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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vacuna democrática

EN LOS días siguientes al atentado contra Aznar muchas personas han tomado conciencia de los riesgos que ha corrido nuestro sistema de convivencia. Es cierto que hoy no existe alternativa a la democracia, y que ello constituye una diferencia sustancial respecto a los años treinta, en pleno ascenso de los totalitarismos. Pero experiencias como la de Yugoslavia o Argelia, con todas las diferencias que se quieran, sirven para ilustrar la levedad de, la frontera que separa la convivencia de la guerra civil cuando el fanatismo hace acto de presencia.El terrorismo no puede vencer a la democracia, pero conserva capacidad desestabilizadora: sobre todo, en la medida que haga verosímiles respuestas de guerra sucia que debiliten la legitimidad de las instituciones. El aviso que supone el atentado debería servir para que la sociedad se previniera contra esos ensayos de desestabilización. Casi todas 14 opiniones, políticas o periodísticas, que han seguido al atentado han subrayado la necesidad de recomponer en tomo a los valores democráticos y la defensa del Estado de derecho la debilitada unidad de las fuerzas políticas contra el terrorismo; aunque algunas reacciones, aisladas pero significativas, constituyen un adelanto de la dinámica que podría haber

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se desatado si ETA hubiera conseguido su objetivo.Ha habido quien, tras preguntarse a quién beneficia, ha dejado caer que no habría que descartar infiltraciones en ETA de sectores interesados en eliminar a Aznar de la carrera, electoral. Otros han dicho que la culpa de todo la tienen quienes han dado alas a ETA resucitando el caso GAL o desenterrando a Lasa y Zabala. En fin, se ha especulado con las medidas de seguridad del líder de la oposición, deslizando sospechas de lenidad gubernamental. Ya se trate de mala fe o de utilización oportunista de la emoción suscitada por la violencia, el efecto de tales disquisiciones es desviar la atención de los criminales y diluir su responsabilidad.

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Como el terrorismo no tiene rostro, la ansiedad que suscitan sus crímenes favorece la tendencia espontánea de todo ser humano a buscar culpables con nombre y apellidos. Y en una sociedad democrática, abierta y plural, es grande la tentación de buscar esos culpables entre los rivales políticos.

Hace poco, el lehendakari Ardanza felicitó irónicamente a los que habían intentado quemar vivos a varios ertzainas y otras personas en Rentería: "Han conseguido", dijo, "que los demócratas nos estemos culpando los unos a los otros". Se refería, a la absurda guerra de palabras que se desató por aquellos días en Euskadi: los ertzainas, pidiendo la dimisión de Atutxa por considerarle culpable de la vulnerabilidad de sus furgonetas frente a los ataques de los radicales; Arzalluz, pidiendo "más coraje" al socialista Jáuregui, tras ser éste amenazado por ETA; Álvarez Cascos, acusando al PNV de "mantener en el Gobierno vasco a quien era delegado del Gobierno cuando ocurrió lo de Lasa y ZabaIa"....

Para evitar ese tipo de situaciones, que favorecen a los violentos tanto como desconciertan a los ciudadanos, se firmaron los pactos antiterroristas. Su cuestionamiento, el pasado domingo, por parte de Arzalluz es suicida: el lema ni con unos, ni con otros significa, en las actuales circunstancias, una pretensión de neutralidad entre los verdugos y sus víctimas incongruente con las convicciones democráticas de un partido como el PNV. Y no es con amenazas de romper la baraja como se recompondrá la unidad entre los demócratas.

Los terroristas han fallado. Sería darles una victoria reaccionar en la forma como ellos esperaban que lo hicieran los partidos caso de haber tenido éxito.

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