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Un pueblo sobre un agujero

Los habitantes de Langre se encierran para protestar contra una explotación minera que agrieta sus viviendas

La población de Langre, León, cumplió ayer 23 días de encierro en una de las oficinas de la Junta de Castilla y León en Ponferrada. En grupos de entre 20 y 30 personas, de todas las edades, se turnan al caer la noche. Junto a Nicolás, el joven cura párroco del municipio, el pueblo desborda "por desesperación" una pequeña estancia de apenas 20 metros cuadrados, el despacho de un funcionario que ha tenido que hacer una mudanza temporal obligado por las circunstancias.Los encerrados reciben muestras de apoyo de otros pueblos y del grupo ecologista Aedenat. Incluso el procurador del común, Manuel García, les ha prometido ayuda después de visitar sus hogares. Dicen que no saldrán del edificio hasta que el Gobierno autónomo haga cumplir su propia orden para que la explotación Coto Minero del Sil paralice los trabajos bajo el pueblo en vista de los daños que ocasionan en casas, cuadras e iglesia.

Por la noche, las partidas de cartas y el café acompañan la charla. Toallas, mantas y bocadillos de chorizo se extienden por la mesa de formica del funcionario ausente. En las dos últimas semanas, los mineros han avanzado 12 metros bajo el pueblo. Secundino Alonso, de 73 años, uno de los encerrados, trabajó hace tres décadas de minero en el grupo que ahora horada la tierra bajo sus pies. "Sé bien lo peligroso que es esto y por eso estoy aquí", dice. Su compañero Marcelino Campillo asegura que sólo cejaría en su empeño si por sus tierras el dueño de la mina le pagara 200 millones, a lo que una mujer, acalorada, le contesta tajante: "El pueblo no se vende".

Pedro Gundín, un jubilado de la mina donde empezó a trabajar a los 14 años de ayudante, hoy, a los 73, teme que su casa, en la que nacieron sus siete hijos, y la de sus convecinos se hundan por la actividad frenética del pozo Escandal. No es el único que barrunta una catástrofe. Antes tuvieron el mismo presentimiento los habitantes de Onamio, y ya van varias casas y tierras tragadas por las subsidencias de una antigua mina de hierro de Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP). En Favero las grietas ocasionadas por una mina hoy cerrada por la reconversión trepan a ritmo de una voraz madreselva en los modestos bloques de viviendas del barrio obrero de San Nicolás, cebándose con familias que al drama del paro suman la ausencia de un techo seguro.

Cada día que pasa aparecen nuevas grietas en las casas de Langre, y las anteriores se agrandan ante la pasividad de las administraciones públicas y de la empresa minera, propiedad de Victorino Alonso, que resta importancia a la protesta.

El laboreo de la mina se escucha de noche en todo el valle. "Las explosiones para sacar el carbón no deben ser menos que en Sarajevo; hasta los perros aúllan", comenta con aspecto atemorizado Teresa Alonso. "No sabemos qué hacer, hay capas de carbón muy golosas aquí debajo y hasta que no acaben con ellas no habrá ley ni justicia", apostilla otro.

Tres vecinos trabajan para la mina, y el propietario está dispuesto a ofrecer contraprestaciones y más trabajo a cambio del silencio judicial y de más concesiones de carbón a cielo abierto. "Si te ofrecen un puesto y seguridad, firmas lo que te pongan delante, aunque sea tu sentencia", se lamenta uno de los denunciantes.

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Arselina Álvarez y Lecinia, dos ancianas asustadas por las proporciones de los daños, sentencian: "Esto pasa por ser pobres".

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