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Tribuna:
Tribuna
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La democracia frente al terrorismo

El criminal intento de ETA de asesinar al presidente del PP, al que manifiesto solidaridad por el trance pasado, plantea, a mi juicio, algunas reflexiones políticas que no por conocidas conviene olvidar.I.La primera de ellas es. que en el mundo de las grandes ciudades, con la tecnología existente, es prácticamente imposible garantizar al ciento por ciento la vida de una persona, por muy importante que sea. Cuando una organización que se dedica a matar, como ETA, decide hacerlo tiene posibilidades de conseguir su objetivo imnediato, y siempre que puede lo hace y lo seguirá haciendo. La tarea del Estado es conseguir que esas, acciones criminales sean cada vez más difíciles , al tiempo que detiene y pone ante los jueces a, todos aquellos que ejercen, apoyan o hacen apología de la violencia. Pero como han demostrado hechos recientes en Tokio, Oklahoma, Londres, París, Milán o Madrid, es inviable controlar todos los posibles objetivos que una banda terrorista pueda tener in mente.

El éxito contra este tipo de actuaciones -en el caso de ETA no es sólo una cuestión de técnica policial contra técnica terrorista, aunque la eficacia policial tenga una enorme trascendencia y deba apoyarse y perfeccionarse continuamente. Los éxitos policiales debilitan y crean contradicciones en el mundo violento, pero no acaban con él. No caigamos en la tentación de pensar que el problema de ETA es exclusivamente policial. Si queremos que la democracia gane esta batalla, y la acabará ganando, tenemos que abordar correctamente otras cuestiones.

II. La primera es llevar al convencimiento pleno de todo el mundo -incluidos los violentos- que los asesinatos de ETA nunca pondrán en peligro la democracia española, por muy hacia arriba que dirigiesen el tiro.

La fuerza de las democracias consolidadas radica, entre otras cosas, en que son inmunes, a diferencia de las dictaduras, al terrorismo. Cuando en una dicta dura se liquida al dictador, el régimen, generalmente, fenece. Cuando Kennedy, Olof Palme o Aldo Moro fueron asesinados, fue un drama nacional, pero nadie pensó que en Estados Unidos, Suecia o Italia la democracia estaba en peligro, ya que las instituciones funcionaron automáticamente. Ésa es la primera y decisiva victoria contra la violencia. Porque cuando ETA mata, o lo intenta, no sólo pretende quitar la vida a una o muchas personas, sino alcanzar otros fines, como crear ambiente de enfrentamiento civil en Euskadi; provocar una represión generalizada del Estado español; radicalizar a la derecha española o, en el desiderátum de la irracionalidad, provocar un régimen autoritario en España. Debe quedar nítido el mensaje para que los asesinos, como los pecadores ante las puertas del infierno de Dante, abandonen toda esperanza: ni la democracia va a dejar de funcionar, caiga quien caiga, ni se va a negociar jamás nada con quien siga matando, ni se va a perder la serenidad y unidad en la lucha contra el terror.

No es oportuno insinuar que si ETA hubiese alcanzado esta vez su propósito la democracia se habría tambaleado o se habría matado la esperanza democrática de este país, o cosas por el estillo. Ésa es la victoria del terror; no el matar a una persona determinada, que también lo es, sino lograr el objetivo que hay detrás de la acción criminal. El sistema político español debe reaccionar igual que cualquier otro democrático: con la. imperturbable e implacable serenidad del funcionamiento de las instituciones y de la ley, al lado del profundo dolor humano ante víctimas siempre inocentes.

III. La segunda reflexión es que la lucha contra la violencia exige la unidad real de las fuerzas democráticas en torno a los acuerdos de Ajuria Enea y de Madrid, sin fisuras de ningún tipo. Sería un disparate cambiar de estrategia contra el terrorismo. La unidad de los demócratas, de los ciudadanos decentes, debe ser el eje de esta estrategia política, para lo que es necesario: consenso en tomo a las medidas policialesy políticas más importantes; información puntual del Gobierno a la oposición; discusión reservada de las discrepancias; respeto absoluto a la legalidad democrática; apoyo eficaz a las fuerzas de seguridad, y, muy especialmente, coordinación y, confianza con quien gobierna en Euskadi.

Hay que reconocer que no siempre se practica lo anterior con todo rigor, y deberíamos coincidir en que cuando así ha sido ETA se ha visto acorralada, mientras que cuando se producen fisuras en esa estrategia se envalentona e incluso concibe falsas esperanzas. Háganse, pues, menos declaraciones inoportunas, y en vez de exámenes de conciencia que no sirven para nada, acuérdense medidas que hagan más eficaz la batalla contra el crimen.

