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Vicent

Julio Llamazares

Vale la pena esperar un año para leer la columna de Vicent contra los, toros. En realidad, vale la pena casi que los toros sigan existiendo para poder leer la columna que Vicent les dedica cada año puntualmente. Sin la columna antitaurina de Vicent, las fiestas de San Isidro quedarían deslucidas y este periódico huérfano.Las columnas de Vicent son, salvo casos aislados, pequeñas obras maestras, breves muestras de un talento singular (en el país y en el género), pero en ninguna se esmera tanto el escritor valenciano como en la que cada San Isidro escribe para lanzar a la cara de los taurinos el guante de su desprecio, aunque sepa de otros años que su gesto le reportará un centón de insultos en la sección de Cartas al Director y en las tertulias taurinas durante los días siguientes. Los aficionados a los toros, sobre todo, los conversos, suelen admitir muy mal las críticas (seguramente porque en el fondo, y aunque nunca lo reconocerán, tienen mala conciencia) y enseguida cogen la puya para clavársela en el morrillo al disidente.

Vicent lleva ya tantas puyas en el suyo que parece inmunizado contra ellas. Al revés: como los toros bravos, se crece con el castigo. Desde sus primeros, suaves artículos, muchos de ellos casi líricos aun cuando llevaran vinagre dentro, su rabia se ha ido cuajando y, desde hace ya varios años, ni siquiera se preocupa de adornar sus embestidas con metáforas ni con argumentos éticos. ¿Para qué argumentar nada, y menos con imágenes, cuando ya está todo dicho desde hace tanto tiempo?

Y, sin, embargo, él sigue insistiendo. Como un tenaz don Tancredo se lanza cada año en mitad del ruedo y allí permanece inmóvil, mirando con desprecio a los tendidos mientras los aficionados a los toros le tiran piedras y le abuchean. En el fondo es lo que él quiere. Ya que no puede con sus palabras acabar de una vez por todas con ese circo sangriento, por lo menos se divierte amargándoles la fiesta. Aunque hay alguno que aún no se ha enterado, Vicent sabe, por supuesto, que, como dijo el filósofo, lo único imposible de demostrar es lo evidente.

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