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El maratón tuvo 4.175 vencedores

Antonio Jiménez Barca

De casi 5.000 llegaron 4.175. El 84%. El porcentaje más alto de los últimos años. Los corredores que ayer participaron en la XVIII edición del maratón de Madrid iban más preparados. Es cierto. Como también lo es que la prueba ha recuperado su carácter popular: menos figuras -hay menos dinero para el ganador-, menos marcas de fábula -no se registró ningún récord-, pero más gente que consigue lo que aquel guerrero griego hace la pila de años: correr sin parar algo más de 42 kilómetros sin más ayuda que la fuerza de las piernas, el aire de los pulmones y la sangre y las ganas que bombea el corazón.

Claro que aquel guerrero griego corrió solo. Y ayer, los participantes de la prueba sintieron durante todo el recorrido el aliento de un público entregado.

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Por fin lo importante fue acabar

Hubo quien atizó una cacerola, quien aplaudió hasta hacerse daño, quien, desde la ventana de la calle de Goya, colocó a todo trapo el Aleluya de Haendel (el anónimo aliento de todos los años) al paso ya cansino de los corredores. La música pasó directamente del oído a las pantorrillas y facilitó el hecho de poner un pie delante de otro. También hubo espectadores que, sin haberse inscrito, se sumaban vestidos de corto a la carrera en determinados tramos para acompañar y animar a los deportistas. Los coches dejaron paso a los corredores y Madrid vivió una mañana de atasco anunciado. Pero los 42 kilómetros, se poblaron, como siempre, de historias.

Por ejemplo, 900 paracaidistas participaron en la prueba, y algunos de ellos tuvieron arrestos suficientes como para cantar La Madelón, una canción de cuartel, en el kilómetro 30. Entre el público se encontraba la novia de uno, la mujer de otro, la madre o el amigo del de más allá. Y entre los corredores, atletas veteranos decidieron mandar al carajo las marcas y ayudar a los novatos a no perder el ritmo ni el fuelle.

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La cifra de corredores que alcanzó la meta es la más alta de la historia del maratón madrileño

VIENE DE LA PÁGINA 1Hubo récord. Ayer, más deportistas que en ninguna edición anterior del maratón cumplieron con ellos mismos y llegaron a la meta: 4.175. Por 213 corredores se superó el número del año 1979.

Algunos de los participantes, en el esfuerzo por alcanzar los más de 42 kilómetros, arriesgaron su vida: tres personas tuvieron que ser trasladadas al hospital poco después de traspasar la meta. Una de ellas, con pronóstico reservado. Además, los servicios sanitarios del SAMUR atendieron a 128 personas víctimas de agarrotamientos o deshidrataciones.

La parte más dura de la prueba consistió en atravesar los últimos siete kilómetros. La ligera pendiente de la Castellana o del paseo de las Acacias complicó aún más la vida a los corredores. Pero ahí es donde, según contaban los mismos participantes, se aprietan los dientes y se tira para adelante sacando fuerzas casi de la misma imaginación. Cada uno a su manera. Los paracaidistas marchaban en bloques, casi en formación.

Solitarios

Los solitarios luchaban por agarrarse a cualquier pequeño pelotón que les hiciera más llevadera la parte terrible de la prueba.

Muchos de los participantes venidos de provincias comenzaron en grupo y en grupo terminaron la prueba, a un ritmo común y uniforme.

Una de las evidencias de que el público animó y apoyó lo indecible la aporta el esloveno Sakisida Bogdan, de 56 años: "He corrido el maratón de Nueva York, el de Viena, el de Budapest, y nunca me han animado como aquí". Bogdan celebraba el final de la prueba con un vaso de cerveza. "¿Y eso no es malo?" se le pregunta. "No, no; soy medico, y esto es bueno porque es diurético", señala con una sonrisa.

El punto negro del maratón estuvo en el inevitable atasco que iba formando a su paso. El horario previsto por la organización (Mapoma) se cumplió hasta mitad de carrera. Después se retrasó en media hora. De cualquier forma, algunos policías no supieron decir a qué hora pasaba el último corredor por un punto determinado o cuál era el mejor itinerario para esquivar la prueba.Los autobuses cambiaban de recorrido sin que se explicara en sitio alguno por dónde.

Por circunstancias como éstas, ayer hubo varios maratones. Uno de ellos lo protagonizó un viejecillo que buscaba desesperado el autobús. El policía municipal no sabía a qué hora volvería a haber servicio. En la parada no había cartel alguno que avisara de los desvíos o las horas. "Es que hay un kilómetro hasta el metro" contaba, desconsolado. Otro conductor bramaba: "Pero, ¿por dónde puedo salir a la M-30?".

El agente del cruce apenas sabía nada del punto que le había tocado regular. "Métase por ahí" le dijo. Un vecino, poco después, corrigió al policía: "Le ha mandado a una calle sin salida El 092 tampoco estaba para más detalles. Telefónicamente informaba. "No se sabe a qué hora pasa el último corredor por su calle, eso es aleatorio". Sin embargo, la organización disponía de folletos donde especificaba la hora en que previsiblemente las calles se irían abriendo al tráfico.

Para la pequeña historia de este maratón quedaran los gestos de Inés Soria, de 28 años, persiguiendo en metro la carrera mientras su marido, Carlos, terminaba en la superficie el primer maratón de su vida. "¡Vamos, campeón!", le gritó en el kilómetro 35. Carlos negó con la cabeza; salió mal, seguro, en la foto que Inés le sacaba, pero siguió corriendo sin parar hasta que cruzó la meta.

Y para gesto, el de un corredor que en el kilómetro 36 se vio superado por un participante que devoraba el camino en una silla de ruedas movida con sus propias manos. El corredor sacó fuerzas de no se sabe dónde para aplaudir y señalar la silla de ruedas que se alejaba. Después gritó muy alto, con orgullo: "Ahí lo llevas tío, olé tus huevos".

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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