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Un albañil espabilado

Javier Sampedro

Los círculos del negocio inmobiliario de Francfort empezaron a interesarse por un tal Jürgen Schneider a principios de los años ochenta. El hombre había comprado el mítico hotel Frankfurter Fürstenshofes por 30 millones de dólares, con dinero de su mujer, y se lo había vendido a un grupo japonés por 350. Schneider había alcanzado la gloria en un ambiente con reconocida debilidad por las multiplicaciones de varias cifras.La mitología occidental está llena de directores de banco que empezaron de botones. Como buen hombre hecho a sí mismo, Jürgen Schneider se inició en el escalafón inmobiliario trabajando como albañil en Francfort, la ciudad donde había nacido en 1934. Pero los ladrillos no le impedían a Schneider ver el edificio. Su obsesión era hacer negocios, día y noche y apuntaba sus ideas en una libreta de la que no se separaba nunca, ni para subirse al andamio.

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El albañil estudió construcción, se hizo aparejador, y acabó doctorándose en ciencias empresariales y trabajando como jefe de obras en las mejores constructoras alemanas. Tras casarse con una rica heredera, pudo empezar a hacer sus propios negocios.

Schneider compraba los vetustos edificios que nadie quería y las galerías semirruinosas de los centros de las ciudades. Los bancos le concedían créditos a manos llenas para rehabilitarlos, bajo la mirada complaciente de los alcaldes y los políticos. Era el estilo Schneider, el polo opuesto del especulador inmobiliario, el mesías encargado de recuperar del olvido y de la ruina los cascos históricos de las ciudades, las leyendas de la arquitectura alemana.

Cuando empezaron a aparecer en su libreta, los números rojos dejaron cortas las viejas cifras de ganancias. El imperio Schneider quebró en abril de 1994 con un agujero de 7.000 millones de marcos, un verdadero récord en su género, y dejó empantanada a una lujosa lista de entidades financieras, encabezada por el mismísimo Deutsche Bank.

Schneider se dio a la fuga con cierta prisa, pero sin perder la compostura. Dejó escrito en una carta que debía retirarse de los negocios para "alejarse de todo estrés" y que sus médicos no le permitían dar a conocer su paradero. Miami es, desde luego, un buen lugar para curarse de estas cosas.

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