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Tribuna:28 MAYO
Tribuna
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Códigos de conducta

El taxista reconoce al famoso ex policía por la calle, baja la ventanilla, saca el puño en ademán inconfundible y grita: "Amedo, tío, llega hasta el final. Hay que acabar con ellos". En Bilbao, el 10 de enero, con motivo del reconocimiento de tres pisos supuestamente pertenecientes a la infraestructura de los GAL. Lo contaba El Mundo del día siguiente, aclarando que sus reporteros, testigos del reconocimiento, fueron alertados por una llamada anónima. La cuestión es saber con quién, según el taxista, había que acabar al estilo Amedo: con los etarras, asesinándolos en Francia; o con los socialistas, acusándoles de haber instigado, amparado o encubierto esos asesinatos. ¿Sería aventurado suponer que el taxista se refería a ambas cosas?Pero, aunque el taxista comparta con muchos otros esa doble y contradictoria admiración, Amedo deja bastante que desear como héroe. En cualquier película de las que dice Melchor Miralles que le gustaban a Amedo de joven -esas de polis con el cuello de la gabardina levantado- alguien que intentase registrar una conversación como la que él le grabó a Julián Sancristóbal sería el malo: un amigo desleal. Según recordaba el periódico que un día después, coincidiendo con el inicio de la campaña electoral, publicaría la transcripción de la cinta grabada por Amedo a Sancristóbal, ambos eran amigos desde que el segundo fue nombrado gobernador de Vizcaya, en 1983. Y fue él quien, tras la condena de su amigo a 108 años de cárcel, más se movió para que le concedieran el indulto; hasta le preparó una entrevista con el fiscal general del Estado para tratar del asunto. El ex gobernador, según el rotativo madrileño, se preocupó de las mujeres de Amedo y Domínguez mientras ambos estuvieron en prisión, e incluso les recomendó que sacaran el dinero de la cuenta de Ginebra porque el juez Garzón pensaba bloquearla.

Admitir que la maldad de algunos sujetos es necesaria para que lo oculto aflore no significa que los malos dejen de serlo para convertirse en héroes. Pero si Amedo era tan malo, ¿cómo se les ocurrió depositar en sus manos tanta capacidad de chantaje? No podrán alegar que desconocían al personaje porque el propio Sancristóbal era estudiante de Ciencias Económicas en Bilbao cuando -según el libro de Arques y Miralles- el poli, al que los estudiantes llamaban Mariflor, era un soplón franquista entre los alumnos de su facultad.

La discusión sobre la falta de profesionalidad de los organizadores de los GAL está mal planteada. Sus crímenes no habrían sido menos condenables si hubieran dejado menos pistas en hoteles, casinos o tarjetas de crédito; pero si hubo una dirección política -es decir, un impulso de personas que se veían a sí mismas protegidas por la razón de Estado-, su incompetencia profesional fue clamorosa al hacer depender esa razón de la voluntad de unos sujetos de los que en absoluto cabía esperar un comportamiento diferente al que tuvieron. Que los efectos del chantaje hayan tardado casi diez años en manifestarse no significa que no estuvieran presentes, como amenaza, desde el primer día. De ahí que la principal defensa del Gobierno sea alegar que fue su negativa a seguir pagando -en Suiza- y a conceder el indulto lo que desaté la lengua de Amedo.

Un Estado de derecho puede soportar muchas acechanzas, pero es muy vulnerable al chantaje de quien es depositario de secretos de Estado. Por eso, pretender que la culpa es de Garzón supone agravar la responsabilidad. Pues si ese juez fuera tan miserable como para intentar hundir a Felipe González por pura venganza, ¿cómo se les ocurrió depositar en su persona la credibilidad del cambio del cambio? Y sobre todo, ¿cómo alguien que lo conocía tan bien como Belloch tentó la suerte humillándolo en público con aquel estremecedor: "Éste es mi tiempo, Baltasar"? En un artículo reciente, Ralf Dahrendorf defendía a los políticos profesionales frente a los aficionados. Sobre todo, porque es más probable que los primeros sepan distinguir lo que se puede hacer y lo que no".

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