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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Algo mas que armas

CIENTO VEINTE soldados de las Naciones Unidas, rehenes de las fuerzas serbias de Bosnia durante varios días, fueron liberados ayer. Y el presidente de Serbia, Milosevic, ha asegurado a Chirac que los restantes rehenes, entre ellos los dos españoles, estarán en libertad en las próximas horas o días. Puede que incluso sea cierto y no el enésimo engaño de Milosevic en el que caen con excesivo entusiasmo los representantes de la comunidad internacional. Seguramente habrá quien sugiera que, libres todos los rehenes, la crisis aguda ha concluido. Milosevic puede erigirse en aplaudido mediador entre su ex protegido y hoy rival Karadzic y la comunidad internacional. Belgrado vuelve a asegurar que está muy cerca su reconocimiento de la República de Bosnia-Herzegovina. Y dice que esta vez va en serio -no como hace un año- cuando habla de aislar totalmente a los serbios de Bosnia e impedir el continuo tráfico y contrabando a través de su frontera común.Resulta descorazonador que el máximo responsable de estos cuatro años de guerra acabe como gestor de la paz en Bosnia. Pero todos los pasos enumerados ayudarían a salvar el principal objetivo que hoy existe para buscar salida a la tragedia humanitaria, el desastre moral y la grave amenaza política que para toda Europa supone la guerra. Y éste no es otro que la neutralización de Karadzic, MIadic y los otros caudillos bélicos serbio-bosnios.

La utilización de métodos terroristas como la toma de rehenes por parte de las fuerzas de Radovan Karadzic ha sido sólo un reflejo del continuo uso de métodos inhumanos contra la población civil. Por comprensible que resulte, no deja de ser preocupante que nuestras sociedades se alarmen mucho más cuando un soldado suyo cae prisionero que cuando decenas de civiles -ancianos, jóvenes o niños- mueren abatidos por granadas o francotiradores. Por desgracia, esto es así y explica la pasividad internacional durante los cuatro años de guerra. También explica los equilibrios que ahora hace el presidente norteamericano, Bill Clinton, para asegurar, por un lado, a sus aliados en la OTAN su solidaridad en Bosnia, y, por el otro, a sus compatriotas que en ningún momento sus soldados correrán ningún peligro real derivado de dicha solidaridad. Estados Unidos debería entender que es tan incoherente como poco leal querer ejercer el liderazgo occidental en los Balcanes desde la barrera.

Han cambiado muchas cosas en Bosnia desde que se inició la guerra. Los contendientes están más igualados en fuerzas y todos han perdido ya las esperanzas en que el conflicto se resolviera mediante la rápida victoria de una parte y la rendición incondicional de la otra. La ONU sabe que Bosnia puede suponer el fin de su capacidad de realizar cualquier tipo de iniciativa pacificadora. Y la OTAN pasa por la mayor prueba a su cohesión, solidaridad interna y credibilidad de sus casi cinco décadas de existencia. Abandonar Bosnia a su suerte sería hoy mucho más costoso que quedarse. Pero quedarse no puede suponer que la alianza militar de las democracias occidentales sea humillada por un caudillo belicista como Karadzic. Es de esperar que la fuerza de intervención rápida cuya formación y despliegue acordaron ayer los ministros de defensa de la OTAN en París sea efectiva en este sentido. Para ello hará falta algo más que hombres y armas: la decisión de usar estos medios si es necesario.

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