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Los países más ricos consideran que la inestabilidad cambiaría está injustificada

Victoria Carvajal

ENVIADA ESPECIALLos ministros de Finanzas y gobernadores de los bancos centrales de los siete países más ricos del mundo no lograron ayer consensuar un acuerdo para frenar el desplome del dólar. Tras una reunión de cinco horas y media, el Grupo de los Siete (G-7) hizo pública una vaga declaración en la que expresa su "preocupación por los recientes movimientos de los mercados cambiarios" y pide una corrección ordenada de los mismos. Fuertemente divididos a la hora de buscar soluciones a la caída del dólar, los socios del G-7 aseguraron que los ataques de los mercados no están justificados bajo las actuales condiciones económicas y que continuarán cooperando.

La reunión del Grupo de los Siete (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Italia, Reino Unido y Canadá) no estuvo a la altura de las expectativas que había despertado en los mercados al coincidir con un periodo de inestabilidad cambiaria que ha arrastrado al dólar a sus niveles mínimos históricos frente al yen y el marco. Las profundas divisiones entre los países más ricos reflejan el creciente desconcierto de las autoridades monetarias internacionales sobre cómo hacer frente a unos mercados cada vez más poderosos, eficaces y rápidos.En su declaración, el G-7 insiste en que la salud de la economía de sus miembros es buena y que se han hecho grandes progresos hacia la estabilidad de los precios, aunque, reconoce que tienen que seguir mas esfuerzos de consolidación fiscal para recuperar la confianza de los mercados financieros. En ningún momento se menciona expresamente al dólar. Todo lo más, hablan de su preocupación por los actuales movimientos cambiarios y expresan su deseo de que se reviertan.

Un día antes, el director general del Fondo Monetario Internacional, Michel Camdessus, criticó la incapacidad del G-7 de cumplir con sus compromisos de estabilidad cambiaria. La caída del dólar, según advierte el último informe del FMI, enturbia las buenas perspectivas de crecimiento del mundo.

La reunión no estuvo exenta de tensión pues entre los países miembros se habían cruzado duras críticas de responsabilidad en la actual crisis. Estados Unidos fue el blanco de los ataques por no subir sus tipos de interés cuando Alemania y Japón los han bajado y por no ser suficientemente riguroso con su déficit público. El secretario estadounidense del Tesoro, Robert Rubin, rechazó estas acusaciones: "La economía crece a un ritmo que asegura una expansión continuada sin inflación y nuestra situación fiscal es la más fuerte de la última década". Washington señala a la escasa apertura de la economía japonesa y su enorme superávit comercial como uno de los factores desestabilizadores de los mercados.

El presidente Bill Clinton declaró a un diario estadounidense que las autoridades monetarias no pueden hacer mucho por ayudar al dólar porque "el tamaño de los mercados supera con creces las intervenciones oficiales. Se mostró contrario a que subieran los tipos en EEUU por temor a que se deprima en exceso la economía.

Alemania, sin embargo, cree que la reducción del déficit público estadounidense es "el principal punto de partida para superar la debilidad del dólar", según declaró ayer el presidente del Bundesbank, Hans Tietmeyer. Al igual que Clinton, los representantes alemanes y británicos se mostraron escépticos sobre la eficacia de las acciones concertadas. "La capitalización de los mercados de divisas se ha triplicado en los últimos 10 años y la capacidad del G-7 para intervenir con éxito se ha reducido más aún", señaló el canciller del Exchequer británico, Kenneth Clarke, en una conferencia un día antes de la reunión.

Japón y Francia presionaron a sus socios sin éxito para establecer algún tipo de acuerdo de coordinación monetaria similar a los que alcanzó el G-7 a mediados de los ochenta para revertir la tendencia del dólar -el Louvre (1985) y el Plaza (1987)-, por considerar que es la solución que, al menos en el corto plazo.

EEUU y el Reino Unido coincidieron en presentar una serie de propuestas para reformar el papel del FMI en la supervisión de los mercados, basándose en las lecciones de la crisis de México.

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