En el metro me colé...
Algunas estaciones de metro ponen cierto respeto tanto a diario como los días festivos: vacíos, sin vigilancia y con las oficinas apagadas. En ellas es curioso lo que puede llegar a ocurrir, desde que algún necesitado salte desde el andén a coger veinte duros sin temor alguno al paso del tren, vagabundos ebrios durmiendo, la siesta en los bancos, tirones de bolsos, metidas de mano, miradas lascivas, etcétera.Pero lo que más ha llamado mi atención hasta el momento es ver cómo se colaba un hombre anciano vestido de punta en blanco, con un moreno de sierra envidiable, aprovechando que no había nadie en las taquillas. Me quedé estupefacta al comprobar el gran esfuerzo, que estaba haciendo para arquear la espalda y pasar por debajo de las aspas en forma de tubo y la naturalidad con que se alejaba escaleras abajo sin preocuparse por comprobar si alguien le había pillado en su fechoría. ¡Cuánto más fácil habría sido introducir el billete por la ranura como todo ciudadano cívico! Pero no. Hay gente que se juega la vida por un mendrugo de pan; otros se juegan la espalda por ahorrarse 125 pesetas. En fin, luego nos quejarnos-
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