Chirac, modo de empleo
El nuevo presidente es un personaje complejo. Tanto, que no parece capaz de preverse a sí mismo
ENVIADO ESPECIAL
El gran interrogante de este nuevo Elíseo que ahora comienza lo declinan todas las voces. ¿Hay un nuevo Chirac? Ahora que lo tiene todo, presidencia y gobierno, y, a través de su partido -el gaullista- con el apoyo de los giscardianos, la Asamblea, el Senado y casi todos los consejos regionales, ¿será capaz de gobernar congregando en vez de dividir? La deriva autoritaria, que le reprocharon sus críticos en sus dos jefaturas de Gobierno -1976-1978 y 1986-1988-, ¿está, quizá, a punto de convertirse en una verdadera chirarquía, ahora que puede haber exterminado a la victoria sus demonios familiares?
Jacques Chirac es un personaje complejo. Tanto, que no parece capaz de preverse a sí mismo.
Expansivo, glotón, convivencial en la corta distancia, no es que se corte ante el gran público, pero sí que le falta la desenvoltura de los cínico-barrocos como François Mitterrand o la ciencia infusa de Valéry Giscard d'Estaing, ambos presidentes de la V República, que no habrían vuelto a mirar a la cara al elector si se les hubiera visto con un papel ante las cámaras. Chirac, en cambio, siente un respeto casi infantil por la cultura, y por ello, él que es de una cultura. íntima, personal, de placer solitario, abomina que se le perciba como un intelectual. Como dice un seguidor incondicional pero no hipnótico, Paul Gilbert: "No hace de la palabra una creencia".
En la noche del domingo, visiblemente emocionado, para un discursito, generoso, pero de circunstancias, el presidente electo tenía que agarrarse al papel como el estudiante de piano al pentagrama de las primeras escalas; en Lyón, su último mitin de campaña, ante un público entregado que habría vitoreado la lectura del listín telefónico, apenas podía despegar los ojos del atril. Con los años -62- parece cada día más un desmesurado osito de peluche que apenas se atreve a sugerir con la mirada un gesto de cariño.
Pero este hombre de cultura hacia adentro, de ternura blindada, de torpeza directa y agresiva, sabe actuar con la implacable decisión del jefe. El temperamento, que se concentra como el tifón con derroche de isobaras, para estallar un día sobre el subalterno poco diligente, no le falta. Como decía Valle: "El grillo del teléfono se orina sobre el regazo de la burocracia". Chirac hace mucho más que orínarse.
Pero, numerosos factores juegan en contra de cualquier temible abuso de poder. En primer lugar, sólo ha sido elegido por el 42% de la Francia electoral. Su 52,6% de sufragios emitidos, siendo respetable, se compara a la baja con el 60% sociológico que forma hoy la derecha. Es cierto que entra ahí un 15% del xenófobo Frente Nacional, y que ningún candidato serio reconocerá jamás que contaba con los votos de Le Penn, el agrio vendedor de rencores de Bretaña. Pero Chirac sabe que una de sus misiones históricas habría de ser suturar la deriva racista de la derecha nacional. Por ello tendrá que hacer algún gesto antes de la simbólica fecha del 14 de julio, sin período presidencial de gracia, para que no le estalle entre las manos la llamada tercera vuelta de lo social; es decir, si desborda la impaciencia de una opinión que le ha votado en buena parte para combatir la expropiación de Francia por un club, supuestamente meritocrático, de enarcas y barones, que era tanto socialista como de la mayoría gobernante de derechas.
Pero, en último término, lo notable es que comienza a crearse un vasto consenso de que Jacques Chirac se ha multiplicado varias veces por sí mismo en los últimos años, los de una abrupta travesía del desierto, y, más aún, en las últimas jornadas, cuando bizqueó ante lo que podía haber sido el final de su carrera. Con una vida personal intachable, sinsabores al abasto -una hija mentalmente minusválida, la otra, Claude, joven viuda-, muestra una infinita delicadeza hacia su prójimo, sin distinción de persuasiones ideológicas.
Este Chirac que llega coyunturalmente exhausto al principio de la última etapa de una gran aunque controvertida ejecutoria, muestra una nueva y prudente convicción en la mirada Ser el presidente de una Francia, paradójica, que vota a la derecha pero aspira a que sanen lo social con antiguas soluciones de izquierda.
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