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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Tipos duros

NO HA durado mucho la tregua concedida por el Banco de España. Nada más pasadas las elecciones, ha elevado su tipo de interés de intervención (por tercera vez en el presente año) en 0,75 puntos, hasta situarlo en el 9,25%. Una noticia no por esperada menos preocupante para la recuperación de la economía española. Esperada porque, tras conocerse los datos de inflación de abril, se puso de manifiesto la amplia divergencia con los objetivos establecidos por el banco emisora medio plazo, sin que existan indicios de corrección. Con la tasa anual en el 5,2% parece complicado alcanzar a comienzos de 1996 ese objetivo no superior al 4% que el propio Banco se ha fijado como límite máximo para poder alcanzar el 3% en 1997. Frente a una desviación tal, la elevación del precio del dinero constituye la principal herramienta del banco central, aunque quizá no la más eficaz para la consecución de ese propósito antiinflacionista.Razones hay para el escepticismo. La propia Ley de Autonomía del Banco de España reconoce, y la experiencia lo avala, la limitada capacidad de la política monetaria para corregir por sí sola los factores generadores de inflación. El comportamiento de los agentes económicos, las rigideces en el funcionamiento de algunos mercados o la falta de compensación entre las políticas económicas han sido en los últimos años factores importantes en la elevación de los precios. Los datos conocidos hasta ahora no permiten sostener que las tensiones inflacionistas manifestadas en nuestra economía durante los primeros cuatro meses de este año tengan su origen en una elevación desmedida de los salarios ni en presiones de la demanda interna de consumo.

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Sí existen, por el contrario, evidencias de tensiones en, los precios industriales, en alguna medida atribuibles a la elevación de la peseta y al incremento de los precios de otros factores productivos, y, desde luego, al mantenimiento de un diferencial entre la inflación de los servicios y el resto de los componentes del IPC. Todo ello nos remite a un problema ya clásico: la existencia de obstáculos estructurales en nuestro sistema económico que dificultan seriamente la aproximación de su tasa de variación de los precios a la del promedio comunitario, al tiempo que amparan ese escepticismo sobre la eficacia del endurecimiento de las condiciones de financiación de la economía.

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El Banco de España ha hecho lo que se esperaba, incluso lo que podía hacer. Pero esto no significa que sea lo único, y mucho menos lo mejor que se puede hacer para neutralizar las importantes tensiones inflacionistas de esta economía. La reacción de los mercados financieros ha sido también la esperada, con ligeros ascensos en la cotización de los títulos de deuda pública con mayor vencimiento, que pueden interpretarse como un reforzamiento de la credibilidad antiinflacionista del banco central.

El Gobierno es ahora el que ha de reaccionar con actuaciones decididas sobre las condiciones de oferta de la economía que propician esas elevaciones en los precios y concretar cuanto antes sus propósitos de reducción del déficit público. De lo contrario, el movimiento del Banco de España sólo será un episodio más en la habitual sobrecarga que la política monetaria ha tenido en nuestro país sobre el resto de las políticas económicas.

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