignoro si la propuesta de Borrell es la más adecuada, la más socialdemócrata, la más inteligente o la más eficaz. Lo que me temo es que nunca llegaremos a saberlo y que, además, es inútil interesarse por ello. El mismo ministerio, y más de un ministro, se han precipitado a enmendar su propia plana, a desmentirse y a dar carpetazo al asunto para apaciguar unos ánimos simplemente desinformados.
La explicación es fácil. Por un lado, la política da muestras de falta de coraje suficiente para hacer frente a cuestiones claramente impopulares. El electoralismo ganar votos como fin no deja aflorar las políticas realmente innovadoras. Es uno de los defectos claros de nuestras democracias: no de este o aquel partido. Un defecto en el que inciden con más empeño, sin embargo, los partidos con responsabilidad de gobierno real anunciada. Añadamos a la falta de valentía política la insuficiencia informativa. Un periódico, por concienzudo que sea, da sólo fragmentos de información, no puede profundizar en nada. Es más, si puede, atiza el follón del desconcierto sin que le duelan prendas al hacerlo. Es la forma de conseguir más protagonismo. En cuanto a los sectores sociales afectados desfavorablemente por la propuesta en litigio, reaccionan, como es lógico, interesadamente. En suma, en ningún caso y por parte de nadie se atiende al interés común, que debiera ser el fin prioritario. Privan el interés electoralista de los partidos, el interés económico de los medios, el interés corporativo de los agentes sociales.
Así llegamos a la conclusión de que pensar es una empresa inútil. Una pérdida de tiempo, precisamente porque pensar requiere tiempo, un tiempo contrario a los cálculos de eficacia y rentabilidad inmediata -de los que nadie sabe escapar. Pensar significaría no entender la lucha política sólo en términos de ganadores o perdedores, sino como el progreso hacia un modelo de sociedad con menos desigualdades e injusticias, una sociedad mejor y distinta, -que, hay que ir construyendo con la cooperación de todos y con una mínima dosis de buena voluntad, de voluntad de hacer las cosas bien y no sólo voluntad de ganar.
Pero no son ésos los términos reales. Y por eso la política merece cada vez menos credibilidad y más desafecto por parte de los gobernados. Porque se empieza a dudar de que el escenario político sea el lugar idóneo para cualquier cambio. Más bien parece evidente lo contrario: que para poder discutir algo desde el sentido común y sin que los temas se desquicien, es preciso sacarlo de la arena política y llenarlo a lugares menos crispados: clubes de opinión, coloquios, comisiones de estudio, proyectos de investigación. Lo malo es que no son, las opiniones las que producen cambios, sino las decisiones políticas. Precedidas de opiniones y de debate, dede luego, porque ésa es la esencia de la democracia.
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