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El gusto del alcalde

Lo que se encuentra más allá del muy casposo asunto de los artefactos con los que el ayuntamiento nos ha llenado las aceras y estropeado aún más las vistas es el nunca abordado y grave problema de la educación de nuestros gobernantes.Recuerdo que los ministros de Franco solían ser primeros de su promoción y opositores triunfantes, y que el primer Gabinete de la transición fue despreciado por algunos periódicos como "un Gobierno de penenes", dando a entender que esos ministros aún no habían sido consagrados por el solio catedraticio. Desde entonces no he vuelto a saber de los saberes de quienes nos gobiernan -y nos amueblan el paisaje-, como no sea la especialidad de sonreír junto al artista galardonado con la lotería de la fecha. Pese a que creemos saber muchas cosas y muy íntimas del gobernante de jornada -dónde veranea, qué piensa de cómo va la Liga, qué tal se le ve en traje de baño, cómo es su esposa-, lo cierto es que no tenemos ni la más remota garantía de que sepa juntar dos colores, que tenga una visión del aire y el silencio como algo más que espacios a rellenar con las sobras del presupuesto, o que haya leído algo más que una novela de aeropuerto desde que terminó la mil¡. Podemos juzgarles por sus corbatas y a ellas por sus trajes de chaqueta, pero vista su afición a uniformarse no parecen pruebas fiables. A nadie le importa, pues en España pocos quieren reconocer que la capacidad de distinguir entre La Celestina y un culebrón es un valor y no se compra en El Corte Inglés. Así nos va.

En Dinamarca y supongo que en otros países ricos, los estudiantes de Humanidades no pueden recibir su licenciatura sin haber pasado en el extranjero un tiempo más largo (pagado por el gobierno) que el habitual verano que nuestros estudiantes invierten en Inglaterra aprendiendo italiano y francés. Algo que supongo incomprensible para el consejero de Educación de la Junta de Andalucía, a quien escuché en una radio de taxi felicitarse porque ya ningún andaluz tendría que salir de su región para estudiar. "Pues pobrecillos", pensé. 0 mucho me equivoco, o así piensan muchos de quienes sentencian nuestra educación desde la caja y desde la boina.

Aludo a Dinamarca y Andalucía porque, así como este de los artefactos es un asunto de educación y de cultura, también lo, es de viajes, lo que viene a ser lo mismo. No deja de tener gracia que entre los principales argumentos a favor o en contra de los cacharros (de plástico) se diga que han sido diseñados por una compañía francesa, sólo que adaptados a Madrid añadiéndoles cabezas de oso, o que la idea fuera de uno que se dijo: "Si en Berlín tienen Mobiliario Urbano; ¿por que no nosotros?"

¿Por qué no dice también que Berlín es quizá la ciudad menos edificada de Europa? ¿O por qué no detallan las garantías con que fue renovado el mobiliario barcelonés antes de las Olimpiadas? Al contrario que en Madrid, desde luego no fue algo decidido por cuatro funcionarios recorriendo la ciudad en un taxi, como Reyes Magos tirando confeti desde una carroza.

En cuanto al madrileñismo o agabachamiento de las columnas de espectáculos y depósitos de pilas (se diría que de centrales nucleares), más vale no seguir por ahí pues tendríamos que cargarnos todo el pequeño Manhattan de Azca y el afrancesado trazo del barrio de Salamanca, y dinamitar el Palacito Real y el monumento a Alfonso XII en el Retiro, paradigmas de arquitectura imperial-vienesa. Aunque Franco se daba maña para meter a un millón de personas en la versallesca plaza de Oriente, siendo así que sólo caben 200.000 ciudadanos muy amigos, no creo que cupiéramos todos en la castellana y noble Plaza Mayor. Si prescindimos de tópicos ya no sabemos bien qué significa madrileño. Habrá pues que resignarse al mestizaje. Qué le vamos a hacer.

Esta es la ciudad de la espeluznante M-30, del entierro del peatón en pasadizos meados por los gatos al pie de las obscenas Torres de Valencia, del endiosamiento del coche y la okupación de los parques por músicos de discoteca, de la liquidación de las bibliotecas públicas y del ignorante y desagradecido olvido. de casas, como las de Cervantes o de Lope, con las que otras ciudades harían centros de peregrinación. Aquí un club de fútbol impone pirámides sin apareamiento en mitad de la ciudad, y con el aplauso del consistorio: a ver cuánto duran las pegas oficiales al descomunal proyecto de la Ciudad Deportiva del Real Madrid.

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Esta es la ciudad que ha perdido oportunidades realmente históricas, como el remate de la ciudad en la plaza de Castilla con el edificio más pretencioso de Europa, a la que pretendía servir de puerta; el engendro geológico de la plaza de Colón y las torres ex Rumasa con el enchufe verde que las corona; o la inmoral exportación de las farolas-supositorio repudiadas por la población a una pequeña ciudad gallega indefensa. Al tiempo el corazón del corazón de la ciudad, el Madrid de los Austrias y la Gran Vía, se pudre mientras los especuladores muerden el puro, se frotan las manos y calculan cuándo entrarán a rehabilitar edificios: lo siento, en Madrid cierta realidad es de brocha gorda.

No hago más que citar aquellos desastres cuya responsabilidad directa desde hace décadas recae sobre los gobernantes de una ciudad (y sobre nuestra inhibición) en la que el árbitro de la elegancia, como se decía antes, puede ser el señor Ruiz Mateos, por sus disfraces, o el señor Gil y Gil, por la donosura con que viste el chándal. Vistos estos precedentes y otros, y el hecho de que pronto afrontaremos una reforma realmente importante, como la del Prado, ¿no sería cuestión de organizar de una vez y con, urgencia la educación estética de nuestros gobernantes? Viajes, vídeos, cromos, cursos por correo, clases nocturnas, carteo con colegas extranjeros... algo.

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