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Punto, 'set' y partido

Los dos candidatos aspiran ya sólo a que termine el choque y suene, liberador, el nombre del campeón

A poco más de 24 horas de que sepamos quién va a suceder a Francois Mitterrand, esta campaña, poco imaginativa, menos que violenta en lo verbal, en la que se aspira mucho más a conducir hipnóticamente hasta las urnas que a excitar los ánimos del electorado, ha causado ya dos bajas de nota..El gaullista Jacqueg Chirac y el socialista Lionel Jospin agotan sus últimos cartuchos como púgiles sonados que esperan ansiosamente el tañido de la campana para retirarse a su rincón queriendo ya oír sólo el nombre del vencedor, como si fuera una liberación.

El campo de Chirac es hoy presa del pánico después de haber conducido un esfuerzo cuyo objetivo era parecer presidenciable en un intenso zig-zag en el que el gaullista se ha movido con la desenvoltura que le caracteriza, de la izquierda a la derecha, con díversas estaciones en limbo. Jospin, por su parte, que habla siempre como una máquina imperturbable, se trabucaba el jueves en Europa a las preguntas del periodista, ¡no encontraba la palabra!, lo que en un político francés es mucho más grave que olvidar el desodorante.

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Chirac, de 62 años, fondón, con el resople de los actores que hacen mal las pausas de la respiración, profundas estrías de tensión en el rostro, manotea en el aire tratando de alcanzar la cucaña que oscila ante sus ojos en lo que va a ser su última vez. Lo ha intentado todo. Poco antes de la primera vuelta, el pasado 23 de abril, llamó al filósofo e hispanista Régis Debray para someterle a consulta un programa de izquierdas: fuerte doctrina republicana, es decir, el retorno al De Gaulle de los últimos años, el de la participación obrera que se estrelló en 1969 contra un referéndum sobre la regio nalización. Debray le dio por un momento crédito hasta que el temor ante su propia audacia y el debilitamiento progresivo de su posición en los sondeos han hecho recurrir a Chirac de nuevo al espantajo de una posición indefinible y vagamente contraria a la construcción europea para cortejar los votos hexagonales, los de la Francia temerosa de Alemania, acomplejada de una presunta pérdida de identidad, que a nosotros los españoles nos puede pare cer un desperdicio de atención psiquiátrica, porque nada se sigue pareciendo tanto a un francés como un francés.

Hayrac secreto, dicen los que lo conocen bien, que esgrime su populismo casi como una impostura para gasto de multitudes. Un Chirac que conoce la poesía francesa con el delirio de un coleccionista de las más raras mariposas; que recibe originales de una importante razón editorial para gustarlos el primero; que es un apasionado de la arqueología y de la historia antigua, con una querencia, muy en la estirpe de una larga dinastía intelectual francesa, por las civilizaciones precolombinas. España no sale del todo bien parada de ese amor por el indio americano, en un hombre que, como el antiguo virrey de Argelia, Jacques Soustelle, o el novelista de estos días, J. M. G. Le Clézio, hace de la pasión prehispánica desconfianza hacia la misión civilizadora de nuestro país. A su lado, Jospin parece más modesto en sus antipatías, como cuando en 1988 no quiso acudir, en su calidad de ministro del Deporte, a los Campos Elíseos para estrechar la mano del vencedor del Tour, Perico Delgado, porque su temperamento psicorigido, como le califica el director de Le Monde, Jean Marie Colombani, le hacía intolerable asociarse en cualquier forma a un asunto que medios deportivos franceses tachaban rácanamente de dopaje.

Si Francia vota Chirac, en definitiva, el mundo nos parecerá más comprensible, aunque no por ello necesariamente mejor; si se decanta por Jospin, en cambio, habrá preferido no elegir lo que, en este momento de masiva incredulidad nacional, sería muy razonable.

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El sociólogo Eminand, que, cuando hace meses, las posibilidades de Chirac estaban en su nadir, predijo su buena prestación electoral de hoy, cree que para la opinión representa la estabilidad, una idea funcionalmente verosímil de Francia: la de una cierta renacionalización derechista, alejada de Europa; en tanto que Jospin que, de ganar, reinaría sobre una coalición heteróclita de izquierda y de derecha, con escasas posibilidades de mayoría en la Asamblea tras su segura convocatoria de elecciones legislativas, sería el no-sabemos-aún-lo-que-queremos. Hay quien afirma, en cambio, que a la opinión pública le puede asustar que, con la victoria, el RPR de Chirac lo tenga todo: presidencia, Gobierno, cámaras, consejos regionales.

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