IV. En tema tan complejo no es fácil acertar siempre. Pero conviene recordar algunas ideas que pueden ser útiles. Es básico saber que la lucha contra la violencia de ETA hay que ganarla en Euskadi y pensando en Euskadi, que es donde ETA tiene apoyos sociales y políticos, y no dejarse arrastrar a actitudes que nos pueden hacer ganar votos en otros sitios, pero retroceder donde hay que avanzar. Es elemental conocer que al terrorismo sólo se le vence cuando se vacía el caldo de cultivo en el que se mueve y del que se nutre. El problema, por tanto, no son solamente los activistas de ETA, sino los votantes de HB, ese mundo cerrado y alucinante de KAS que representa a una parte minoritaria, pero una parte de la sociedad vasca. Y para reducir ese mundo a la mínima expresión hay que actuar con inteligencia política, contundencia policial y no dejarse llevar por la pasión del momento. En este contexto hay que situar los aspectos que pueden ser polémicos de la lucha antiterrorista. Por ejemplo: ¿deben los terroristas cumplir íntegramente las condenas o pueden beneficiarse, en determinadas condiciones, de la reinserción?, ¿es conveniente ilegalizar HB o no?, ¿es oportuno generar esperanzas de diálogo con los violentos o no? Nos tenemos que preguntar: ¿ayudarían estas decisiones a reducir el espacio político de apoyo a ETA?

En principio, parecen decisiones duras contra los violentos, pero las decisiones duras ¿son acaso las que más daño hacen al adversario? Yo creo más bien lo contrario. El cumplimiento íntegro de las penas de todos los terroristas ¿ayudaría a que en el colectivo de presos,. tan decisivo, se fuesen abriendo camino posiciones críticas ante el uso de la violencia?, ¿se combatiría mejor a los terroristas metiendo en la clandestinidad a HB? Porque una cosa es perseguir judicialmente la apología del terrorismo -que hay que hacer- y otra poner fuera de la ley a una coalición que sigue recibiendo el 16% de los votos en Euskadi. ¿No obligaría ello a meter a miles de personas en las cárceles, con lo que eso supone?, ¿no es eso precisamente lo que está buscando ETA? Una medida así podría conducir a la confusión de espacios vía solidaridad y hacer más difícil la lucha contra el terrorista.

V. Vencer al terrorismo de ETA no es labor de un día ni de torpes. Porque no es lo mismo combatir al terrorismo seco (que no tiene apoyos sociales) -Brigadas Rojas, Baader Meinhof, GRAPO, etcétera- que al terrorismo húmedo -ETA, etcétera- (que tiene apoyos sociales). En el primer caso, la represión es suficiente, e incluso la guerra sucia, aunque siempre condenable, puede dar resultados. En el segundo ocurre todo lo contrario. La represión es necesaria, pero debe practicarse de tal modo que aísle a los violentos y no que cree solidaridades. con ellos. De ahí, por ejemplo, que los GAL hayan hecho más daño a la lucha antiterrorista que cualquier otro acontecimiento; cuestión que denuncié en el Congreso en 1986 cuando los que ahora tanto gritan callaban. Pero también ha hecho daño la forma como se ha tratado ahora ese tema, en un totum revolutum demagógico que no ha beneficiado para nada la lucha contra el terrorismo. Por el contrario, todo lo que suponga que el pueblo vasco vaya adquiriendo mayores espacios de autogobierno en el desarrollo pleno del Estatuto de Gernika; que las fuerzas de seguridad vascas vayan tomando el protagonismo en la lucha contra los terroristas; que el pueblo vasco se vaya enfrentando a la violencia y que la violencia haga perder votos y no ganarlos; que se perfeccione la colaboración policial en Europa, y, sobre todo, que exista una coordinación plena entre los gobiernos de España y de Euskadi, de todas las fuerzas políticas, y en esto son esenciales las de ámbito vasco, en la medida -digo- que eso suceda, iremos ganando de verdad esa batalla. Porque ¿quién, puede estar más interesado que los partidos vascos en acabar con este cancer que es el mayor obstáculo para hacer de Euskadi un país próspero y moderno? No perdamos, pues, la serenidad.

A los violentos no se les divide con medidas supuestamente duras que sólo consiguen unirlos, aunque tampoco creando en ellos falsas esperanzas de conversaciones o negociaciones aun cuando no dejen la violencia. La democracia ganará, sin duda, esta difícil batalla en el imperturbable funcionamiento de las instituciones y de la ley, en el vaciamiento de la base social del terror con la unidad de las fuerzas democráticas. Cuando este binomio alcance cotas suficientes de eficacia, el terrorismo será derrotado. Si los violentos dejasen de matar, se podría hablar; de lo contrario, no. En todo caso, si siguen así, deben abandonar toda esperanza.

Nicolás Sartorius es abogado.

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