Francia elige hoy a su presidente de fin de siglo
Ya está. Los dos candidatos, agotados tras a campaña maratoniana, sólo tienen que esperar el veredicto de 40 millones de electores. El conservador Jacques Chirac se mantiene como favorito, y confía en obtener el 53% de los votos que le auguran los últimos sondeos. El socialista Lionel Jospin, que partió de la nada, se ha convertido en un serio aspirante y mantiene la esperanza de protagonizar una sorpresa parecida a la de la primera vuelta. El margen es lo bastante estrecho, y los indecisos y abstencionistas, lo bastante numerosos como para que cualquier resultado sea posible.
Sólo una cosa está clara: Chirac y Jospin han llegado al límite de sus fuerzas. El gaullista, en el tercer intento de alcanzar la presidencia, inició la campaña en el es de noviembre. Hacía dos años ya, desde la victoria conservadora en las legislativas de 1993, que recorría Francia. Pero los últimos seis meses han sido de una intensidad terrible. El alcale de París se ha pateado hasta el úItimo rincón, ha hablado en más de 500 mítines y ha estrechado cientos de miles de manos. parecía derrotado de antemano n enero, acabado para la vida política, y ha llegado a mayo como favorito. Ha hecho lo posile y un poco de lo imposible.El viernes por la noche volvió a París desde Lyón, donde se celebró su último mitin, en compañía de un grupo de periodistas. Junto a él, su guardia más íntima, los que nunca dudaron de él: Jean-Louis Debré, diputado, hijo del primer ministro gaullista Michel Debré, y su propia hija, Claude. El ambiente en el avión del candidato no anticipaba la victoria. No había cantos ni risas. Sólo una inmensa sensación de alivio, la que siente cualquier corredor de fondo al llegar a la meta. El jefe había lanzado en Lyón su último y dramático llamamiento a la movilización contra la jospinomanía.
"Más demagogo y me muero"
Lo había hecho con la rigidez que se adueñó de él desde que se convirtió en favorito, allá por el mes de marzo, cuando dejó de encabezar una causa perdida y le agarrotó el miedo a perder. Y, en esto, el candidato empuñó el micrófono del avión, rompió la burbuja de agotamiento y volvió a ser, por un momento, el Chirac de verdad, el humano, el que aman sus amigos y simpatizantes.
Fueron unas palabras de agradecimiento a los periodistas. "Gracias a los que cargan con cámaras y caminan de espaldas, siempre ante mí, siempre entre apretujones. Gracias a los que
escriben, lo hagan a favor o en contra. Ya ven que intento contentarles a todos, y no se extrañarán, porque ustedes me conocen: plus demago et je meurs [más demagogo y me muero]". Con ese simple sarcasmo sobre sí mismo, tan propio de él y tan infrecuente en sus actos públicos, disipó de un plumazo su abatimiento y el de todos los demás. Risas, gritos de " ¡presidente, presidente! ", batallas a bocadillazos y champaña hasta el mismo aterrizaje.Ya en la pista del aeródromo de Le Bourget, el cansadísimo Chirac no se esfumó a toda prisa: esperó al pie de la escalerilla y dedicó un apretón de manos y una palabra a cada uno de los periodistas. Frente al sudoroso
Chirac, al socialista Jospin no se le arrugó el traje en ningún momento, pese a que su punto de partida era aún peor.
Enarca -de la elitista Escuela Nacional de la Administración-, como su adversario, y teniendo, como Chirac, al principal adversario en su entorno, en este caso los viejos dinosaurios mitterrandistas del Partido Socialista, Jospin tuvo que realizar un agotador doble peregrinaje. Primero, interno, para conseguir la elección de los militantes socialistas, atribulados por la renuncia de Jacques Delors. Luego, por toda la geografía francesa, para convencer a una nación muy recelosa frente a todo lo socialista.
De Cenicienta a Blancanieves
En 16 grandes mítines y, un centenar de pequeñas reuniones, las primeras muy poco concurridas, y a veces a razón de tres diarias, el antiguo secretario del PS desgranó con aire profesoral un programa socialdemócrata moderado, bien articulado pero denso, largo y complejo. La Cenicienta de la campaña acabó trocándose en Blancanieves de la primera vuelta: quedó en cabeza, contra todo pronóstico, y se convirtió de candidato marginal en presidenciable.
En el último repecho de la campaña, ante los jóvenes parisienses y los incondicionales del sur, empezó su transformación en líder casi humano, al compás del crecimiento de su voto anunciado en los sondeos confidenciales. A las recetas económicas y políticas les añadió contundencia polémica, profundidad histórico-lírica, y hasta diálogo irónico con el público. En la noche del jueves, retornando en avión a París desde Toulouse, brindó con los jóvenes turcos que felicitaban a su nueva esposa, Sylviane, en su cumpleaños. Y sonrió. El socialismo francés había recobrado un líder político. Unas filas atrás, Martine Aubry cantaba con los chavales. Era uno de ellos.
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